Yo fui punk en los setenta
El movimiento punk estalló en Reino Unido entre 1976 y 1984 como réplica a la sociedad en declive de la época
Pretendían destruirlo todo para poder empezar de nuevo y muchos consideran que sigue vigente
Tres de aquellos jóvenes nos cuentan cómo vivieron aquellos años que sintieron como una revolución
La primera vez que Chris Low vio a un punk fue en 1977 en el pueblo de Stirling, en Escocia, donde nació. En realidad, eran tres. Tenía siete años, salía de una librería de la mano de su madre de comprar un libro infantil y se cruzaron aquellos tres jóvenes, dos chicos y una chica, con chupa de PVC amarilla y el pelo verde. "En esa época veía Doctor Who y otras series de ciencia ficción y parecía que vinieran de otra galaxia —cuenta Low—. Los diarios decían que los punks eran peligrosos y rebeldes".
Los punks habían atraído la atención mediática con la tensa entrevista en Thames Television a unos ebrios Sex Pistols que lanzaron insultos e improperios al presentador, Bill Grundy, el uno de diciembre de 1976. La prensa los tachó de antisociales, de gamberros, de ofensivos, de lumpen. Dijeron que simbolizaban la decadencia cultural del país. Pero muchos jóvenes sintieron aquella entrevista como una llamada.
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La sociedad estaba deprimida y el paro era altísimo. Eran los años previos al llamado "invierno del descontento" de 1979 con huelgas y protestas en las calles, los años previos a Thatcher. Low recuerda que en casa pasaban muchas noches con la luz de las velas porque cortaban la electricidad y que la basura se acumulaba en la calle. Stirling era un pueblo perdido en el centro de Escocia con una estatua que rememoraba la victoria de William Wallace contra los ingleses en 1297.
El golpe visual de aquellos tres jóvenes marcianos perduró en su mente. A los nueve años se tiñó el pelo de naranja por primera vez. "Escuché a gente decir que se ponía lejía, me eché Domestos y olía fatal". Le quemó el pelo y al día siguiente tenía clapas. Luego se lo tiñó de azul vaciando tinta de bolígrafos y cuando fue a la piscina, manchó el agua de azul. Para ponerse el pelo de punta utilizaba Vicks VapoRub, como había oído que hacía Sid Vicious, aunque le irritaba los ojos. Sentía que emergía su yo auténtico con esa transformación. También se colocó un collar con candado en el cuello, pero no guardó la llave y el lunes por la mañana, antes de ir a clase, su madre se lo tuvo que serrar. Le decía que parecía un cerdo y le cortó el pelo.
En el centro comunitario enfrente de su casa organizaban los viernes y sábados por la noche una discoteca. Desde la ventana de su habitación alcanzaba a ver el techo del local a través de los altos ventanales gigantes y podía ver cómo giraban las luces. Sonaban Donna Summer y los clásicos de la época. Seguía a los jóvenes con mirada de francotirador cuando salían a la calle y se encendían un cigarrillo o se peleaban o mantenían relaciones sexuales escondidos entre los coches. "Mis padres me dieron demasiada libertad. Yo era muy travieso, me expulsaban de la escuela. Era incontrolable, creo que mis padres me dejaron por imposible y pensaron que debían confiar en mí. Yo quería estar en un grupo. En los setenta o pertenecías a un equipo de futbol o a un grupo de música", dice.
Los sábados hacía skateboard en los aledaños del centro comunitario y una tarde escucharon a un grupo punk que estaba ensayando. Entraron y los vieron allí, en el escenario, con su ropa andrajosa. Se llamaban Kaos y eran del pueblo. Había visto a los Plastic Bertrand o The Clash en la tele, pero nunca había visto a un grupo punk en directo. Y estaban allí, ensayando delante de su casa. "Ni tan siquiera me imaginé que podía haber grupos punks en mi pueblo", dice.
La República de Frestonia
Tony Drayton tenía dieciocho años cuando el movimiento punk explotó en 1976. Sintió que era una revolución. Trabajaba en una agencia de publicidad en Glasgow y vivía en Cumbenauld, en las afueras. En el trayecto de media hora en tren al trabajo leía Sounds y otras revistas de música. Hablaban de los punks y los Sex Pistols e iban cargadas de fotos. "Sentía que era una llamada, que era mi generación", dice. Empezó a viajar a Londres y en noviembre de 1976, tras un concierto de The Damned en un pub de Islington, los entrevistó y creó el fanzine Ripped & Torn, que se convirtió en el más importante del punk después del Sniffing Glue. "Entre los punks no había jerarquías, no había estrellas, éramos una comunidad, todos éramos iguales", cuenta.
Cuatro meses más tarde se mudó definitivamente a Londres. Se instaló en un pub abandonado que se llamaba Trafalgar, en Bramley Road, en Frestonia. Frestonia era la república que habían creado los punks en Notting Hill, en las calles de Bramley Road y Freston Road, que estaban okupadas por hippies y por punks. Incluso llegaron a pedir (sin respuesta) su independencia del Reino Unido a las Naciones Unidas en 1977.
Eran edificios en ruinas y deshabitados que había comprado el municipio para construir una autopista, pero el proyecto quedó paralizado y los edificios se convirtieron en casas fantasmas. Cuando trataron de desalojarlos, todos adoptaron el nombre de la calle como apellido para ser reubicados de forma colectiva en otro lugar. Drayton pasó a llamarse Tony D. Bramley.
El pub donde vivía tenía tres plantas. Compartía habitación en el piso de arriba. Solía ir cada día a la tienda de discos Rough Trade, que estaba unas calles más allá, donde se informaba de las últimas novedades del punk, e iba a conciertos. Luego regresaba al viejo pub, donde editaba la revista. La escribía a mano y recortaba letras de diarios para montar los titulares. Escuchaba el rasgueo de las guitarras y el estruendo de la batería en el sótano del pub. Solían utilizar el sótano como local de ensayo. Tenían agua y electricidad, como en la mayoría de casas de Frestonia.
En el pub vivían siete u ocho personas y en Frestonia había unas doscientas en total. Habían creado un centro artístico como la Factory de Andy Warhol de Nueva York. "Frestonia era una anarquía, pero no era una anarquía del caos, sino positiva, que funcionaba, el problema era conseguir dinero y teníamos que ir al mundo capitalista para conseguirlo". Muchos, como Drayton, cobraban subsidios. Algunos iban a trabajar, otros se quedaban tocando música. La gente iba y venía.
A mediados de los setenta, Reino Unido era un país muy pobre, recuerda Drayton. Había muchos edificios en ruinas o medio derruidos durante la Segunda Guerra Mundial que treinta años después aún no habían sido reconstruidos. Algunos incluso conservaban los boquetes de las bombas. El actual mercado de Covent Garden estaba totalmente en ruinas y rodeado de viejos almacenes. A la salida de la estación, en James Street con Long Acre, se erigía una casa okupa gigante. Estaba cerca del famoso Roxy, donde todos miércoles había conciertos punk y donde Drayton vio a los Sex Pistols y a los The Clash en 1977.
Una vez, tras un concierto de los Ramones en el Roundhouse de Camden, Drayton caminaba con unos punks extranjeros recién llegados a Londres. A la altura de Tottenham Court Road, que estaba repleta de edificios abandonados, abrió la puerta de una casa deshabitada y les dijo: "Este es vuestro nuevo hogar". Y se quedaron allí. En el edificio había familias enteras que okupaban sin pagar. "Era muy fácil okupar en aquella época —cuenta—. Tan solo había que colocar un candado en la puerta. Por ley no te podían echar si no era con una orden judicial y solían pasar meses".
El concierto secreto de los Sex Pistols
Una de las primeras cosas que hizo Tony Drayton al llegar a Londres en 1977 fue ir a la oficina de los Sex Pistols en Oxford Street. La secretaria se llamaba Sophie Richmond. Se había carteado con ella en infinidad de ocasiones por el fanzine desde Glasgow. Sophie le informó de un concierto secreto de los Sex Pistols en los cines Screen on the Green, en Islington Green. Era la primera aparición de Sid Vicious como bajista. Lo había organizado Malcolm McLaren, el manager del grupo.
El concierto empezaba de madrugada después de que cerraran el cine. Drayton esperó junto con los doscientos asistentes en el pub de enfrente. Sophie le presentó a McLaren. Parecía que llevara una mopa en la cabeza. Tenía una personalidad seductora. "McLaren era muy genuino, sabía lo que estaba pasando —cuenta—. Fue el manager de los New York Dolls en Estados Unidos y tuvo la visión de recrear la escena punk de Nueva York en Londres. Cómo eran los punks y los clubes, sus sentimientos. McLaren era diseñador de moda, la copió y la trasladó al Reino Unido. Él empezó la escena punk en Londres. No por dinero. Realmente quería una revolución anarquista y el punk era el catalizador".
"El punk empezó en Nueva York y se expandió por Berlín, París, Ámsterdam, Londres, y en todas partes adquirió su forma particular", cuenta el historiador Matthew Worley, que fue punk en sus años de juventud en Norwich, en el norte de Inglaterra. "En Reino Unido reflejó las tensiones sociales y raciales de aquella época y el lenguaje de los medios y de los políticos sobre el declive de Gran Bretaña, la crisis económica, el punk representaba todas esas fracturas", dice. Y explica que el hecho que se expandiera por todo el territorio, que no fuera solo en Londres, permitió que perdurara más tiempo, de 1976 a 1984.
La noche del concierto, el Screen on the Green reabrió a la una de la mañana. Los Slits ejercieron de teloneros. Luego mostraron un cortometraje de Julian Temple, quien dirigió todas las películas de los Pistols. Los Sex Pistols no salieron al escenario hasta pasadas la cuatro de la madrugada. "Esperaba que me decepcionara Johnny Rotten (el cantante) porque era demasiado bueno en las fotos, pero fue extraordinario. Y Steve Jones (el guitarrista) igual. Sid Vicious iba todo de negro y no parecía un punk. Nada apuntaba que fuera a convertirse en el icono que fue. McLaren lo transformó en una estrella pop. Fue una manipulación y eso no me gustó", dice Drayton.
Durante esos años también se afiló la rivalidad entre los teddy boys y los punks. Los teddy boys era un grupo urbano que vestía como los dandies de la época eduardiana y escuchaban a Billy Haley y a Little Richard, el rock and roll estadounidense de los años cincuenta. "Eran reaccionarios, de alguna manera defendían los valores tradicionales que queríamos destrozar los punks —dice Drayton— y estaban muy influidos por la mala imagen que daban de ellos los medios de comunicación". Cuenta que tenía un colega que se pintó el pelo con la bandera confederada de los Estados Unidos, utilizada en oposición a los movimientos de derechos civiles, y que era un símbolo de los teddy boys. En una ocasión, en Cambridge Circus, en el Soho, unos teddy boys le asaltaron y le dieron una paliza para que enviara el mensaje a su colega. A principios de los ochenta los punks fueron perseguidos por los mods.
Batería con potes y latas
En 1978, a los nueve años, Chris Low formó su primera banda de punk con otros compañeros de su calle. Ensayaban en el jardín trasero que compartían con otras cinco casas. A veces se sentaban amigos y otros espontáneos en el muro que lo separaba del centro comunitario, atraídos por aquel ruido espantoso. Low tocaba la batería con potes de helado vacíos y latas que le daban sus vecinos, que tenían una tienda de fish and chips. Tocaban canciones de los Sex Pistols y The Clash que grababan de la radio y las imitaban haciendo ruido, copiando sus gestos, su actitud. "Ser punk era como estar en una banda callejera juvenil, te daba un sentido de pertenencia a algo, un sentido de identidad, de comunidad y afinidad con otra gente. Si veías por la calle a otro punk que no conocías, te acercabas a él y le hablabas", dice.
En 1979 estalló el punk en Escocia con The Great Rock ‘n’ Roll Swindle de los Sex Pistols, el London Calling de The Clash, o el Germfree Adolescents de X-Ray Spex. Sonaban por la radio todo el rato. A los doce años, empezó a hacer un fanzine que se llamaba Guilty of What. El título provenía de una chapa de cuando Sid Vicious fue encarcelado acusado de matar a su novia Nancy Spungen. También de un titular de diario sobre el caso de Persons Unknown, un grupo de anarquistas que a principios de los ochenta fueron arrestados y acusados de planear a serie de atentados. El juicio fue muy largo. El grupo Crass lanzó un sencillo que se llama Bloody Revolutions junto con Poison Girls sobre el juicio. Low recortaba fotos de diarios y letras y las enganchaba. Escribía a máquina. Estaba obsesionado con la tipografía. Un amigo suyo se lo imprimía. Llegó a vender hasta quinientas copias por número.
A los once años formó Political Asylum y un año más tarde entraron en un estudio para grabar un casete, un disco que se llamaba Fresh Hate, del que vendieron seis mil copias. "Éramos cuatro niños en la escuela de un pueblo pequeño y vendimos copias por todo el mundo a través de fanzines, donde anunciaban o reseñaban el disco. Recuerdo que me contactaba gente de Japón, Chile y de países escandinavos para pedirme copias. Los fanzines eran los medios sociales de antes. Permitían a la gente estar conectada e incluían listados con contactos de grupos e información de novedades por veinte peniques más el sello", cuenta.
A los catorce años viajó a Londres por primera vez, solo, en tren, para grabar un sencillo con los Apostles, uno de los grupos anarcopunk más importantes del momento, cuyos miembros eran diez años mayores que él. Se colaba en el tren nocturno. Siempre había parejas que viajaban solas y él les pedía si podía esconderse bajo la mesa y que si aparecía el revisor que le dijeran que era su hijo y que se había quedado dormido. A veces el revisor ni se daba cuenta de su pequeña presencia y se pasaba la noche durmiendo bajo la mesa. Llegaba el sábado por la mañana a Londres y se iba a Camden a ver tiendas de discos o a algún concierto y regresaba el domingo por la noche para ir al colegio el lunes. En Londres se quedaba en la casa okupada del guitarrista de los Apostles en Essex Road, en Islington.
"Viéndolo con la perspectiva del tiempo era miserable ser okupa. A esa edad por suerte no tomaba drogas. Era un estilo de vida muy nihilista. Nadie trabajaba y los ingresos eran muy limitados", cuenta. Como no tenía dinero, robaba en las tiendas. Vestía un abrigo enorme y era tan joven que nadie le prestaba atención.
Ants y Crass escritos en la chupa
El concierto de The Ants en 1977 en el pub Man and the Moon, en Kings Road, transformó a Tony Drayton. "Creo que eran mejores que los Pistols, su sonido era muy underground, fue como una performance de arte, el cantante salía con una camisa de fuerza”, cuenta. A partir de entonces, el Ripped & Torn pasó a ser el fanzine de los Ants, que se convirtieron en una especie de secreto. Todos los okupas empezaron a escribir la palabra Ants en la parte trasera de sus chupas. "El punk undeground, a partir del 78, se convirtió en el verdadero punk", dice. Esa fue la segunda ola del punk.
La tercera ola, la del anarcopunk, empezó con los Crass en 1979. Los Crass estaban liderados por Penny Rimbaud, que había creado una comunidad hippie en una casa rural en las afueras de Londres. La llamó Dial House y allí vivían todos los miembros del grupo. Drayton estuvo en varias ocasiones. Cultivaban sus propios productos. Eran vegetarianos y autosuficientes. "Crass significaba la vuelta a la revolución anarquista —dice Drayton—. Intentamos crear una sociedad alternativa en Frestonia. Pero teníamos que ir al mundo capitalista para conseguir lo que nos hacían falta. Rimbaud estaba determinado a llevar a cabo la anarquía. Creía que podía cambiar el mundo. Dial House funcionaba como un colectivo artístico".
"Mucha de la ira de los primeros punks era frustración por la monotonía del día a día, por el aburrimiento de los medios y los políticos —explica el historiador Worley—. Con Crass, se convirtió en antigobierno y antisistema". Los Crass conectaron el punk con el anarquismo. Eran los años de Thatcher, de la guerra de las Malvinas. Se oponían a la guerra y a Thatcher, se oponían a la religión y al consumismo. Los okupas empezaron a escribir el nombre de Crass junto al de Ants en sus chupas. "El anarcopunk se refería a cómo vivir fuera de la música", cuenta Drayton. Dice que Rimbaud inspiró a toda una generación para ser anarcopunk, del mismo modo que McLaren había influido a otra generación para ser punk.
Drayton se replanteó la vida a partir de los Crass. Cerró el fanzine y creó otro que llamó Kill you Pet Puppy (Mata tu mascota) centrada solo en el anarcopunk. Abandonó Frestonia. Su fue a una casa okupa de Covent Garden. Le invitó a entrar una chica que conoció en un concierto de Shrink y que llevaba tatuada la estrella de David en la frente, aunque no era judía y nunca le contó por qué llevaba esa estrella.
Con la separación de los Crass en 1984, el movimiento anarcopunk empezó a quebrarse. "Llegaron nuevas tecnologías y la gente joven empezó a escuchar otros estilos musicales”, cuenta Worley. "El punk transformó la cultura, tuvo una influencia enorme en el diseño, en la moda, rejuveneció la música popular. Se creó una vibrante escena cultural postpunk con ese estímulo de ser creativo de los punks, con la idea de que puedes ser lo que quieras, pensar y hacer lo que quieras, que todo depende de ti". Su lema era "háztelo tú mismo". Dice que los punks querían destruir para poder crear algo completamente nuevo, que siempre han estado entre nosotros y que siguen estando. "Hay gente que puede ser punk sin saberlo y otra pensar que lo es y no serlo. Es una palabra que significa oposición a algo", dice Worley.
Chris Low recuerda que su primera batería no tenía pedal y no supo que las baterías tenían pedal hasta mucho después, pero esto no le impidió tocarla. "El punk te daba libertad", dice. A los dieciséis años, Low se marchó a Edimburgo donde trabajó como disc-jockey de música house y Detroit techno y se sacó la carrera de audiovisuales y de diseño gráfico. Ahora es fotógrafo y se dedica a retratar a punks en Tokio y otras subculturas por todo el mundo. En 1984 Tony Drayton dejó Londres y se pasó quince años viajando por el mundo como artista circense callejero tragando fuego, haciendo malabarismos y equilibrios. Ahora trabaja para el municipio, sigue siendo punk y dice que el movimiento aún está vivo: "Si el punk muere, tú mueres".
La casa sin puertas
Lo primero que hizo Penny Rimbaud, cuando entró a vivir en Dial House en 1967 fue quitar todas las cerraduras para que cualquiera pudiera entrar y salir cuando quisiera. Entonces aún se llamaba Jeremy John Ratter, procedía de una familia acomodada y era licenciado en filosofía por la Universidad de Oxford y pintor. Daba clases en una escuela de arte, pero lo dejó porque se desilusionó con el rol de la autoridad. Se rebeló contra la autoridad. "No creía que los estudiantes fueran tratados de forma correcta y honesta", dice. Alquiló una casa rural en el bosque de Epping, fuera de Londres, y creó su propia escuela de arte junto con otros dos profesores.
Para él, el trabajo es juego y no se puede separar el arte de la vida. "Todo lo que decimos es poesía, todo lo que hacemos es creativo. Hacer pan o esculturas es creativo. No puedes decir que no sientes hacer pan. Tú eres eso, así que afróntalo. No podemos quedarnos solo con algunas cosas de la vida. Vivimos con la pena, con el sufrimiento, con la alegría, y todo es lo mismo", cuenta Rimbaud, que tiene setenta y siete años y sigue viviendo en el mismo lugar.
Se desprendió de todos los muebles excepto de la cocina y la cama y no impuso ninguna regla. "Si pones normas, la gente las cumple y se piensa que es responsable. Pero eso no es ser responsable. Solo puedes ser responsable si conformas tú mismo tu propio sentido de la responsabilidad y decencia", afirma. Los otros dos profesores se marcharon. Penny decidió quedarse, solo. Y la gente empezó a acudir. No ha habido ningún cambio en cincuenta años. "Todo este tiempo he estado viviendo en un lugar donde no sé quién estará para desayunar ni para comer. A veces no hay nadie y a veces hay veinte personas", dice.
Los extraños llegaban atraídos por su concepto artístico y se quedaban atrapados por sus ideas y por su magnética personalidad. Ya de adolescente le cautivó el karma yoga, dedicado al servicio de los demás. Vivían como una comunidad, aunque no le gusta esta palabra: "Las comunidades son guetos, son grupos de personas aferradas a una creencia común, protegiéndose de otro grupo, e inevitablemente los grupos se confrontan, lo hemos visto una y otra vez en la historia. La única comunidad es global, somos todos los habitantes de la tierra, solo hay una comunidad".
A mediados de 1977 formó Crass. Él era el batería y el vocalista. Había tocado en grupos de free-jazz y de música de avant-garde y trasladó estos conceptos al punk. Expresaban el anarquismo a través de la música. En sus conciertos proyectaban vídeos y desplegaban pancartas y lemas. Creó el lema "no hay más autoridad que uno mismo", que para nada era una licencia para actuar de forma hedonista. Todos los miembros de Crass vestían de negro. En el escenario las luces eran mínimas. No había solos instrumentales, hacían los solos todos a la vez. Rechazaban la idea de ser estrellas del rock, de estar por encima del público.
"Queríamos que la gente se diera cuenta de su propia vida y que asumiera las consecuencias de su propia vida —cuenta—, y nosotros estábamos dispuestos a asumir las consecuencias de animar a ese cambio. Teníamos aspiraciones revolucionarias. Nuestro principal objetivo era derrocar al gobierno. No creo en los gobiernos. Todos tenemos nuestras propias habilidades, nuestros propios derechos y una profunda sabiduría de nuestra existencia, no necesitamos a locos ni a élites que nos digan lo que tenemos que hacer".
Los Crass se separaron en 1984. Pero Rimbaud se quedó. Y sigue viviendo en aquella casa sin puertas cincuenta años después, aferrado a sus principios, con una disciplina tenaz, sin saber con quien comerá al día siguiente. Ha asumido las consecuencias de su vida y de su libertad. "Lo que creamos hasta 1984 no se disolvió —dice—, sino que se ha expandido y se ha convertido en una conciencia global especialmente en campos como el del vegetarianismo y los derechos de los animales y el de los derechos humanos y el feminismo. El movimiento punk se ha convertido en un movimiento global por la liberación".