Los residentes en Sri Lanka describen de apocalípiticas las escenas que se están produciendo en muchos puntos del país. El relato más neutro desliza que es casi imposible diferenciar entre los que protestan a favor de la dinastía política de la familia Rajapaksa (la minoría) y los que lo hacen en contra (mayoría abrumadora). La violencia es idéntica en esta maraña en la que el caos y la rabia han tomado el país, y donde los estamentos de poder están amenazados. El objetivo principal generalizado es expulsar del Gobierno a Mahinda, que hasta ayer era el primer ministro, y a su hermano Gotabaya, quien se aferra al cargo de presidente de la nación con el ímpetu de alguien que rehúsa caerse por el precipicio. Las piernas le cuelgan, las manos le sudan y, a jugar por la presión del pueblo enfervorizado, pronto podría acabar sucumbiendo a la fuerza de gravedad. El cuándo y, sobre todo, el cómo, es una incógnita.
Mahinda Rajapaksa dimitió de su cargo el lunes y su decisión no fue suficiente para calmar los ánimos. Pocas horas después, durante la madrugada del martes, tuvo que ser evacuado por las Fuerzas Armadas junto a su familia más inmediata. Fuera de la residencia había decenas de protestantes armados con cócteles Molotov dispuestos a entrar por la fuerza.
“Las emociones son fuertes en Sri Lanka. Insto a nuestro público en general a ejercer la moderación y recordar que la violencia sólo engendra violencia. La crisis económica en la que nos encontramos necesita una solución económica que esta Administración se ha comprometido a resolver”, explicó Mahinda vía Twitter tres horas antes de confirmar su dimisión. “Con efecto inmediato, he presentado mi dimisión al presidente como Primer Ministro”, publicó.
Las informaciones más recientes indican que el exprimer ministro se encuentra junto a su familia en las instalaciones de un campamento de la Marina que también está rodeado por violentos. “Los manifestantes han rodeado el campamento de la Marina de Trincomalee exigiendo que Mahinda Rajapaksha y su familia sean expulsados del campamento”, publica un usuario que comparte un vídeo en vivo de las protestas. Una de las casas de Mahinda ha sido atacada por los violentos.
Estas son algunas de las instantáneas que se han producido en las 48 horas más sangrientas desde que comenzaron las protestas en marzo. Otras fotografías de la barbarie describen por sí solas el calado de esta revuelta. El presidente de un distrito en la Provincia del Sur ha fallecido después de que su casa fuera asaltada el lunes. En otro incidente ocurrido a las afueras de la capital, Colombo, un político afín a los Rajapaksa disparó contra manifestantes que bloquearon su vehículo. Mató a un joven y acto seguido se quitó la vida. Ambos políticos también tienen una legión de seguidores que están llevando a cabo ataques coordinados contra los protestantes y se han airado denuncias en las que acusan a ambos hermanos de facilitar la salida de presos que se enfrenten a ellos. El resultado ha dejado a más de una docena de fallecidos y centenares de heridos. Se ha declarado el estado de emergencia, se ha ampliado el toque de queda hasta el miércoles y han dimitido en masa miembros del Gobierno. El todavía presidente, Gotabaya, ha sido citado para comparecer en el Parlamento.
El descontento en Sri Lanka nace en un contexto que no es distinto al de otros lugares del mundo: la pandemia ha destapado la pésima gestión de los recursos por parte del Gobierno. En este caso, la nefasta gestión de los Rajapaksa ha generado un escasez tal, que gran parte de la población ya se ha cansado de sufrir. Cortes de electricidad diarios, la falta de medicamentos, de productos básicos, de alimentos, de combustible… Las arcas están vacías, el Estado no es capaz de importar, de amortiguar la inflación y el estratosférico precio del coste de la vida. Esto, unido a la corrupción gubernamental y al nepotismo reinante, han provocado la desesperación de un pueblo que a través de la violencia ansía unos comicios que sirvan para cambiar la situación.
Las redes sociales han sufrido cortes, según denuncian algunos usuarios, sin embargo, proliferan los vídeos y el contenido sobre lo que está ocurriendo en Sri Lanka. En un post en Facebook, un usuario ha contabilizado a 52 “sin techo” que han perdido sus casa por las llamas tras ser atacadas por los violentos. Se trata de ministros y políticos locales que no han podido hacer nada para evitar los destrozos. Uno de los denominadores comunes de los autores de estos actos es que se niegan a salir en los vídeos y también se enfrentan a periodistas con los que comparten el mismo sentir de cambio.
“He cubierto esta protesta desde el principio, pero nunca he tenido tanto miedo como hoy. Me he escondido detrás de la Fuerza Aérea mientras la violencia aumentaba, había gente golpeada y sangrando, arrastrada, vehículos incendiados, temí realmente por mi vida. Y era mi gente de la que tenía miedo”, ha escrito en Twitter la periodista local, Joel Raymond.
Algo que también ha expresado otra compañera suya: “Me pesa el corazón. No sólo porque mi país esté ardiendo, sino porque esta noche he temido a mi propia gente. He cubierto disturbios, protestas, pero ninguna como la de hoy, en la que he temido ser periodista. Sin embargo, estoy agradecida de estar en casa sana y salva. Gracias a todos los que nos han deseado lo mejor a los periodistas”, ha relatado Kalani Kumarasinghe.
Como estas dos periodistas, muchos de los reporteros locales que están cubriendo las revueltas en Sri Lanka describen que los participantes en las revueltas están dispuestos a todo. La pregunta es si será suficiente con desbancar del Gobierno a los Rajapaksa.