Hay un denominador común entre los motines anticlericales de 1835, los inicios de apertura del Régimen de Francisco Franco en los años 50, la escasez en la España rural de la década de los 70 y la crisis de 2008: el éxodo de españoles a Australia.
Dos de los primeros en pisar suelo australiano fueron los clérigos de la Orden Benedictina, José Serra y Rosendo Salvado Estos dos amigos residentes en el monasterio San Martín Pinaro, en Santiago de Compostela, no tuvieron otra que huir en 1835 a Salerno, Sur de Italia. Los revolucionarios liberales no estaban dejando hábito sin teñir y la suerte de los dos monjes era la de morir o malvivir entre las cenizas de abadías, conventos e iglesias. Tras una década en Italia, no dudaron en asentir cuando se les preguntó si querían partir a Australia Occidental. Convertir al catolicismo a los aborígenes australianos se convirtió en la opción más atractiva de su monacal vida en el exilio y allí fundaron Nueva Norcia, la única ciudad monástica del país.
El proceso evangelizador australiano seguía activo a mitad del siglo XX y la Iglesia volvió a jugar un papel clave durante el primer acuerdo migratorio de la historia entre los Gobiernos de España y Australia. Hacían falta más feligreses y qué mejor que invitar a los siempre fieles españoles para ir a misa los domingos, y de paso, servir como mano de obra barata en los campos de azúcar del norte del estado de Queensland, donde ya había una gran colonia de vascos y catalanes. El monseñor George Creenan y el ministro de exteriores franquista, Alberto Martín Artajo, cerraron un acuerdo migratorio denominado Operación Canguro (1958), seguido de la Operaciones Emú y Karry (1960), y Torres (1961).
Macario Amado, original de Cantabria, fue uno de los 159 que formaron parte de la Operación Canguro, y en una entrevista en la cadena SBS en 2018, cuando tenía 87 años de edad, relató su experiencia como inmigrante en los campos de azúcar.
“¿Australia? Nadie sabía dónde estaba”, afirmó. “Era un trabajo muy duro. Cocinábamos mucha carne para mantener la energía alta y los fines de semana íbamos al pueblo a tomar unas cervezas porque había que disfrutar de la vida también”, señaló.
De cortar caña de azúcar, pasó a trabajar en una plantación de tabaco y acabó como cerrajero en la Ópera de Sídney. Como otros muchos españoles de la época, conoció a su mujer durante unas vacaciones en España y la convenció para que fuera con él a las antípodas. Tuvieron una hija.
Cuando Rogelio Rodríguez llegó a Sídney en 1971, con 28 años de edad, ya había varias colonias de nativos españoles repartidas por Australia, existía incluso un club español en la ciudad, fundado en 1961 y que cerró sus puertas en 2013.
“Era como estar en España. Yo fui un par de veces, pero no tenía tiempo para ir más”, explicó Rodríguez a NIUS, “trabajaba de sol a sol en una fábrica, primero, luego de ladrillero, de peón de albañil y después combiné este trabajo con la carnicería que abrimos mi hermano y yo en 1973”.
Este extremeño natural de Llerena, Badajoz, llegó a Australia escapando de la incertidumbre económica de la España rural. Arribó un mes después que su hermano para “juntar para un piso y volver a su pueblo poco después”. Este año se cumplen cinco décadas desde que pagó dos mil pesetas (el resto lo subvencionó el Gobierno australiano) y dejó atrás su pueblo de seis mil habitantes para recorrer 17.600 km sin saber inglés, sin tener estudios, aunque con experiencia como carpintero, una profesión que aprendió a los nueve años de edad y que no desempeñó en las antípodas.
“Los inmigrantes que vinimos a Australia hemos tenido que aprender todo solos, sobre la marcha y a base de mucho sacrificio. Yo hubiera prosperado mucho más si hubiera venido instruido”, agregó Rogelio. “Yo sufrí bastante. En la fábrica, casi todos eran yugoslavos. Te miraban por encima del hombro. Había uno que me hacía rabiar hasta que me cabreaba. Él me atacaba y los otros se reían. En la fábrica ganaba 65 dólares a la semana. De ahí, 20 se me iban en comer y alojamiento y el resto lo ahorraba. Cuando abrimos la carnicería nos fue muy mal, porque era muy difícil, no sabíamos hablar inglés y no hacíamos negocio, no daba dinero”.
Hoy, ‘Rodríguez Bros’, aquella carnicería que no despegaba se ha convertido en el principal proveedor de varios restaurantes y la tienda más relevante de productos españoles (tanto importados como producidos por ellos mismos) y latinoamericanos de la zona metropolitana de Sídney.
“Lo que más me gusta de Australia es que no tienes la incertidumbre de que mañana no vas a tener trabajo. Aquí, pase lo que pase estás amparado. Lo único es que está uno muy aislado, porque te tienes que desplazar. En España estás en el barrio, sales de casa y ya te encuentras con la gente. En todo este tiempo nunca me he dejado de acordar de mis orígenes”, agregó Rogelio.
Carlos y Guadalupe (36 años de edad), en cambio, nunca dejaron de soñar con Australia, atraídos por la naturaleza y una estabilidad laboral que buscaron pero tardaron en encontrar. Cuando en 2011 esta pareja terminó sus estudios universitarios en Ingeniería Civil, la crisis económica aún era muy aguda en España. Como miles de jóvenes, necesitaban buscarse la vida fuera y Carlos consiguió una beca para aprender inglés.
“Nos vinimos con mil euros para los dos y pensamos que nos daría para mucho, pero cuando nos dimos cuenta que un cuarto compartido en un hostal eran 60 dólares la noche, nos cambió la perspectiva. La beca daba para pagar el curso de inglés muy justo y sólo me la dieron a mí”, afirmó Carlos. “Cuando me di cuenta de cuánto costaban aquí las cosas cogí lo primero que me ofrecieron: me metí de pinche en el bar supuestamente español que lo llevaba un turco. Ganaba ocho dólares la hora eso sí, me ponía las botas a comer. Nos acogieron unos amigos de Guadalupe al principio hasta que encontramos un estudio a 350 dólares la semana”, prosiguió.
Después de cuatro meses de dificultades, a Guadalupe le salió trabajo en Sevilla, su tierra natal y a Carlos en Reino Unido. Tuvieron que pedir dinero prestado para comprar los billetes de vuelta y se marcharon. Es sí, con la idea de volver.
“Nos había encantado e hicimos buenos contactos porque nos movimos bien durante esos cuatro meses. Queríamos volver en cuanto pudriéramos incluso yo en Reino Unido le decía a todo el mundo que iba a regresar. Mi cuarto lo tenía con el mapa de Australia y el boomerang, estábamos obsesionados”, recordó a NIUS. “Teníamos pensado casarnos y tuvimos que adelantarlo todo. La oportunidad surgió para Guadalupe. Le ofrecieron trabajo, pero a mí no. Tenía tres o cuatro semanas para incorporarse. Tuvimos que adelantarlo todo, organizamos la boda en dos semanas y regresamos a Australia. Hicimos todo en plan maratón”.
En agosto de 2013 comenzó su segunda aventura australiana, la definitiva. Hoy, tanto Carlos como Guadalupe han hecho carrera y han formado una familia.
A Adela de la Flor (28 años de edad), la vida en Australia también le ha sonreído, pero como al resto de los españoles que recalaron en el país, nadie le ha regalado nada. A esta abogada jerezana, el sueño australiano le ha servido para reinventarse. Cansada de las prácticas en un despacho de abogados a 300 euros al mes, tomó la decisión de cambiar de aires en contra del deseo de su familia.
“Fue acabar la carrera y no me gustaba lo que hacía, estaba un poco desmotivada. Lo vi como un ahora o nunca: voy a Australia, no sé muy bien todavía a qué, como mínimo a mejorar mi inglés. Me matriculé en un curso de marketing para empresarios, yo ni era empresaria ni entendía de marketing, pero era por hacer algo diferente. Vine con la intención de estar 18 meses, ése era mi visado y ése era el tiempo que duraba el curso”, destacó a NIUS.
Soltera y sin deseo de encontrar pareja, Adela conoció a Nick, australiano, a los cinco días de llegar, razón de peso para que su estadía haya sido más larga de lo previsto.
“Esos 18 meses se convirtieron en cuatro años, casi cinco. Este año me dan la nacionalidad, así que soy muy afortunada por eso. Al principio tuve muchas dificultades en encontrar casa, iba con las maletas de un lado a otro, me quedaba en Airbnb's, en el sofá de una australiana, llegué a compartir habitación con uno brasileros que no conocía de nada, un show”, agregó.
Adela ha creado su primera empresa, una inquietud que, según afirma, le ha sido más fácil desarrollar en Australia. “He aprendido mucho de crecimiento personal, de marketing, de conocerme a mí misma de saber lo que me gusta, de valores, de tener una misión y el propósito para crear un impacto positivo”, sentenció.
Éstos son solamente algunos relatos de casi dos siglos de presencia española en la denominada tierra de la fortuna. Según datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística, en 2019 residían en Australia 22.010 españoles, de los que muchos eran jóvenes que viajaban con una visa temporal para trabajar y viajar por el país con su mochila. No hay cifras concretas de cuál ha sido el flujo migratorio durante la pandemia, de cuántos han regresado a España o han permanecido alejados de sus familias.