En 25 de junio de 2005 los ojos de Vladímir Putin, ya por entonces líder indiscutible de Rusia, se fijaron en un anillo con 124 diamantes, el de la Super Bowl, la gran final del fútbol americano, ganada por los New England Patriots. El presidente ruso le dijo al dueño del club: "Yo podría matar a alguien con esto". Tomo el anillo en sus manos y, sin más, se lo metió en el bolsillo. Un comportamiento extraño. ¿Está loco Putin? La cuestión es que se quedó con lo que deseaba.
La incógnita del equilibrio mental del dirigente ruso es uno de los puntos de análisis en el guerra de Ucrania, ante la decisión temeraria de invadir el país y de amenazar con armas nucleares al resto del mundo. ¿Sería capaz Putin de llegar tan lejos?
"Esto puede ser locura, pero hay método en ella", decía Polonio al proponerse averiguar qué podía tramar Hamlet. "Es sabio simular la locura", aconsejaba Maquiavelo un siglo antes de que Shakespeare escribiera su obra.
Más cerca de nuestros días se ha acuñado la estrategia del perro loco o del hombre loco, según sus versiones, que tiene su principal ejemplo histórico precisamente en un presidente y el arsenal atómico a su disposición. El expresidente de Estados Unidos, Richard Nixon, convirtió en un pilar de su política en la Guerra Fría hacer creer a los dirigentes comunistas que era un tipo visceral y obcecado, inmanejable por sus asesores, capaz de apretar el botón nuclear si se le enfadaba demasiado. Era mejor por lo tanto hacerle caso, dejarle salirse con la suya.
"Lo llamo la teoría del hombre loco, Bob", le explicó una vez Nixon a su jefe de Gabinete, Haldeman. Se trataba de filtrar a los comunistas la idea de que "no podemos contenerle cuando se enfada y tiene su mano sobre el botón nuclear". Su política exterior no permite acreditar que esa idea fuera un éxito ni que le diera réditos a Estados Unidos. Y además, la falta de sueño, el abuso de alcohol y los accesos de ira tenían mucho de real y poco de actuación en Nixon, como muestra una de sus conversaciones grabadas con su secretario de Estado, Henry Kissinger.
- Nixon: Prefiero usar la bomba nuclear. ¿Tienes eso listo?
- Kissinger: Creo que eso sería demasiado.
- N: Una bomba nuclear, ¿te preocupa eso? ¡Quiero que pienses a lo grande, Henry, por el amor de Dios! Estás demasiado preocupado por los civiles. A mí eso no me importa.
- K: Me preocupan los civiles porque no quiero que el mundo se movilice contra ti por ser un carnicero.
Kissinger pudo ser sinuoso y servil con Nixon, pero no está claro que Putin tenga alguien a su lado capaz de responderle así.
Vladímir Putin se puede considerar un heredero de esta estrategia. Ha cultivado la imagen de líder despiadado, con la testosterona siempre a punto. Le gusta contar que desde niño era "un matón callejero", según cuenta en su biografía Masha Gessen, que también relata la historia del anillo de la Super Bowl.
La novedad es que hasta ahora no parecía haber cometido un error de cálculo tan grande. Hace pocos días recordaba Financial Times otra anécdota de Putin. Cuando de joven perseguía ratas por Leningrado y acorraló a una en una esquina. El animal se lanzó contra él, como única salida para huir. Aquel día aprendió algo: "Todo el mundo debería tener esto en mente. No debes acorralar a nadie en una esquina".
Putin se imagina que el acorralado es él. Insiste en que a Rusia "no se le ha dejado otra opción" que la guerra por el giro occidental de Ucrania. Pero los preparativos acumulando tropas y la invasión reflejan que es él quien ha olvidado su máxima de no poner a nadie entre la espada y la pared.
Un asesor del presidente francés, Emmanuel Macron, aseguró a Associated Press que en su última conversación Putin "no mostró enfado, se condujo con ánimo clínico y determinado". Pero advertía también de que "con el estado mental del presidente Putin, hay un riesgo de escalada. Hay riesgo de que manipule para justificar lo injustificable".
Un asesor del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, citado por la misma agencia, también destaca que Putin está operando mentalmente en "un lugar emocional", lleno de agravios históricos. ¿Qué hay de verdad en estas impresiones y qué hay de estrategia del perro loco?
El interrogante ahora es saber si Vladímir Putin se cree su relato o es un actor, cuyo arte es el de fingir que no está fingiendo. ¿Qué hay de verdad en el efecto que su creciente aislamiento autocrático pueda estar teniendo en su capacidad de juicio? De eso depende la credibilidad de su órdago nuclear.
Precisamente la faceta de jugador es otra que se ha destacado de Putin. La de jugador que cada vez realiza apuestas más altas. Hasta ahora ha ganado. Desde Chechenia en el inicio de su mandato a Crimea, pasando por la destrucción en Siria. ¿Es un jugador con suerte que ha echado el resto?
En 2018 habló sobre un posible conflicto nuclear y aseguró que Rusia nunca golpearía primero. De nuevo, se imaginaba como víctima, respondiendo a lo inevitable. Y dijo con una sonrisa: "Seríamos víctimas de una agresión e iríamos al cielo como mártires. Ellos morirían y no tendrían ni tiempo de arrepentirse". ¿De verdad se cree Putin ahora una rata acorralada o sólo intenta meterse otro anillo en el bolsillo?