Fiume, el primer laboratorio del fascismo cumple un siglo como capital de la cultura
Militares italianos conquistaron esta ciudad croata que sirvió de inspiración para el nacimiento del fascismo
Ahora se llama Rijeka y este año es Capital Europea de la Cultura
Gabriele D’Annunzio se había vestido ese día con su uniforme blanco de teniente coronel de la Primera Guerra Mundial. Salió de Venecia en lancha y, ya en tierra, se subió en un Fiat Tipo 4 que lo llevó a la frontera con lo que quedaba del Imperio austrohúngaro. Al otro lado estaba Fiume, un enclave marítimo en la actual Croacia, que el militar italiano pretendía conquistar. Era el 11 de septiembre de 1919, la contienda había terminado, pero los había aún que tenían ganas de más. Cuando los soldados de un batallón internacional apuntaron a D’Annunzio, éste les respondió: “Adelante, disparad contra estas medallas”. Y así, sin un solo tiro, entró en una ciudad que se convertiría en inspiración para el régimen fascista que estaba a punto de nacer.
Fiume era una localidad austrohúngara, poblada por una mayoría de italianos, que le había sido prometida al Reino de Italia al concluir la guerra. Sin embargo, mientras Francia y el resto de los aliados se repartían colonias por medio mundo, el estadounidense Woodrow Wilson le negó a Roma su parte. Gabriele D’Annunzio era desde hacía décadas un afamado poeta, mujeriego, excesivo y manierista, que se había alistado al Ejército para elevar la guerra a la categoría de arte.
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Tras una brillante hoja de servicio y un aterrizaje de emergencia que lo dejó tuerto, alertó de una posible “victoria mutilada”. Y ya sin la adrenalina de la batalla, se rodeó de un grupo de nacionalistas descontentos -los llamados irredentistas, que aspiraban a ensanchar las posesiones italianas en el Adriático- y de militares defraudados para remediar su profecía. Estos últimos eran parte fundamental de los Fascios de Combate, el grupo que había creado Benito Mussolini tras ser expulsado del Partido Socialista Italiano por apoyar una postura intervencionista en la Gran Guerra.
Meses antes de su entrada triunfal en Fiume, D’Annunzio ya le había escrito a Mussolini para informarle de que se avecinaba una nueva batalla. El carácter mesiánico de ambos había despertado un interés recíproco. Sin embargo, el hombre capaz de arrastrar a las masas con la palabra era entonces el poeta-guerrero. “Un tipo interesante este Mussolini”, dijo con condescendencia D’Annunzio de él.
“En 1919, Mussolini no era más que un socialista reformista fracasado, sin apenas seguidores, ni valor para emprender ninguna revolución”, señala el historiador Emilio Gentile, uno de los mayores expertos en Italia del fascismo. D’Annunzio trataba de convencer a Mussolini de que llevara el ejemplo de Fiume a Roma, pero éste se refugiaba en las próximas elecciones para argumentar que los tiempos no estaban maduros. La llamada ‘Marcha sobre Roma’, que terminaría con el Duce en el poder, no se produjo hasta octubre de 1922.
El experimento revolucionario
Mientras tanto, D’Annunzio había aprobado en Fiume la llamada Carta del Carnaro, una suerte de Constitución, que ensalzaba el comunitarismo, el sufragio universal, la educación gratuita o la igualdad de derechos en función de género, raza o religión. La ciudad se convirtió en un microcosmos en la que confluían las ideas revolucionarias que habían triunfado en Rusia dos años antes y que sobrevolaban por toda Europa. El fascismo surgió para impedir que esa ruptura del sistema tuviera una impronta bolchevique. El rey Víctor Manuel III y algunos sectores conservadores lo alentaron con ese objetivo, pero el ideal fascista tenía también vocación totalitaria, con lo que acabó configurándose un régimen hegemónico que chocaba de lleno con el soviético.
“Las vanguardias políticas, sociales y artísticas de toda Europa se apresuran a acudir a la feria de las maravillas: soñadores, libertarios, idealistas, revolucionarios, héroes inadaptados, hombres de acción y ascetas, jóvenes violentos y escritores de moda en París, sacerdotes que han colgado los hábitos, seductores en busca de conquistas femeninas y pederastas buscando las masculinas”. Así describe Fiume el escritor Antonio Scurati en ‘M, el hijo del siglo’, su monumental biografía sobre Mussolini. El presidente Wilson lo calificó más llanamente como “un delirio”. Eran los felices años veinte.
Emilio Gentile recuerda que la Regencia de Carnaro se apresuró a reconocer a la Unión Soviética. “Era un Estado libertario, la gente iba allí en peregrinación para divorciarse. Realmente, Fiume no fue un ejemplo de protofascismo; el fascismo nació en 1921 y no en 1919”, subraya el historiador. Sin embargo, Mussolini visitó a su camarada en la ciudad y quedó fascinado por el magnetismo de D’Annunzio con el excéntrico carnaval que allí se encontró. El futuro dictador se encargó de ensalzarlo en el periódico que dirigía, ‘Il Popolo d’Italia’, que multiplicó sus ventas tras la “empresa de Fiume”.
El experimento duró 15 meses, hasta que al Gobierno italiano se le acabó la paciencia y mandó allí a la Artillería. La ciudad fue bombardeada y su líder fue obligado a ceder el poder a un Estado libre, reconocido por el Reino de Italia y Yugoslavia. En 1924, ya con Mussolini en el poder, Italia se la volvió a anexionar y ahí terminó la leyenda. “En ese momento se intenta olvidar el mito de D’Annunzio, porque había que crear el mito del Duce. El poeta rara vez era citado por el fascismo y los jóvenes lo empezaron a considerar como un payaso, una especie de bufón. El régimen le regó de dinero y cayó en el olvido”, añade Gentile.
Rijeka, ciudad croata
Fiume se llama oficialmente Rijeka -que en croata significa “río”, al igual que Fiume en italiano- desde 1947, cuando Yugoslavia se hizo con su control tras pasar la Segunda Guerra Mundial bajo la ocupación nazi. El comunismo de Tito ganó esta vez la partida. “El fascismo se había implantado en la ciudad, pero tampoco podemos decir que fuera mayoría. Sin embargo, como ocurrió en Italia, su recurso al uso de la fuerza fue determinante. Durante el periodo fascista, trataban de convencer a las minorías de que había que ser italiano y esto creó una importante cultura antifascista”, apunta Tea Perincic, directora del Museo de Historia del Litoral Croata.
Rijeka es este año Capital Europea de la Cultura, junto con la irlandesa Galway, y Perincic es la comisaria de una exposición llamada “Fronteras, entre el orden y el caos”, que recuerda el centenario de la invasión de D’Annnunzio. “Nuestra ciudad fue un importante centro industrial y portuario del Imperio austrohúngaro durante el siglo XIX y eso le confería un carácter multiétnico. Tras dos décadas de fascismo y una italianización a la fuerza, fuimos perdiendo esa identidad. Pero después de la guerra los italianos se marcharon y si hemos dejado de ser una sociedad plural es porque la industria naviera desapareció y la gente se va”, narra Percincic al teléfono desde Rijeka.
La ciudad ha pasado de unos 180.000 habitantes a finales del siglo XX hasta los 130.000 actuales, de los que un 82% son croatas y un 6,5% serbios. El legado italiano apenas lo mantienen un 2% de sus vecinos. Aún así, se trata de la tercera ciudad de Croacia por población. La historiadora asegura que, tras todos estos cambios, “quizás no exista un nacionalismo tan fuerte como se ve en el resto del país y la sociedad en Rijeka sea más abierta y tolerante”.
En su exposición intentaron transmitir “cómo D’Annunzio trató a la ciudad como si fuera una conquista femenina más”. “Él era un dandi, un seductor, que se paseó por Fiume haciendo una ‘perfomance’. Y la urbe, tras un periodo de desenfreno, sufrió lo que le pasa a cualquier amante cuando el hombre se cansa”, apostilla. Tuvieron suerte de que la muestra se inaugurara ya el año pasado, antes de la pandemia, porque después ha habido que cancelar multitud de actos. Los patrocinadores se retiraron y el programa como Capital Europea de la Cultura quedó recortado. De nuevo, la “victoria mutilada” que preconizaba D’Annunzio antes de su hazaña.