El auge de la ultredecha en Europa durante los últimos años es más que evidente. No hay más que volver la vista atrás hacia las elecciones de la Comisión Europea del pasado mes de mayo de 2019: actualmente hasta 21 partidos de extrema derecha cuentan con un asiento en la Eurocámara, presentes en seis grupos parlamentarios. También hemos asistido al triunfo de partidos de este corte en países como Hungría, Francia, Italia, Polonia o Reino Unido. La tónica general es el extremismo de derechas, la xenofobia y las políticas en contra de la inmigración (muchas veces maquilladas), el euroescepticismo (o directamente, la eurofobia) y la defensa de un sistema liberal en el sentido más literal de este concepto.
Nada menos que 135 escaños dentro de la Comisión Europea, de un total de 751, defienden ideas de la ultraderecha. Y esta tendencia no es sino el reflejo en el marco de la UE de una tendencia al alza en muchos estados miembros, incluyendo a España y al fenómeno Vox.
Dentro de la extrema derecha encontramos distintos tipos de política que, en mayor o menor medida, se encuentran presentes en cada una de estas formaciones. El nacionalismo, el discurso en contra de la inmigración, la xenofobia o el desprecio a las minorías, reticencias hacia la cultura y la diversidad... incluso la conexión, en algunos casos, con agrupaciones neonazis o defensoras de la violencia. Existen factores que se relacionan con la nueva oleada ultraderechista: el incremento de la inmigración, la crisis económica, la desinformación y la polarización de posturas fruto de una cada vez menor riqueza cultural, son el caldo de cultivo perfecto para el auge de este tipo de ideas. El miedo al cambio y la idea de mantener intacta la cultura propia suelen formar parte de este tipo de discursos, que apelan también a la idea de familia y a los valores con que se trata de definir e identificar a determinados pueblos o naciones.
El resultado es la presencia de partidos claramente extremistas en muchos gobiernos europeos actuales, la mayoría de las veces en forma de coalición con otros partidos más votados, normalmente de derecha o centro-derecha. Este es el mapa actual de la ultraderecha en Europa:
El ejemplo más cercano lo tenemos en casa: Vox entró en la Junta de Andalucía en 2018 y desde entonces su escalada ha sorprendido a muchos. PP y Ciudadanos dieron pie por aquel entonces a un gobierno de coalición que sirvió para fortalecer el empuje de la formación hacia el gobierno nacional. Vox fue la tercera fuerza en las últimas elecciones, con el 15,1 por ciento de los votos, cuenta con un total de 52 escaños en el Congreso de los Diputados y también tiene presencia en el Gobierno de la Comunidad de Madrid y en Murcia, junto con PP y Ciudadanos. Sin embargo, esta tendencia podría estar llegando a su fin: las últimas encuestas sobre intención de voto, marcadas por la crisis del coronavirus, han reducido el porcentaje de Vox al 11,3 por ciento, es decir, la cuarta fuerza en el Congreso. En el acumulado de dos meses, los de Santiago Abascal bajan del 14,8 al 11,3 por ciento. Ciudadanos parece beneficiarse de ese giro, ya que aumenta la intención de voto para esta formación.
La vecina Portugal también hace hueco a la extrema derecha, aunque tímidamente. En octubre del pasado 2019 el partido Chega, de corte ultraderechista, consiguió su primer escaño, que ocupa el político André Ventura. Se trata de un partido de creación muy reciente: tan solo seis meses antes de las elecciones. Ello da cuenta de la existencia de un electorado que busca este tipo de representación. La intención de voto a su favor sigue creciendo y su discurso apela directamente a las ideas más básicas de la ultraderecha: xenofobia (en este caso, contra la etnia gitana), cierre de fronteras y control de la inmigración.
Siguiendo con los países del sur, la Liga Norte es uno de los paradigmas de ascenso veloz de la extrema derecha en Europa. Su líder, Matteo Salvini, logró para su formación en 2018 el 17,35 por ciento de los votos, convirtiéndose en la tercera fuerza del país y pasando a formar parte de un gobierno de coalición. En plena crisis política, las encuestas auguran que la Liga Norte se convierta en la principal fuerza política del país en los próximos comicios.
El apellido Le Pen se ha convertido en sinónimo de la derecha extrema en Francia. Jean-Marie Le Pen participó en los comicios desde 1974 hasta su sucesión por si hija, Marine Le Pen, en 2011. Solo en una ocasión (muy sonada en toda Europa) Jean-Marie consiguió pasar a la segunda ronda de las presidenciales. El sistema electoral francés lo pone difícil a la hora de permitir un gobierno de ultraderecha en solitario. En el caso de Marine, parece que el partido (rebautizado en 2018) está teniendo más éxito. Las últimas presidenciales en Francia tuvieron lugar en 2017 y un 21,3 por ciento de los votos fueron para esta formación en la primera ronda. En la segunda, Emmanuel Macron obtuvo dos tercios de los votos. Sin embargo, podría haber sorpresas en las próximas elecciones. Las encuestas de intención de voto arrojan resultados muy igualados entre ambos políticos.
En un país con un elevado sentimiento de responsabilidad y culpa vinculado con las barbaries del nazismo, partidos como Alternativa por Alemania (AfD) rompen con el supuesto silencio político en torno a la idea de una Alemania de ultraderecha. Esta formación pone en duda la política de perdón por el nazismo y demuestra no tener pelos en la lengua a la hora de condenar una política permisiva con respecto a la entrada de inmigrantes y del islam. Ya son la tercera fuerza política del país, según los resultados de las últimas elecciones federales. También cuentan con 11 eurodiputados.
La ultraderecha en Grecia está representada por la formación Amanecer Dorado, que protagonizó escenas surrealistas cuando saltó a la fama en 2012, al calor de la crisis financiera. Es euroescepticismo es una de sus razones de ser, vinculado al hecho de que la crisis sacudió especialmente a este país y a la idea de que la pertenencia a la UE (y al euro) habría supuesto un mal pacto para Grecia. Parece que, una vez pasada aquella coyuntura, su incidencia ha descendido.
En el caso de Polonia, la fuerza de la ultraderecha es contundente: hablamos del país más católico de Europa en un sentido estricto, y el actual partido en el poder Ley y Justicia (PiS), se muestra claramente en contra del aborto, la eutanasia, la educación sexual y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Su líder, Jaroslaw Kaczynski llegó a decir que los gays son "la ruina de la civilización" y que los inmigrantes causan "enfermedades infecciosas”. Rechazan totalmente la acogida de refugiados e incluso atacan al sistema judicial. De hecho, el pasado 2018 miles de personas protestaron en las calles contra una reforma judicial con la que el Ejecutivo quería forzar la jubilación de decenas de magistrados del Tribunal Supremo y supeditarlo al control del gobierno. El Tribunal de Justicia de la Unión Europea obligó a Polonia a congelar esa medida al considerar que era “incompatible” con el derecho comunitario.
Muy sonadas fueron también las declaraciones de uno de los líderes de la ultraderecha polaca, en este caso Janusz Korwin-Mikke, miembro del Parlamento Europeo y fundador de la Coalición para la Renovación de la República - Libertad y Esperanza, que dieron la vuelta al mundo por asegurar que las mujeres deben ganar menos que los hombres porque son “más débiles, más pequeñas y menos inteligentes”.
Otros países como Bélgica también cuentan con su ración de ultraderecha, en este caso representada por el partido Interés Flamenco, que defiende la independencia del norte neerlandófono. En el caso de Países Bajos, el Partido por la Libertad (PvV), liderado por Geert Wilders, centra su discurso en el (literalmente) “odio” al Islám. El Foro por la Democracia (FvD), más moderado y centrado en el cierre de fronteras, está comiéndole terreno. También existe ultraderecha en República Checa, representada por el partido Libertad y Democracia Directa.
En el caso de Austria, el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) fue la segunda fuerza más votada en las elecciones de finales de 2017, formando coalición con el partido conservador popular austríaco. La formación sigue teniendo fuerza tras la caída de ese Gobierno debido a un escándalo político: en las últimas elecciones obtuvo el 16,2 por ciento de los votos con un programa político que defiende la tradición, el anti-islamismo y el coto a la inmigración.
Eslovaquia, por su parte, cuenta con uno de los partidos más fascistas en un sentido literal del concepto. El Partido Popular - Nueva Eslovaquia defiende ideas tales como negar la adopción de niños por parte de homosexuales, así como la promoción de las "desviaciones sexuales". Sus miembros también han lanzado discursos xenófobos contra la población de etnia gitana. Eslovenia cuenta también con un partido ultraderechista, el Partido Democrático Esloveno, que ganó las elecciones en 2018 con el 24,9 por ciento de los votos.
Hungría probablemente sea otro de los países más tendentes hacia la ultraderecha dentro de Europa, en este caso representada por el partido Fidesz, que obtuvo nada menos que el 49,2 por ciento de los votos en las últimas elecciones. También ha protagonizado vergonzosos espectáculos en el marco de la política europea, y ha sido acusado de perseguir a los inmigrantes y destituir a jueces en contra de sus políticas. El segundo partido del Parlamento húngaro no se queda atrás: Jobbik -19 por ciento de los votos- es una formación que no acepta el tratado que, tras la Primera Guerra Mundial, entregó parte de sus antiguos territorios a los países colindantes. Se le ha acusado e ser una formación neonazi y fascista.
En el lado opuesto encontramos el caso de Irlanda, donde la presencia de la extrema derecha es mínima, aunque existen partidos como el National Party, a favor de una “Irlanda para los irlandeses”. En los últimos comicios, celebrados este 2020, los dos principales partidos de extrema derecha no llegaron al 1 por ciento de los votos en las elecciones. Algo similar ocurre en Croacia, donde no hay partidos de extrema derecha en el Parlamento. Lo mismo se aplica al caso de Malta o en el de Chipre. Tampoco en Rumanía existe ningún partido de extrema derecha con representación relevante.
Suecia, por su parte, está experimentando una escalada de la xenofobia a medida que la inmigración y la llegada de refugiados toca a sus puertas. El partido de extrema derecha Demócratas de Suecia se encuentra a la cabeza de las encuestas de opinión, con aproximadamente un 25 por ciento de los votos estimados. En las elecciones de 2018 alcanzaron el 17,5 por ciento de los votos, siendo la tercera fuerza política del país. Al contrario, en Dinamarca la extrema derecha, representada por el Partido Popular Danés, obtuvo en sus últimos comicios sus peores resultados desde su fundación, aunque sigue siendo la tercera fuerza en la cámara. Destacan las manifestaciones del partido La Línea Dura, mucho más radical, que ha protagonizado actos como la quema del Corán durante manifestaciones. Finlandia, por su parte, cuenta con el Partido de los Finlandeses, que obtuvo el 17,5 por ciento de los votos en las últimas elecciones. Su líder ha llegado a vincular el Islam con la pedofilia y a los somalíes con el robo.
En Estonia, el Partido Popular Conservador es la tercera fuerza en el Parlamento; mientras, en Lituania no hay partidos de ultraderecha entre las principales formaciones del país, y la intención de voto hacia este tipo de formaciones es en general residual. Letonia presenta una situación similar y su partido más tendente hacia la derecha, Alianza Nacional, no pertenece con claridad a la ultraderecha. En realidad, el partido defiende simplemente el lenguaje letón, y trata de impedir la entrada de fuerzas pro-rusas en el Gobierno.
En Bulgaria, la ultraderecha, agrupada bajo la marca Patriotas Unidos y formada por tres partidos distintos, cuenta con 27 de los 240 escaños de la actual Asamblea Nacional, y gobierna en coalición con el conservador del GERB. El Partido Popular Europeo, al que está afiliado el GERB, se refirió en 2014 a la coalición ultraderechista como un "socio intolerable", según el presidente del PPE en el Parlamento, Joseph Daul. Como muestra, el el viceprimer ministro Valeri Simeonov acusó en el Parlamento a los gitanos de ser "monos feroces dispuestos a matar para robar unas levas”. Sus mujeres no salieron mejor paradas: según Simeonov, tienen "los instintos de una puta callejera".