Kelvin Ledesma nació en Cornellá, pero con la sangre del Caribe dominicano corriendo por sus venas catalanas. Estaba jugando en el suelo frío del aeropuerto de Zaventem (Bélgica) cuando a su alrededor y durante un instante todo quedó reducido al cero absoluto.
Su madre Awstra Antania Duval esperaba nerviosa en una de esas rígidas filas de asientos tan de aeropuerto. Había hablado un momento antes por teléfono con su marido, pero se había interrumpido la llamada y no pudo precisarle cuando estarían de vuelta. Deberían haber llegado ya a casa después de unas generosas vacaciones en República Dominicana, pero la escala en Bruselas se convirtió en una repentina parada en seco cuando el vuelo que debía llevarles a Barcelona quedó anulado la noche anterior.
Jesús, un trabajador del aeropuerto, buscaba un lugar dónde ubicar a esa madre y a ese hijo que tanto le recordaban a su propia vida cuando el trueno del desdén bramó en el aeropuerto y derribó su felicidad de martes por la mañana.
La metralla de las bombas se clavó en las piernas de futbolista del pequeño Kelvin Ledesma, justo un segundo antes de que se alcanzara el cero absoluto.
Las rígidas filas de sillas se retorcieron hasta lo imposible por la onda expansiva de la rabia transportada y desde abajo, Kelvin, el Gallo, llamaba a su madre. Malherida, Awstra Antania, recuperó a su hijo, herido pero vivo.
Kil Hipólito Ledesma, el padre de Kelvin, encendió la tele esa mañana aún medio dormido, pero cuando vio en HD que su esposa y su hijo corrían a través de un vendaval de escombros se arrepintió de haber vuelto antes de sus vacaciones, de haberse separado de ellos, y hasta de haber nacido para vivir esto.
Ahora mira a su hijo, tumbadito en la cama de un hospital de una ciudad y de un país lejano, y piensa en recuperar la vida antes.