El inevitable paralelismo entre la invasión de Rusia en Ucrania y la temida -y potencial- incursión de la República Popular de China en Taiwán ha provocado un éxodo de inversores extranjeros en la isla autónoma. Movidos por el temor a una escalada bélica en Indopacífico, la semana pasada y sólo en dos días, se llegaron a vender acciones por valor de cuatro mil millones de euros, según datos de Bloomberg.
El informe de la publicación la ha calificado como la mayor salida de capitales extranjeros en lo que va de año entre los mercados emergentes asiáticos -sin incluir a China-. En tres meses, han salido unos 13.000 millones de euros, una cantidad que está cerca de igualar el total de todo 2021. El dólar taiwanés está en su nivel más bajo desde abril, se nota la inflación -“importada”, según indicó el gobernador del Banco Central de Taiwán, Yang Chin-long-, también se percibe la subida de precios de las materias primas, el riesgo a interrupciones de suministro y que todo ello provoque un aumento del paro que derive en una estanflación… el panorama es, a pesar de las muestras de optimismo gubernamentales, poco halagüeño. La mayoría de los inversores lo saben, de ahí la estampida, aunque no todos forman parte de la generalidad.
Poco antes de que las tropas rusas entraran en Ucrania, el fondo de gestión de activos, Grantham, Mayo y van Otterloo (GMO), fundado por Jeremy Grantham, entró fuerte en el mercado taiwanés tras adquirir acciones de Taiwan Semiconductor Manufactoring Company (TSMC) por valor de alrededor de un millón de euros.
La jugada no pasó desapercibida ya que durante el mismo trimestre GMO vendió acciones de Pfizer (-56%) o de Meta, antigua Facebook (-10%). El razonamiento de Grantham es que las predicciones de sus analistas creen improbable un ataque de China a Taiwán durante esta década y ha visto una oportunidad para invertir durante este clima de desconfianza generalizado. Lo más pesimistas, como el analista de Citi, Christopher Danely, describen como “una guarida de osos” el ambiente de los inversores en el mercado taiwanés y a la recesión a la que se enfrentan. Grantham prefirió usar otra expresión justo un mes antes de la invasión: “que empiece el alboroto salvaje”. Esa frase fue publicada en un artículo que escribió cuando Rusia ya aglutinaba gran parte de sus tropas en la frontera con Ucrania, Estados Unidos ya había avisado de las sanciones a las que se enfrentaría en caso de comenzar el asedio y cuando ya se había producido la primera negativa de la OTAN a aceptar las demandas de Vladimir Putin, hecho que propició los primeros fracasos diplomáticos para evitar el desastre. Donde muchos vieron riesgo, Grantham vio una oportunidad.
Taiwán es el mayor productor mundial de semiconductores del mundo. TMSC produjo un 50 por ciento de los chips del mercado global en 2020 y genera, junto a otra de las mayores compañías en el sector, también ubicada en la isla, United Microelectronics Corporation (UMC), más de dos tercios de la producción mundial. Es tal el atractivo mercado de semiconductores en Taiwán que, si bien no sería el principal motivo de una invasión china, sí sería un caramelo irresistible en caso de invasión.
Desde que el Departamento de Comercio de EE.UU. dificultara en 2020 a Huawei adquirir chips que tengan cualquier “equipo, propiedad intelectual o diseño de software” estadounidense, TMSC vio amenazado su comercio con su segundo mayor cliente. Ahora, el gigante tecnológico chino está tratando de impulsar la producción propia, todavía alejada del producto taiwanés por la dificultad para acceder a materias primas.
Dos académicos estadounidenses, Jared McKinney y Peter Harris, presentaron un estudio en noviembre que coincidió con las mayores incursiones de China en espacio aéreo taiwanés. Éste se titula: ‘Disuadir a China de invadir Taiwán” y en él proponen que para hacer menos atractiva la potencial invasión, Taiwán debería amenazar con destruir su central de producción de chips. “Para empezar, Estados Unidos y Taiwán deberían planificar una estrategia de tierra quemada que haga que Taiwán no sólo sea poco atractiva si alguna vez es tomada por la fuerza, sino demasiado costosa de mantener. Esto podría ocurrir mediante la amenaza con destruir las instalaciones de su principal proveedor, TSMC”, afirmaron.
Nada de esto ha frenado la millonaria inversión de GMO en la mayor empresa de fabricación de chips del mundo, en tiempos de guerra y durante un clima de temor a una escalada en Indopacífico. Un reciente análisis de Credit Suisse les da la razón. “Vemos que las perspectivas de negocio de TSMC mejoran, y el liderazgo tecnológico debería mantener intacta su cuota de mercado y su rentabilidad”. Un análisis de Goldman Sachs confirma el miedo de los inversores en Taiwán y varios analistas han señalado en Financial Times precisamente lo contrario a la estrategia de GMO: que la creciente desconfianza de los inversores extranjeros provocada por la inestabilidad geopolítica en Taiwán debería servir para invertir precisamente entre los competidores de TSMC.
Samsung e Intel, están entre ellos, también empresas que forman parte de la cadena de suministro de chips que no sean taiwanesas o chinas y que -a priori- incrementarían la dependencia de Pekín en la tecnología extranjera.
Mientras sonaban los tambores de guerra en la frontera entre Rusia y Ucrania, y China realizaba sus últimas incursiones aéreas en cielo taiwanés antes de los Juegos Olímpicos de Invierno, el Foro Económico Mundial publicó en enero su informe anual sobre Riesgos Globales en 2022. Curiosamente, en el contexto prebélico, la confrontación geoeconómica ocupó el décimo puesto del listado de riesgos más graves percibidos; el cambio climático, las desigualdades sociales y la crisis provocada por la pandemia se llevaron la palma. No es difícil predecir cuáles serían los temores a día de hoy y cómo esta lista habría cambiado. La guerra -o el miedo a que se produzca- están afectando a la confianza, eso desajusta el mercado bursátil y lo llevan a un terreno aún más impredecible.
Grantham avisó hace unos meses de que el mercado, al alza desde 2009, vivía en una burbuja que acabaría por explotar. La describió como una “burbuja épica en toda regla”. El tiempo dirá si sólo se desinfla o si explota como en otras épocas, mientras tanto, la especulación continuará paralelamente a la economía de guerra, porque más allá de la barbarie siempre habrá quien encuentre una oportunidad.