33 años después de la caía del Muro de Berlín, el zarpazo de Rusia a Ucrania despertó a una OTAN que iba camino del diván del psicoanalista buscando sentido a su existencia. La Guerra Fría volvió al viejo continente. El telón de acero cae de nuevo pero esta vez lo hace más al este. Bajo control de Moscú queda sólo Bielorrusia mientras Ucrania decide en estos días su futuro.
Las cumbres celebradas este jueves en Bruselas (OTAN, G-7 y Unión Europea, con presencia del estadounidense Joe Biden en las tres), mostraron que la comunidad noroccidental quiere usar el ataque de Rusia a Ucrania para poner de rodillas a Moscú.
Europa vive uno de esos momentos parteaguas de la historia. Si se dejan a un lado los conflictos de los Balcanes, que fueron en esencia una guerra civil yugoslava, el ataque ruso a Ucrania es la mayor crisis europea desde que Hitler se pegó un tiro en un bunker de Berlín en mayo de 1945.
Estados Unidos, que llevaba años mirando a Asia, vuelve al mundo transatlántico precisamente para ganar peso que le permita seguir pesando sobre China. Biden, un presidente que se decía de transición, un quasi octogenario nacido en 1942, un atlantista convencido, tomó el liderazgo. Washington está de vuelta en Europa. De 60.000 soldados en bases europeas pasó en un mes a 100.000, todavía lejos de los más de 400.000 que llegó a tener en los momentos más tensos de la Guerra Fría.
Biden dijo ayer en Bruselas que la OTAN “nunca estuvo tan unida”. Después de advertir a Rusia contra la utilización de armamento químico (Ucrania denuncia bombardeos con fósforo blanco), el mandatario estadounidense dijo que Putin había apostado “por la división de la OTAN. No pensé que podríamos mantener esta cohesión. Putin obtiene exactamente lo contrario de lo que quería invadiendo Ucrania”.
El inquilino del Despacho Oval tuvo un recado para Pekín: “Creo que China comprende que su futuro económico dependerá mucho más de sus relaciones con Occidente que con Rusia. Y tengo la esperanza de que no se va a comprometer a ayudar a Moscú” ni militarmente ni contra las sanciones.
La vuelta del Telón de Acero -a falta de ponerle un nombre acorde al siglo XXI- es también la vuelta de una Alemania que de poder económico, si cumple sus planes, pasará a ser una potencia militar de primer orden en muy pocos años. Berlín va a gastar en Defensa lo que no gastó durante los casi 25 años de gobiernos de Gerhard Schroeder y Angela Merkel.
La OTAN también gastará más. Países de tamaño medio como Italia o España tendrán prácticamente que doblar su gasto militar en pocos años. A España le supondrá gastar unos 12.000 millones de euros más anualmente en Defensa. Seguirán la tendencia de los escandinavos. Europa empieza a hablar otra vez de servicio militar obligatorio, de reservas estratégicas, de hacer su parte en la defensa del continente, lo que no hizo desde el final de la Guerra Fría.
La cumbre de la Alianza Atlántica certificó que el despliegue al este se refuerza. Se acabaron los años de mantener a los Bálticos, Polonia, Rumanía, Hungría, Eslovaquia y Bulgaria dependiendo de sus propias fuerzas militares. Habrá ocho batallones y bases militares en todos esos países.
Los europeos entienden que Putin se equivocó. Que sus bombarderos pueden dejar Ucrania como dejaron la siria Alepo pero que no contó con la resistencia del Ejército ucraniano. Rusia está mostrando en esta guerra sus carencias militares y la OTAN pretende hacer que Moscú pague muy cara esta guerra, que se desangre en Ucrania. Los comunicados de las cumbres son someros en cuanto al armamento que se enviará a Ucrania, pero fuentes diplomáticas cuentan que dentro de las salas los compromisos fueron concretos y mucho mayores de los explicados en público.
Seguirán circulando las armas hacia los ucranianos. Al envío de miles de lanzagranadas, armas antitanque y antiaéreas móviles, se sumarán armas más potentes. La OTAN prepara el envío de antiaéreos de más alcance, capaces de derribar los cazas rusos. También de misiles anti barco para que Ucrania tenga armas para hacer frente a la Armada rusa, que hasta ahora controla sin rival la costa ucraniana del Mar Negro.
Si cae Kiev, si cae Odesa, los gobiernos europeos seguirán armando a la resistencia ucraniana. Se trata de hacer que Ucrania se convierta en lo que fue Afganistán para Rusia. Y para Estados Unidos. Una sangría constante de hombres y material.
La Unión Europea ha aprobado cuatro paquetes de sanciones contra Rusia que han hecho un daño considerable a Moscú, sobre todo económicamente. Esas sanciones intentan que Rusia pague lo más cara posible su aventura militar en Ucrania. Pero no consiguen detener la guerra. En Europa se están formando tres grupos. En el primero, donde están los bálticos, Polonia o Chequia, se piden más sanciones, más duras, más rápido.
El segundo, al otro lado, no quiere más. Teme el efecto boomerang en Europa en forma de daños económicos que lleven a malestar social. Ahí están Alemania, Italia o Hungría. Un tercer grupo, donde se encuentra la mayoría (y donde está España), pide esperar unas semanas o meses para ver el efecto real de las sanciones ya aprobadas, tanto en Rusia como en Europa y sólo aprobar más sanciones si las tropas rusas endurecen sus ataques o usan armamento químico o biológico.
Washington está con los primeros pero sobre todo pretende que los europeos mantengan la unidad y en estas cumbres de Bruselas, al menos en público, el presidente Joe Biden no empujó a los europeos a aprobar ya más sanciones. Queda un paquete que sería el golpe definitivo a la economía rusa, que Europa dejara de comprarle hidrocarburos.
Los europeos importan más del 90% de su consumo de gas y petróleo. El 40% de ese gas viene de Rusia, así como el 27% del petróleo. Se le suma casi el 50% del carbón. Si Europa deja de comprar esos insumos a Rusia estaría privando a Moscú de más de un tercio de su presupuesto. Algunos, como Polonia o los bálticos, quieren aprobar ya ese embargo a los hidrocarburos. Alemania, Italia o Hungría se resisten por el impacto económico.
Washington intenta ayudar a tomar esa decisión. El presidente Joe Biden anunciará este viernes en Bruselas un acuerdo entre la Casa Blanca y la Comisión Europea para aumentar los envíos de gas natural licuado de Estados Unidos a Europa. El plan ayuda pero es insuficiente. Mientras Europa importa de Rusia un 40% del gas que usa, de Estados Unidos solo importa el 6% y la economía estadounidense no tiene capacidad para extraer todo el gas que necesitaría Europa para sustituir al gas ruso.
La Agencia Internacional de la Energía envió a la Comisión Europea un informe para reducir en general el consumo energético con medidas que parecen una mezcla de las restricciones de la pandemia (más teletrabajo para que haya menos movilidad) y de las que se implantaron en Europa en las crisis petroleras de los 70, como la prohibición de circular en coche algunos días de la semana, las restricciones a la compra de carburantes o que las fábricas trabajaran sólo tres o cuatro días a la semana.
A la espera de los detalles del acuerdo, los europeos ven cómo carburantes y electricidad disparan su precio y crece el malestar social, que se tapa con subvenciones pero si los precios siguen al alza o se sostienen en el tiempo los gobiernos europeos deberán buscar medidas estructurales.
Fuentes diplomáticas contaban este jueves que algunos jefes de gobiernos europeos empiezan a temer que las medidas contra Rusia terminen haciéndoles caer a ellos antes que a Putin. El belga Alexander de Croo, que en el debate energético aparece se ha ido acercando a las posturas de los del sur, dijo ayer que dejar de importar hidrocarburos rusos “sería hacernos la guerra a nosotros mismos”.