“A ver si se acaba la pandemia y me puedo ir con mi novio a algún sitio donde se celebre el Orgullo de verdad”, comenta Xiao, un chico chino de 28 años que vive en Pekín. “Aquí no creo que haga nada, por razones obvias”, afirma. Esas razones son básicamente dos: en China, y más aún en su centro político, la reivindicación callejera es impensable y los lugares para público LGTB en Pekín son pocos más allá de algunas asociaciones y tres o cuatro discotecas, que suelen llenarse varios días por semana. Pekin tiene más de 21 millones de habitantes.
Por el momento, lo más parecido a una celebración del Orgullo en China tiene lugar en Shanghái cada mes de junio, aunque es diferente a los eventos callejeros masivos de Occidente.
El Shanghai Pride fue fundado por un grupo de amigos en 2009 y se organiza gracias a voluntarios, en su mayoría extranjeros. Lo único que podría recordar a una manifestación es la Pride Run, una pequeña carrera que organizan por las calles de la ciudad. Pero los eventos van más allá: un festival de cine, exposiciones de arte, fiestas en bares, foros… Aunque este año han tenido que cancelar varios por los rebrotes de covid.
Raymond Phang, cofundador, celebra que cada vez acuda más gente, especialmente chinos, aunque se trata de eventos todavía muy modestos, de apenas unos centenares de personas. Sin embargo, los organizadores encuentran dificultades por parte del público y de las autoridades. “Shanghái es relativamente abierto, pero aun así es complicado. Muchas veces nos obligan a cambiar de local o los patrocinadores se acaban echando atrás”, comenta Raymond.
Tras décadas de persecución, la homosexualidad fue despenalizada en 1997 y retirada de la clasificación de enfermedades mentales en 2001. La aceptación social avanza y los lugares para clientela LGTBI se multiplican. Aunque las cosas están evolucionando, en China la diversidad sexual sigue siendo tabú para buena parte de la sociedad. Según un estudio de Naciones Unidas, apenas el 5 % de las personas LGTBI del país vive su sexualidad de forma abierta.
Xiao conoció a su chico a través de Alo, una popular aplicación china de citas entre hombres, y cree que, de no ser por la app, le habría sido muy complicado encontrar pareja. “Todo el mundo es muy discreto, se camufla para protegerse”, afirma.
Según la ONU, aunque una mayoría de la sociedad china, y muy especialmente los jóvenes, cree que las personas LGTBI deben tener los mismos derechos que las heterosexuales, la discriminación sigue siendo fuerte y la aceptación en el ámbito familiar, reducida. La tradición confuciana pesa y dar nietos es prácticamente una obligación de cualquier hijo.
Ni Xiao ni su amigo Cong, de 30 años, han dicho a sus familias que salen con personas de su mismo sexo, a pesar de que no esconden su sexualidad entre amigos ni compañeros de trabajo. “Para mí, lo más difícil de ser gay es tener que decírselo a mis padres. Reaccionarían de manera negativa. Creo que mi madre ya lo sabe y rechaza admitirlo”, cuenta Cong. “Me estresa mucho. Me mencionan muy a menudo que sus amigos ya tienen nietos y me preguntan cuándo voy a traer una chica a casa. Para ellos, no tener hijos es como un delito”, afirma.
Cong no se ha planteado por el momento casarse con una mujer, pero sospecha que algunos amigos suyos sí. De hecho, los matrimonios entre homosexuales y heterosexuales son sorprendentemente comunes en China. La Asociación de Sexología de China calcula que el 80 % de los hombres homosexuales chinos se casa con mujeres por presiones familiares. Aunque no hay datos de mujeres homosexuales, es lógico pensar que su situación no es mucho mejor.
Tan habituales son estos enlaces que se ha popularizado el neologismo tongqi para referirse a los millones de mujeres casadas, sin saberlo, con hombres gays. La estigmatización del divorcio lleva, además, a que muchas prefieran llevar vidas infelices antes que separarse. Aunque no tanto, también son habituales los matrimonios entre homosexuales de distinto sexo que fingen llevar una vida heterosexual solo de cara a sus familias.
La homofobia actual no proviene -o no exclusivamente- de las enseñanzas de Confucio, que sitúa a la familia como centro de la sociedad. En la antigua China, ya bajo la influencia del pensamiento confuciano, se practicaba la poligamia y las relaciones homosexuales, especialmente entre hombres, eran algo habitual e, incluso, bien visto, al menos entre las clases altas. La literatura de la época narra de forma positiva los encuentros sexuales entre emperadores y miembros de la corte ya durante la dinastía Han (206 a.C. – 220 d.C.).
En algunos lugares, como la provincia de Fujian, se practicaron ceremonias similares al matrimonio entre hombres hasta el siglo XVIII, aunque estas uniones acababan disolviéndose al cabo de los años para que cada miembro de la pareja tuviera hijos por su cuenta. En Cantón, eran comunes las “asociaciones de la orquídea dorada” entre mujeres.
Toda esta normalidad de la diversidad sexual, pecaminosa a ojos de misioneros y comerciantes europeos, fue desapareciendo con la influencia del colonialismo occidental. La dinastía Qing (1644-1912) fue la primera en imponer una ley que penalizaba la homosexualidad en China. La “modernidad” proveniente de Europa, que consideraba la homosexualidad una patología, terminó por imponer la homofobia, especialmente tras la llegada al poder en 1949 de Mao Zedong y su ruptura con la tradición china.
Con la apertura económica del país a partir de los años ochenta, la mentalidad se ha ido abriendo a las corrientes -esta vez- pro-LGTBI que llegan de fuera. Sin embargo, el conservador Gobierno chino aplica una “política de tres noes”: no aprobación, no condena y no promoción de la homosexualidad, sin que quede claro cuál es la hoja de ruta de las autoridades. El Gobierno se mantiene en una zona gris en la que tolera a la comunidad LGTBI y da tímidos pasos para otorgarle más derechos, pero reprime cualquier activismo que pueda suponer una amenaza para la estabilidad social y del sistema.
La situación es más complicada para las personas transexuales. Los procesos de reasignación de sexo son largos y complicados y se exigen requisitos como la aprobación familiar, lo que, según Amnistía Internacional, empuja a muchos a recurrir al mercado negro. Además, China sigue considerando la transexualidad una enfermedad mental.
J. trabaja en una de las principales ONG de ayuda a la comunidad LGTBI de China, pero prefiere que tanto su nombre como el de la organización no aparezcan en el artículo “para no recibir atención indeseada” por parte de las autoridades. El Gobierno chino ha endurecido el control sobre las ONG, especialmente bajo el mandato del actual dirigente, Xi Jinping.
La organización de J. se centra, entre otros aspectos, en la atención psicológica a personas transexuales y en la lucha contra las terapias de conversión, que aún se practican en el país. “En 2014, demandamos a una clínica que aplicaba descargas eléctricas para convertir a personas LGTBI en heterosexuales. Fue el primer caso ganado por el colectivo en China”, cuenta.
“La situación de las personas LGTBI ha mejorado, pero todavía sufrimos discriminación y, desafortunadamente, no hay una ley que nos proteja”, asegura J.. China aceptó, para sorpresa de muchos, todas las recomendaciones del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas en 2019 en lo relativo a derechos LGTBI. El Gobierno chino se comprometió a crear una legislación específica contra la discriminación hacia el colectivo, pero todavía no la ha aprobado.
Las autoridades han rechazado en varias ocasiones las propuestas de ley de matrimonio para personas del mismo sexo. La última, este mismo mes de mayo, cuando se aprobó por primera vez un código civil en China y el matrimonio igualitario fue una de las sugerencias más apoyadas en la fase de consultas ciudadanas. Sin embargo, el Gobierno aprobó en 2017 una suerte de “tutela” que permite a las parejas homosexuales tener ciertos lazos legales en lo relativo a decisiones médicas o herencias.
Los contenidos homosexuales son censurados en el cine, el arte y la televisión al mismo nivel que la violencia y la pornografía. El Festival de Cine Queer de Pekín, que comenzó a celebrarse en 2001, ha sido vigilado y perseguido por las autoridades y en varias ocasiones ha tenido que ser celebrado en embajadas extranjeras. En 2015, la Administración de Prensa, Radio, Cine y Televisión fue más allá y prohibió los contenidos homosexuales.
La película ‘Call me by your name’ fue retirada en el último momento del Festival Internacional de Cine de Pekín en 2018. Ese mismo año, la habitual censura en las redes sociales llevó a Weibo, el Twitter chino, a prohibir cualquier conversación sobre temas LGTBI siguiendo las instrucciones del Gobierno de crear un entorno “limpio y armonioso” en internet. La decisión fue muy criticada por la población e, incluso, por El Diario del Pueblo, el periódico emblema del Partido Comunista chino. La red social tuvo que dar marcha atrás.
“La situación de las personas LGTB está cambiando a mejor porque los jóvenes tienen más voz”, opina Cong. Pero añade que el cambio requiere tiempo, y más en China, donde las autoridades ralentizan los avances. “Una generación al menos”, pronostica.