Errores, prepotencia y censura en el complaciente Gobierno indio
Abrigado en el autobombo más populista, el primer ministro, Narendra Modi, se ha olvidado de aplicar el sentido común
Los sacrificios económicos de la población vieron su recompensa durante la primera ola; ahora a los más desfavorecidos no les queda dinero ni salud
Países en vías de desarrollo dependen de la exportación de vacunas de India, que ha frenado las exportaciones por la crisis
Probablemente, estas palabras del primer ministro de India, Narendra Modi, le perseguirán durante los tres años que le quedan de legislatura antes de las próximas elecciones generales. Fueron pronunciadas hace poco más de tres meses, cuando tocó sacar pecho por la buena gestión que su Gobierno llevó a cabo durante la primera ola de la pandemia. Abrigado en el autobombo más populista, Modi se olvidó de aplicar el sentido común que sí han demostrado otras naciones que creen tener el virus bajo control y donde no han cedido ni un milímetro a la complacencia.
“Esta nación que alberga al 18 por ciento de la población mundial ha sido capaz de frenar el coronavirus y de salvar al mundo entero, de hecho a la humanidad entera, de una tragedia enorme”, expresó en su discurso del 28 de enero en el Foro Económico Mundial de Davos.
MÁS
Fue entonces cuando el líder del segundo país más poblado del mundo (1.366 millones de personas) extendió un optimismo ilusorio a su gente. Lo hizo avalado por las cifras del éxito inicial contra el covid-19, tras confinar al país durante el comienzo de la pandemia y de mostrarse férreo en la aplicación de las normas de distanciamiento social e higiene.
De picos de alrededor de 90.000 contagios en septiembre del año pasado, se pasó a máximos de 20.000 en enero. Fue entonces cuando Modi y su Ejecutivo del Partido Popular Indio pensaron que habían ganado la batalla y crearon una sensación de falsa normalidad. Las ciudades comenzaron a latir de nuevo, los comercios abrieron sus puertas, las restricciones echaron el cierre y las prioridades cambiaron. Con las elecciones locales a la vuelta de la esquina, en febrero, en marzo y en abril, Modi se dedicó enteramente a la campaña electoral que reunió a miles de personas sin mascarilla para presenciar sus discursos en diferentes ciudades. En ellos transmitió la misma sensación de victoria que en su comparecencia en el Foro de Davos. Y claro, la gente le creyó.
Periodo electoral
Además de aprovechar este periodo electoral para sacar rédito político tras su supuesto triunfo contra el coronavirus, el Gobierno no pestañeó al permitir la celebración de una tradición hindú que se lleva a cabo cada 12 años aproximadamente, el festival Kumbh Mela. Las imágenes de millones de hombres bañándose en el río Ganges para redimir sus pecados suelen impresionar, pero el que hayan sucedido en plena pandemia es escalofriante, sobre todo porque esta multitudinaria festividad ha sido un foco histórico de contagios de enfermedades como el cólera, la plaga o la peste.
Nada de esto generó ninguna preocupación a Modi y su pasividad provocó que en tres semanas se pasara del triunfalismo a la catástrofe: los contagios y las muertes comenzaron a subir como la espuma, los hospitales se quedaron sin camas, no había bombonas de oxígeno suficientes y comenzó a proliferar el mercado negro, la gente fallecía en las aceras y dentro de los maleteros de los coches, surgieron crematorios improvisados que no dan abasto, los 300.000 a 400.000 contagios diarios propiciaron nuevas variantes del virus, y así, las miserias de India salieron a relucir.
Aumenta la desigualdad
La campaña de vacunación ya comenzó a mostrar síntomas de la desigualdad social que existe en el país. Por un lado, en lo que a las castas se refiere, ya que dentro de la religión mayoritaria (alrededor de un 80 por ciento de la población es hindú) se produce una estratificación social que distingue a sacerdotes y maestros como la clase más alta, a los políticos y a los soldados como la siguiente, a los comerciantes y artesanos, en tercer lugar, por delante de los esclavos, los siervos y los campesinos, que suponen el último escalafón de la pirámide; y por el otro en lo concerniente a las religiones minoritarias como el islam (casi un 15 por ciento de la población), el cristianismo (un 2 por ciento) y alrededor una decena de credos marginados. Por poner un ejemplo, para darse de alta en el registro de vacunación contra el covid-19, hace falta conexión a internet o teléfono inteligente con datos para poder acceder a la web o a la aplicación. Eso es un imposible para cientos de millones de personas que viven en la extrema pobreza. Lo mismo sucede con el acceso a hospitales (alrededor de 70.000), a medicinas, a atención médica… hay estratos de la sociedad a los que les es imposible recibir los cuidados necesarios.
La otra cara de la moneda de la buena gestión de la pandemia que Modi llevó a cabo durante 2020 es un incremento de la pobreza, sobre todo de jóvenes, mujeres y migrantes con trabajos sin cotizar que se quedaron sin nada durante el confinamiento. Los sacrificios económicos que vieron su recompensa con la contención del virus en los primeros meses se están sufriendo mucho más en la actualidad, justo cuando la segunda ola tiene rango de tsunami. India no ha realizado un recuento de población que se encuentra bajo el umbral de la pobreza desde 2011, sin embargo, Naciones Unidas estimó en 2019 que había 364 millones de pobres, un 28 por ciento de la población.
El nivel de la tragedia ha superado todas las expectativas y a la irresponsabilidad de Modi y de su Gobierno se le une un virus mucho más violento y una infraestructura nula. Otro ejemplo, en la lucha contra las diferentes variantes, India sólo tiene capacidad para realizar un 1 por ciento de secuencias de genoma de las muestras recibidas. Esto es por falta de medios y de presupuesto: tan solo hay 10 laboratorios en todo el país destinados a secuenciar el virus.
Mayor fabricante de vacunas del mundo
La posición de India como principal foco de contagio junto a Brasil, está dejando una situación de caos justamente en el mayor fabricante de vacunas del mundo, encargado de producir un tercio de la producción global de AstraZeneca de cara a 2021. La cadena de suministro que está llevando a cabo el Instituto Serum se ha visto afectada por esta ola de infecciones y la exportaciones llevan días prácticamente detenidas. Modi está optando ahora por medidas proteccionistas y le está dando prioridad a su población. Los principales perjudicados de esta paralización en las exportaciones son los países en vías de desarrollo que dependen de India para recibir las vacunas.
Expertos coinciden en que uno de los errores que se han cometido de manera global es otorgar únicamente a India la licencia de fabricación para el programa COVIX (acrónimo en inglés de acceso global a vacunas) del que dependen países en Asia, África y América Latina. Si ya había desigualdad en la distribución de vacunas a los países menos desarrollados, la segunda ola en India está empeorando aún más la situación.
Ante este panorama, el primer ministro indio está viviendo los días más difíciles de su legislatura. Las críticas no cesan y la sensación de gran parte de la población es que “es desastre es su culpa”, que “Modi ha fallado a India”, que “no podemos votar más a Modi”… Precisamente estas frases se han convertido en hashtag como “Modi dimisión”. Reacio y reaccionario ante las críticas, la semana pasada, el Ministerio de Electrónica y Tecnología de la Información emitió una orden a Twitter, Facebook y otras plataformas para que eliminaran cientos de publicaciones que, según el Gobierno, estaban difundiendo información errónea y creando pánico. El sentir de la ciudadanía es distinto, y la creencia es que se trata de una de sus artimañas para silenciar a sus críticos.