La crisis y reconciliación entre España y Marruecos ha hecho correr ríos de tinta en los últimos meses. Entre la entrada de más de 10.000 personas en Ceuta desde el país vecino el pasado mes de mayo, cuando las relaciones tocaron fondo, hasta la luna de miel que los dos países inician ahora han pasado algo más de diez meses. Estas son algunas de las lecciones que nos deja el caso.
El colchón de intereses que dependen de unas buenas relaciones con Rabat es amplio: presión migratoria, lucha antiterrorista y contra el narcotráfico, comercio e inversiones, pesca, fronteras, etcétera. De tener que elegir entre no llevarse demasiado bien con Marruecos o con Argelia, mejor con el segundo. La carta de Pedro Sánchez al rey de Marruecos –cuyo contenido se sigue hurtando a la sociedad española, al igual que su fecha- elogia “la iniciativa marroquí de autonomía como la base más seria, realista y creíble para la resolución del diferendo”, según el entrecomillado del comunicado del Gabinete Real marroquí atribuido al presidente español (aunque no hay rastro del mismo en la nota de Moncloa del viernes).
El Gobierno no ha avalado oficialmente la marroquinidad del Sáhara, como hiciera vía Twitter Donald Trump en los estertores de su mandato. Por tanto, en el futuro los representantes españoles seguirán remitiéndose a Naciones Unidas y expresarán su apoyo a “una solución aceptable por las partes”. Para Marruecos, en cambio, no hay vuelta atrás: no se contempla en Rabat que los Gobiernos de España se desdigan en el futuro.
Su diplomacia, envalentonada especialmente en el último año y medio, es asertiva y eficaz. Rabat percibe con claridad la debilidad de España y aprieta sabiendo que en los pulsos los gobiernos españoles acaban cediendo. Una vez más ha sido el caso. El respaldo al plan de autonomía marroquí para el Sáhara Occidental –aunque desde 2007 Rabat no haya avanzado un milímetro en el supuesto plan de regionalización avanzada, ni con la ex colonia española ni con el resto de territorios- era exactamente el gesto que las autoridades del país vecino venían demandando desde hace meses.
Previsiblemente, de aquí a algún tiempo, Marruecos volverá a plantear exigencias territoriales a España. Quienes conocen al majzén saben que la soberanía de Ceuta y Melilla –y de las plazas de soberanía españolas en el norte de África- es irrenunciable para Marruecos. Por otra parte, España sigue sin dar con la tecla en sus relaciones con Marruecos: no ha sido capaz de combinar el necesario pragmatismo con la necesidad de hacerse respetar. Hoy por hoy, la mayor baza de España en este asunto es reforzar su papel como valedor de los intereses marroquíes en Europa.
No consultó la decisión ni con su socio en el Ejecutivo, Unidas Podemos, ni con la oposición (a falta de conocer la postura de la nueva dirección, el Partido Popular de Casado se había mostrado favorable tras los episodios de Ceuta a cerrar la crisis con Marruecos de una manera semejante a cómo el Ejecutivo actual lo ha hecho).
En la conversación que mantuvo con el presidente argelino, Abdelmadjid Tebboune, el pasado 6 de marzo, Sánchez evitó referirse al respaldo explícito a los planes de Marruecos para el Sáhara. Sánchez debe una explicación al Congreso de los Diputados y al conjunto del pueblo español.
Todo apunta a que el régimen argelino, primer suministrador tradicional de gas a España, no pasará de la retirada de su embajador en Madrid. Pero vivimos tiempos líquidos e impredecibles. Más probable es que Argel ‘se vengue’ de España con una mayor pasividad en el control de la migración ilegal con destino a las costas de la Península que alterando el suministro de gas.
En los cálculos de Sánchez, las ventas de gas argelino son demasiado poderosas y lucrativas para el país magrebí como para cortar el grifo de la noche a la mañana. Y España compra ya más gas a Estados Unidos que a Argelia.
Aunque la entrada y hospitalización del líder del Polisario Brahim Ghali en Logroño enfadó mucho a los representantes marroquíes, lo cierto es que el presidente del Gobierno Pedro Sánchez se reunió con el líder separatista en Bruselas en el marco de la cumbre UE-UA el pasado mes de febrero sin que desde Rabat se reaccionara de una forma parecida a como ocurrió en mes de mayo.
El pasado sábado, horas después de la difusión del comunicado del Gabinete Real, la embajadora marroquí en Madrid, Karima Benyaich, regresó a su puesto, sellando así el fin de la crisis.
Aunque la frase del comunicado de Palacio que se hace mención explícita a que el objetivo es garantizar “la estabilidad y la integridad territorial de los dos países” puede interpretarse como alusiva a las ciudades autónomas, Ceuta y Melilla no son mencionadas de manera explícita en la nota.
Todo apunta a que la nueva etapa abierta el viernes acelerará la apertura de fronteras –clausuradas desde marzo de 2020-, pero España tiene que pensar en un futuro para las dos ciudades al margen de las contingencias diplomáticas. No en vano, los agentes sociales y económicos ceutíes y melillenses trabajan junto al Gobierno central en estos momentos en la redacción de un plan estratégico que deberá estar listo en junio. La gran cuestión irresuelta es si España apostará o no por integrar a las dos ciudades en el Espacio Schengen y la Unión Aduanera.
El Frente Polisario tiene solo a Argelia como padrino. China y Rusia –sobre todo- están en estos momentos a otra cosa. Estados Unidos, la UE –que ha saludado este lunes el paso dado por España- e Israel están del lado de Marruecos.
El interés de todos ellos es mantener buenas relaciones con el reino alauí, eficaz gendarme de las fronteras europeas y tapón en la lucha contra el terrorismo yihadista. Rabat ha ganado en este tema. Para siempre. No habrá nunca referéndum de autodeterminación ni mucho menos independencia saharaui. Sólo cabrá, si de verdad importa para España –y la comunidad internacional- el destino de quienes se consideran pueblo saharaui y han luchado durante décadas por su autodeterminación, presionar para que Marruecos implemente la prometida autonomía para el territorio. A día de hoy, pocos visos hay de que algo parecido vaya a ocurrir.