El legado manchado de sangre del presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte
El máximo mandatario finalizará su legislatura de seis años cuando se celebren las elecciones en mayo de 2022
Su política doméstica se ha centrado en una ‘guerra contra la droga' que ha dejado miles de víctimas
Ha confesado haber matado a gente con sus propias manos o haber sufrido abusos por un cura siendo menor
Son muchas las leyendas y las verdades que guarda la figura del presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte. Aunque a veces resulte difícil discernir entre fantasía y realidad, en ambos escenarios acaba retratado con cierto atino. Charlatán, sádico o víctima de una sociedad con taras, la baraja de posibilidades para entender su psique es extensa; las consecuencias de su presidencia, en cambio, no necesitan de mucho naipear. La mano queda clara de primeras: Duterte será recordado como un líder de sangre fría tras librar una guerra contra las drogas que se ha saldado con alrededor de 11.500 fallecidos (algunas organizaciones humanitarias cifran las víctimas en más de 20.000).
El máximo mandatario, de 76 años de edad, ha anunciado que con esta legislatura de seis años pondrá fin a su vida política. Se retirará tras las elecciones de mayo de 2022 en lo que muchos interpretan como un intento por blindarse ante la justicia tras la decisión en septiembre de la Corte Penal Internacional de investigar su cruzada contra el narcotráfico, contra los consumidores de drogas y contra su particular concepto de la corrupción que prometió erradicar sin éxito.
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Permisividad institucional y asesinatos a ojo en definitiva, sin ninguna garantía o proceso judicial, que han acabado con vidas inocentes como la del español, Diego Bello, asesinado por la Policía en 2020. El mes pasado se confirmó que la versión policial inicial -que aludió a que el empresario gallego era un capo de la droga- fue un montaje; otro caso de los miles que están bajo sospecha.
Tildado de “hombre fuerte”, a Duterte no sólo se la ha ido la mano. Como a varios de su cepa, se viene arriba en público con comentarios que alimentan el mito. Llegó con fuerza y en su primer curso como presidente de Filipinas ya había confesado que con 16 años de edad mató a otro joven de una puñalada, que mientras estudiaba Derecho hirió de un disparo a otro estudiante, que siendo alcalde de la ciudad de Davao durante 22 años él mismo acabó con la vida de tres personas o que ha ordenado lanzar desde helicópteros a funcionarios corruptos. En varias ocasiones, el portavoz del presidente ha insistido en que algunos de sus comentarios eran una “broma” y que a Duterte le gusta utilizar un “lenguaje colorido”. ¿Charlatán, sádico o víctima de una sociedad con taras? Quizás todas estas etiquetas sean aplicables. Pero lo cierto es que llegó al poder con un respaldo social abrumador y transversal. La sociedad filipina es racista y clasista, los gobiernos corruptos y Duterte pareció a millones el salvador.
Abusado por un cura cuando era menor
Un año antes de ganar las elecciones en 2016, con un 39 por ciento de los votos, el mandatario confesó que siendo menor de edad había sufrido abusos por parte de un cura en el instituto. Cuando la Conferencia Episcopal de Filipinas le invitó a que mentara al responsable, a Duterte no le tembló la voz. Afirmó que nunca había dicho nada antes porque era muy joven y se sentía intimidado por las autoridades. Capaz de dar una de cal y otra de arena, de ganarse la empatía y de ser odiado por sus simpatizantes y detractores, el máximo mandatario filipino protagonizó uno de los momentos más bochornosos que se recuerdan durante la campaña previa a las elecciones que le acabaron dando la presidencia.
En un mitin ante soldados recordó que, como alcalde de Davao, examinó el cadáver de la misionera australiana Jacqueline Hamill, violada y asesinada durante la crisis de los rehenes de Davao en 1989. Afirmó que en aquel instante llegó a decir que “debería haber sido el primero” en abusar de ella. Asediado tras tal afirmación, Duterte pidió disculpas a través de un comunicado y tres semanas después salió elegido. Pesó más su discurso antidroga, en el que expresó que “estaría encantado de sacrificar” a tres millones de drogadictos en el país, que cualquiera de sus otras salidas de tono. Primó la necesidad de solucionar los problemas de narcotráfico en uno de los puntos más calientes del mundo, donde un informe realizado en 2010 apuntó que el movimiento de droga dejaba en el país entre seis mil y ocho mil millones de dólares.
Duterte llegó a la presidencia tras un pasado como alcalde de Davao en el que se le relacionó con los denominados ‘escuadrones de la muerte’. Se trataban de grupos que actuaban como vigilantes: torturaban y asesinaban a personas -niños que vivían en la calle incluidos- que cometían pequeños crímenes y que estaban relacionadas con el mundo de las drogas. A pesar de haber negado su vínculo directo con estas prácticas, altos cargos como Arturo Lascañas confesaron ante los medios que recibió órdenes de Duterte para llevar a cabo estas acciones. Más adelante, ya de presidente, las reprodujo en todo el territorio nacional y con su manifiesto beneplácito convirtió a las fuerzas de seguridad en verdugos. Prometió al pueblo que asesinaría a decenas de miles de narcos y drogadictos, su mensaje caló y una parte importante de la ciudadanía vio en él a una figura protectora, a un salvador capaz de garantizar la ley y el orden. Pero, ¿a qué precio?
Sus seis años en el poder han dado para mucho y en su ‘guerra contra las drogas’ destacan varios episodios que van desde la investigación de Amnistía Internacional en 2017 que expuso sus malas prácticas con una frase lapidaria: “si eres pobre, estás muerto”, al uso de hospitales para destruir evidencias en los cuerpos de las personas asesinadas, pasando por ajustes de cuentas donde murieron políticos locales y otros altos cargos que luego fueron sospechosamente vinculados con el narcotráfico o el uso de cabezas de turco en crímenes policiales esclarecidos donde sólo se salvaban los que daban las órdenes… el listado es tan grande que los demás asuntos de su política doméstica han pasado a un segundo plano más allá de sus fronteras.
Políticas en la sombra de la ‘guerra contra la droga’
a de la ‘guerra contra la droga’Otra de las obsesiones de Duterte fue el trabajo en la construcción de inmuebles y en las infraestructuras. Continuó con el programa de su predecesor, Benigno Aquino, para ampliar la red de ferrocarril, las carreteras, para la creación de puentes, de más colegios, de sistemas de prevención de inundaciones o para avanzar en las telecomunicaciones. A pesar de prometer que reactivaría la economía, la realidad es que el efecto ha sido precisamente el contrario.
Según el índice de percepción de la corrupción de Transparencia Internacional, Filipinas ha caído hasta el puesto 115 de las 180 economías analizadas. Antes de que el mandatario llegara al Palacio de Malacañán, el país estaba en la posición 95. Según analistas económicos, Duterte heredó de Aquino una situación de renacimiento económico tras la dictadura de Ferdinand Marcos, aunque su gestión ha provocado el efecto contrario. El hueco entre la inversión extranjera y lo que ha acabado llegando a la masa popular es enorme y el descalabro del Producto Interior Bruto (PIB) en 2020 (-9,5 por ciento) provocado por las restricciones durante la pandemia y el azote de varios tifones han dejado a la sociedad filipina en una situación difícil. Su recuperación está siendo más lenta que otros países de la región como Vietnam o Indonesia.
Durante los años prepandémicos de su legislatura, las tasas de crecimiento llegaron a ser del 6 por ciento y a Duterte no le costó trabajo posicionar esta cifra como un éxito ante su electorado más fiel (“Filipinas está en auge”, declaró en alguna ocasión), sin embargo, a efectos microeconómicos, los beneficios han ido a parar al 1 por ciento más privilegiado de la sociedad. La estrategia no es nueva: Gloria Macapagal Arroyo (presidenta entre 2001 y 2010) y Joseph Estrada (1998-2001) elevaron el PIB a niveles altos a través del gasto público masivo, mientras que hicieron poco por el pueblo. Arroyo acabó detenida con cargos de saqueo de las arcas públicas, y Estrada fue destituido y procesado por corrupción. Actualmente, se han encontrado deficiencias en el reparto de fondos destinados a la sanidad pública durante la pandemia y a Duterte podrían perseguirle los fantasmas de la corrupción. A su llegada prometió que acabaría con ella en pocos meses, a pocos meses de su salida, ha afirmado que se trata de un mal endémico imposible de abordar.
Estrategia en redes sociales
Hasta el último año, su popularidad ha sido alta, a efectos económicos ha aprovechado el rebufo de Aquino, aunque al final ha quedado claro que su energía se ha centrado más en la ‘guerra contra las drogas’ que en reflotar al país. Otro aspecto que ha ayudado a ensalzar su figura ha sido la desinformación en Facebook, así lo cuenta la periodista, María Ressa, ganadora recientemente del Premio Nobel de la Paz.
“Facebook se ha convertido en el mayor distribuidor de noticias del mundo y, sin embargo, está sesgado contra los hechos, está sesgado contra el periodismo”, ha afirmado Ressa. “Si no tienes hechos, no puedes tener verdades, no puedes tener confianza. Si no tienes nada de esto, no tienes una democracia”, ha asegurado. Entre las investigaciones que han valido a Ressa el reconocimiento internacional destaca la que confirma la estrategia de Duterte en Internet, donde ha usado a personal en nómina para agitar las redes sociales y provocar la ira entre aquellos que desacreditan al presidente. Los filipinos encabezan el ranking mundial de tiempo dedicado a las redes sociales y en el campo de batalla de Facebook, los apoyos al mandatario han sido mayoría. Para Ressa, su presencia online ha sido clave para que venciera las elecciones de 2016 y los comicios de mitad de mandato en 2020.
Entre sus salidas de tono, su cuestionable estrategia violenta contra el narcotráfico, su supuesta lucha contra la corrupción -la cual sucede ante sus ojos-, su retórica exagerada o la manipulación de masas en redes sociales denunciada por Ressa, Duterte se enfrenta ahora a la gestión del tifón Odette, que ha azotado Filipinas y ha dejado hasta el momento casi 400 víctimas mortales. Será uno de sus últimos trabajos a falta de cinco meses para que finalice su legislatura. La Constitución no permite que se presente de nuevo y tras descartar hacerlo como vicepresidente u ocupar un asiento en el Senado, lo impredecible de sus decisiones dejan cualquier opción que no sea repetir presidencia en el aire.