La ciudad de Nanning, capital de la provincia china de Guangxi, tiene un aire denso, húmedo, que se mezcla con la contaminación provocada por los tubos de escape de las miles de motos que recorren sus calles. Su clima subtropical y su menor desarrollo en comparación con las grandes urbes chinas de la costa recuerdan que el sudeste asiático está cerca. La frontera con Vietnam se sitúa a apenas 200 kilómetros.
Hasta allí llegó Shi Zhengli en 2004, de mano de un grupo internacional de científicos, para estudiar coronavirus en las colonias de murciélagos de varias cuevas que se extienden por zonas rurales cercanas a la ciudad donde la espesa vegetación cubre las formaciones de roca kárstica características de esta parte de Asia.
Las primeras expediciones tenían como propósito encontrar el origen del virus del SARS, que había matado a 800 personas e infectado a más de 8000 entre 2002 y 2003 en el sur de China, especialmente en Hong Kong.
Según cuenta la propia Shi a la revista Scientific American, ella y sus compañeros tenían que caminar durante horas, arrastrarse por estrechos huecos en la roca y trabajar de madrugada para recoger muestras de sangre y heces de los animales. La búsqueda dio sus frutos. El equipo halló anticuerpos del virus del SARS en varias especies de murciélago de herradura de Guangxi.
Desde entonces, Shi se ha pasado buena parte de los últimos 16 años metida en cuevas chinas investigando los coronavirus en quirópteros. Tanto es así que sus compañeros la apodaron “mujer murciélago”.
Sin embargo, la verdadera sorpresa se encontraba en la vecina provincia de Yunnan. Allí, Shi Zhengli y su equipo descubrieron en los murciélagos de algunas cuevas locales un enorme reservorio de cientos de virus, varias decenas de ellos pertenecientes al mismo grupo que el que provoca el SARS y capaces de infectar a humanos. Toda una bomba natural dispuesta a estallar mediante detonadores como la deforestación, la expansión de las áreas urbanas o la caza.
De hecho, en 2015, Shi y su equipo hicieron análisis de sangre a personas de los pueblos de las comarcas vecinas a las cuevas y descubrieron que cerca del 3 % de ellas tenían anticuerpos de virus de la familia del SARS procedentes de murciélagos. Otros estudios también han generado resultados similares en zonas del sudeste asiático, lo que demuestra que cientos de miles de personas están en contacto con este tipo de patógenos. Aunque en su mayor parte son inofensivos o afectan solo a pequeñas poblaciones y después se desvanecen, según Shi, es cuestión de tiempo que aparezcan mutaciones más peligrosas.
Muchas veces, a través de otras especies como civetas, pangolines o cerdos, que actúan como transmisores de los virus a los humanos.
Shi Zhengli lleva años advirtiéndolo. La científica ha publicado varios artículos sobre sus investigaciones en la prestigiosa revista Nature. Quizá el más profético fue el que escribió junto a otros colegas en 2015 bajo el título Un grupo de coronavirus similares al SARS que circulan en murciélagos muestra potencial para un surgimiento en humanos.
En el estudio, Shi y sus compañeros tomaron el coronavirus SHC014-CoV, presente en poblaciones de murciélago de herradura, y generaron un virus quimérico -algo habitual en investigación- mediante genética inversa a partir del virus del SARS para reproducir un contagio en ratones.
El estudio mostró la rápida multiplicación y la resistencia a tratamientos conocidos de este tipo de virus ya existentes en murciélagos en caso de una infección en humanos.
Shi aseguró por entonces que el ser humano tendrá la culpa si hay un brote “porque sigue colocando granjas de cerdos al lado de colonias de murciélagos”. A día de hoy, sigue segura de que habrá nuevas pandemias y de que solo la investigación podrá prevenirlas.
Shi Zhengli es actualmente subdirectora del Instituto de Virología de Wuhan. El centro cuenta con un laboratorio de nivel BSL-4, la categoría más alta en la escala internacional de bioseguridad, en el que se estudian virus P4, los considerados más letales. El laboratorio fue establecido en 2015 en colaboración con el Instituto Merieux francés.
El centro alberga, de hecho, el banco de virus más importante de Asia, con 1500 variedades, entre las que se encuentra, gracias a Shi, una de las mayores bases de datos de coronavirus procedentes de murciélagos.
El instituto ha recibido en los últimos años miles de dólares en financiación del Gobierno de EEUU a través del National Institute of Health estadounidense para las investigaciones llevadas a cabo por Shi sobre coronavirus.
Pero la explosión de la pandemia de COVID-19 y las dudas sobre el origen exacto del virus que la provoca, que el Gobierno chino y algunos científicos niegan que se encuentre en el mercado de marisco de Huanan en Wuhan, han colocado a Shi Zhengli en el centro de todas las dianas. Y el enrarecido clima social mundial, en el que el populismo fácil triunfa por encima de los razonamientos científicos pausados, ha hecho el resto.
Su colaboración con científicos estadounidenses la ha convertido en culpable para el exacerbado y creciente nacionalismo chino, que estos días compra las teorías de la conspiración promovidas por los medios estatales y ciertos cargos del Gobierno de Pekín de que EEUU creó el virus o que, al menos, este surgió en dicho país.
“Es una traidora”, comenta un usuario de Weibo, el Twitter chino. “EEUU fabricó el virus y Shi Zhengli los ayudó enviándoles muestras desde China”, opina otro. Pero las investigaciones de Shi ya llenaron Weibo a principios de febrero de mensajes de odio que la acusaban de ser la “madre del Diablo”, según el periódico South China Morning Post. Tanto, que la científica tuvo que salir a defenderse. “Juro con mi vida que el virus no tiene nada que ver con el laboratorio”, publicó entonces.
La comunidad científica internacional, incluidos la Organización Mundial de la Salud o el Instituto Pasteur francés, ha negado una y otra vez que el coronavirus que actualmente azota al mundo haya sido creado en un laboratorio, a pesar de los bulos que recorren las redes. Comprobarlo es fácil. La modificación artificial de un virus deja trazas en su código genético y el SARS-CoV-2 no las tiene. Es natural.
De hecho, el equipo de Shi fue el primero en descubrir que este coronavirus es genéticamente similar en un 96 % a una cepa hallada en excrementos de murciélago en Yunnan.
La siguiente campaña de desinformación, difundida por la Administración Trump y alimentada por la habitual opacidad del régimen chino, asegura que, aunque el virus surgió en la naturaleza, escapó del laboratorio de Shi Zhengli en Wuhan, donde, según estas informaciones, lo estudiaban. Y ha servido para provocar una escalada en la guerra dialéctica habitual entre Pekín y Washington.
Los rumores se apoyan en un artículo del Washington Post de mediados de abril que asegura que varios cables diplomáticos estadounidenses de 2018 alertaron al Gobierno norteamericano de la deficiente seguridad del laboratorio de Wuhan tras varias visitas de funcionarios de EEUU.
La propia Shi Zhengli reconoce que ella misma llegó a pensar que el nuevo coronavirus podría haber escapado de su laboratorio cuando el 30 de diciembre de 2019 las autoridades chinas le encomendaron investigarlo.
“Nunca habría imaginado que esto pasaría en Wuhan”, afirma a Scientific American. Sus estudios apuntaban a que las mayores posibilidades de un brote por este tipo de virus estaban en las provincias subtropicales del sur, como Guangxi y Yunnan, donde había realizado sus expediciones, no en Hubei, que se encuentra en el centro de China.
Shi ordenó una investigación interna sobre posibles fallos y reconoce que pasó varios días sin dormir hasta que llegaron los resultados: la secuencia genética del nuevo coronavirus no coincidía con ningún patógeno que hubiera sido estudiado en el laboratorio.
Aunque incluso en centros de máxima seguridad de varios países ha habido fugas de virus anteriormente, por el momento, la comunidad científica internacional repite que no hay ninguna prueba de que esto haya ocurrido en Wuhan. El Gobierno chino ha rechazado aceptar una investigación internacional porque asegura que esta presupone su culpabilidad, aunque sí negocia permitir a la OMS enviar una delegación para estudiar el origen animal del coronavirus.
Mientras, Shi Zhengli sigue haciendo frente a nuevos bulos. El último aseguraba que la investigadora había huido a EEUU a través de su embajada en París con documentos secretos chinos, según informa el diario estatal Global Times.
Shi volvió a publicar un nuevo mensaje en las redes sociales para negarlo: “No voy a desertar. No he hecho nada malo. Creo firmemente en la ciencia. Llegará un día en el que las nubes de dispersen y el sol vuelva a brillar”.