Al soldado japonés Hiroo Onoda, destinado en la isla filipina de Lubang, se le había ordenado "luchar hasta el final" en 1944, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, y cumplió la orden al pie de letra, alargando la lucha en una campaña de guerrillas durante 30 años. Fue el mayor Yoshimi Taniguchi quien le espetó "puede que nos lleve tres años, incluso cinco, pero pase lo que pase volveremos a por ti". Y esa promesa mantuvo firme a Onoda a pesar de las noticias que decían que la guerra había terminado. Solo se rindió en 1974, cuando su comandante, ya retirado, le ordenó que lo hiciera.
La increíble historia la ha recuperado el 'Daily Star' en el 76 aniversario del Día VJ, cuando Estados Unidos forzó la rendición de Japón de la Segunda Guerra Mundial después de arrojar bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki. Todo eso estaba a un mundo de distancia de Onoda, que se encontraba en lo profundo de la jungla filipina y desconocía los terribles eventos que se desarrollaban en su tierra natal.
Onoda explicó en 2010: "Todos los soldados japoneses estaban preparados para la muerte, pero como oficial de inteligencia se me ordenó llevar a cabo una guerra de guerrillas y no morir. Me convertí en oficial y recibí una orden. Si no podía cumplirla, sentiría vergüenza".
Cuando las fuerzas estadounidenses y filipinas asaltaron Lubang en febrero de 1945, casi todos los ocupantes japoneses murieron o se rindieron. Onoda, un experto en supervivencia altamente capacitado, condujo a sus camaradas sobrevivientes a la jungla montañosa en el interior de la isla, llevando a cabo una campaña de guerra de guerrillas contra las fuerzas invasoras de su emperador Hirohito.
A pesar de la derrota de su país, él y sus compañeros rezagados estaban convencidos de que un documento de orden de rendición arrojado desde los cielos por el general Tomoyuki Yamashita del 14º Ejército era falso, porque estaba plagado de errores.
Su guerra continuó, sobreviviendo a base de frutas de la selva y animales de granja robados, mientras ocasionalmente mataban a un "soldado enemigo" que creían que estaba disfrazado de "granjero o policía", 30 de ellos durante su campaña de tres décadas.
Uno de sus compañeros, Yuichi Akatsu, decidió rendirse en 1950. Otro, Kinshichi Kozuka, murió en 1972 después de ser abatido por la policía local, pero Onoda era el último hombre en pie y continuó eludiendo a los grupos de búsqueda enviados esporádicamente para rastrearlo como tácticas enemigas para engañarlo para que se rindiera.
Incluso descartó como un engaño una bandera japonesa plantada en la jungla con las firmas de su familia, y que contenía una grabación de su anciana madre, entonces de 86 años, suplicando: "Por favor, ven a casa mientras yo aún esté viva".
Finalmente se rindió en 1974 después de ser encontrado por un viajero hippy japonés, Norio Suzuki, quien dijo que buscaba al "Teniente Onoda, un panda y el Abominable Hombre de las Nieves, en ese orden". Suzuki se ganó la confianza de Hiroo pero este se negó a irse a menos que sus órdenes fueran anuladas. Así que su oficial al mando, en ese momento un librero que se había retirado del ejército, fue trasladado en avión para ordenarle formalmente que se retirara.
Onoda entregó su espada, su rifle Arisaka aún en funcionamiento, 500 rondas de municiones, varias granadas de mano y una daga de su madre para suicidarse en caso de que lo capturaran. Aún con su viejo uniforme del ejército, bien planchado en caso de que lo visitara un oficial superior, salió de la jungla. Fue indultado por el presidente filipino Ferdinand Marcos por los 30 isleños que mataron él y sus compañeros.
A los 52 años, lo llevaron en avión de regreso a Japón para ser recibido como un héroe. En una conferencia de prensa aseguró que había estado "cumpliendo mis órdenes". Al regresar a casa, quedó horrorizado por el Japón de 1974, que era muy diferente del hogar que dejó, sintiendo que los valores tradicionales habían sido erosionados por el consumismo.
Después de un período temporal como ganadero en Brasil, emprendió a una segunda carrera dirigiendo un campamento de naturaleza para niños en las afueras de Tokio. Viviría 39 años más después de salir de la jungla y rendirse, muriendo en Tokio a los 91 años.