Mucho - seguramente demasiado - ha tenido que esperar el público español para conocer la obra de Asli Erdogan (Estambul, 1967). Esta mujer turca tiene tras de sí una dilatada y turbulenta carrera que le ha llevado al exilio. Por ser víctima de las represalias del régimen turco el presiente Recep Tayipp Erdogan, vive actualmente en Berlín, desde donde atiende a NIUS.
Esta reputada autora es una de las voces de la literatura turca más conocidas internacionalmente. Ha recibido distinciones internacionales de gran prestigio a nivel internacional, como la Orden de las Artes y las Letras de Francia, en 2018, año en que también recibió en Francia el Premio Simon de Beauvoir para la libertad de la mujeres. En 2019 se le otorgó el Premio Vaclav Havel, en reconocimiento a su coraje y su arriesgada situación.
Sus obras han sido traducidas a nueve idiomas. Desde este miércoles, está disponible en español “El edificio de piedra” (Ed. Armaenia, 2021), un potente ejercicio de prosa poética que versa sobre traumáticas experiencias vividas en prisiones, comisarías, sanatorios, psiquiátricos y otros espacios donde ocurre el sufrimiento humano.
Lugares así terminaría visitando Asli Erdogan tras haberse convertido en una influyente columnista y asesora en el diario pro-kurdo Özgür Gündem. Fue en 2016, tras la ola de represión de opositores políticos que siguió en Turquía al último y fallido golpe de Estado. Entonces, según señala esta intelectual en esta entrevista, “Turquía inició un cambio muy rápido hacia lo que es un régimen totalitario”. Entonces también, las autoridades de su su país empezaron a perseguirla.
El régimen turco llevó a Asli Erdogan a la cárcel en proceso judicial en el que le reprocharon “actividades terroristas”. Las autoridades de su país y muchos de sus compatriotas la consideran una traidora. “Escribir sobre los kurdos y el genocidio armenio me llevó a ser considerada una traidora”, explica.
P: Se da la paradoja de que a usted se la considera, por un lado, una figura literaria de reconocido prestigio en Turquía, pero, por otro lado, las autoridades de su país la han represaliado, mandado a prisión y ante los tribunales. ¿Qué hace posible esta situación?
No es tan infrecuente en Turquía que pasen cosas así. Si uno mira la historia de la literatura turca, hay más de 165 casos de escritores turcos que han estado en prisión. Pero, como yo, fueron detenidos cuando tuvieron contacto con los medios de comunicación. Es nuestra tradición. Porque todo escritor, en realidad, también tiene que trabajar como columnista, porque no hay otro modo de ganar dinero. Además, estamos en un país muy politizado. En países como Turquía uno no puede permitirse el lujo de mantenerse fuera de la política. Hay una urgencia para hacerlo porque siempre hay problemas democráticos. Pienso que es una cuestión de responsabilidad para los escritores el trabajar como columnista. Y los escritores lo hacen, y pagan por ello. Ya le digo, más de 165 escritores han pasado por prisión.
P: ¿Siempre ha sido así?
En los años noventa, esta tendencia paró. Por eso los medios de comunicación de ahora no saben esto. Hay que darse cuenta de toda la historia, que es realmente difícil de ver. Pero tras las el fallido golpe de Estado de 2016, Turquía inició un cambio muy rápido hacia lo que es un régimen totalitario. En este contexto, los viejos reflejos de meter a escritores en la cárcel volvieron a aplicarse. Mire el caso de Ahmet Altan [escritor y periodista condenado a perpetuidad en 2018, ndlr.]. Él es una figura prominente de la literatura. Estaba muy vinculado a los medios, trabajaba para la prensa, y esto mismo es lo que hace que los autores sean considerados por las autoridades. Porque los fiscales no se ocupan de libros, en general. Yo tengo muchos amigos del mundo literario que han aprendido una lección muy dura con mi caso. Todos tienen un caso judicial pendiente.
P: El año pasado usted quedaba absuelta por la justicia en una primera decisión judicial. ¿Se esperaba algo así?
Sí, me exculparon en un caso completamente absurdo. Me detuvieron porque estaba en el consejo asesor de un periódico pro-kurdo en Turquía, el Özgür Gündem. Ni si quiera consideraron el contenido de mi columna porque, en realidad, no tenía una columna. Yo sólo escribía de vez en cuando debido a mis problemas de salud. No puedo escribir columnas regularmente. En ese consejo, había un editor, un lingüista y yo misma, y nos enfrentamos a acusaciones pero quedamos absueltos.
Sin embargo, en mi caso, las autoridades del país han apelado, y lo han llevado a una instancia superior. El fiscal que me acusó en un primer momento aceptó la sentencia del tribunal de Estambul que se pronunció primero. Pero ahora hay otro fiscal que ha reabierto el caso. Yo dudo de que lo que se ha hecho sea legal. Pero en Turquía han cambiado tantas cosas en lo que a la ley respecta, que ya no hay ley.
P: Esto quiere decir que, pese a la decisión de la justicia del año pasado, si usted vuelve a su país, podría volver a la cárcel.
Sí, creo que ese el mensaje que las autoridades del país quieren mandar. Mi caso es similar al de Can Dündar, conocido periodista turco que ahora está exiliado también en Alemania. Y, claro, es difícil seguir haciendo periodismo cuando estás lejos de tu país. Yo no puedo hablar mucho alemán, aquí puedo continuar mi carrera literaria, pero escribir en otro idioma es difícil. Por eso yo creo que las autoridades turcas tienen esta política de tenernos lejos del país y, si volvemos, vamos a la cárcel. Mantienen persecuciones judiciales, en mi caso, desde hace ya cuatro años y medio. Dicen que mi situación es kafkiana, pero lo que me están haciendo es un insulto a Kafka.
P: Su situación es difícil, y si me permite, también es difícil lo que atraviesan los personajes que aparecen en “El edificio de piedra”. Usted escribió este libro antes de estar casi tres meses en prisión en 2016. ¿Habría escrito lo que escribió tras su experiencia en la cárcel?
Esta es una cuestión clave. Cuando el libro apareció en 2012, la crítica estaba dividida. Una parte de la crítica decía que el libro contenía un lenguaje poético muy bueno, pero otra parte decía que la autora estaba haciendo un show, porque, decían: 'la autora no sabe de lo que está escribiendo'. Me reprochaban utilizar un lenguaje poético para describir situaciones muy duras. Yo me tomé esta crítica de manera muy seria. Me sentí culpable. Me pregunté si, efectivamente, había caído en hacer un show, escribiendo sin saber de lo que hablaba. Pero cuando me detuvieron y encarcelaron en una comisaría, como los personajes de mi libro, pensé en mi propio libro y me pregunté eso que usted me pregunta.
Detenida, vi de alguna forma u otra los personajes de mi libro. Escuché a alguien ser golpeado y quejarse de dolor. Vi niños pequeños allí también. No fui torturada, eso sí, y tampoco sentí miedo. Ni miedo, ni emociones. En mi libro hablo de un ángel, eso me hizo preguntarme: '¿Cómo se puede ser tan inocente? ¡Un ángel en una cárcel!'. Pero luego las cosas empeoraron. Estuvimos cuatro mujeres en una celda de ocho metros cuadrados. Una de las mujeres trató de suicidarse. No estaba equipada para hacerlo bien. Aquello fue un desastre horrible. Entonces me dije: 'vale, el ángel de mi libro es esto, la ausencia de ángeles'. Así fue como hice las paces con mi libro.
P: ¿Recuerda cómo se sintió tras salir de prisión?
Mis recuerdos estaban como en una nube, como en mi libro. La situación era la de llevar una prisión abstracta conmigo en la que habían quedado fijadas imágenes muy fuertes. Muchas veces me he preguntado cómo podía saber lo que significaba estar preso antes de estar preso. Ahora bien, ¿Podría escribir algo así de nuevo? Probablemente no. Porque tras un trauma así, hay algo o alguien en ti que se muere. La parte del yo-inocente de uno se muere. Ahora me he hecho todo lo contrario de inocente, muy realista. He perdido mucho en prisión, como parecía predecir en el libro. Porque “El edificio de piedra” es un libro sobre los traumas. Y en los traumas hay algo del que lo vive que muere. Algo de ti ha de morir en el trauma para que otra parte de ti sobreviva. Yo soy una superviviente de la prisión.
P: Parece haber otra paradoja entre el mundo poético que usted construye en su libro y es el hecho de que usted, en principio, es una científica que ha estado investigando física de partículas. ¿Cómo es usted capaz de unir la prosa poética y la ciencia?
Al igual que en el libro, el personaje A. no es una sola persona, sino que son múltiples personajes. A mí me pasa lo mismo. Hay una Asli física, alguien que adora la física. Hay una Asli defensora de los derechos humanos. Hay una Asli escritora también, alguien tímida que sólo sabe expresarse a través de la escritura. Hay una Asli bailarina de ballet en mí, porque fui una intelectual que hacía ballet. De todos esos mundos he aprendido mucho. Puede que el único rol en el que no me sienta en casa de verdad es el de escritora política.
Pero tengo un talento a la hora de contar historias y esto es lo que hice como periodista en el periódico Radikal [influyente diario desaparecido en 2016, ndlr.]. A mí me contrataron a finales de los años 90 en el grupo de tres periodistas mujeres que escribirían sobre literatura. Y nos convertimos en voces potentes en el país, pudiendo romper algunos tabúes. Yo lo hice en lo que respecta a las prisiones, los kurdos e incluso el Holocausto, en definitiva, las mías eran historias de víctimas. Mis columnas han trascendido, pero eso no soy yo. A mí me interesa mucho la mitología, la antropología o las tribus. De esas cosas aprendo tanto como de la ciencia.
P: En “El edificio de piedra” usted transmite la experiencia de personas en situaciones extremas, donde no hay libertad, por ejemplo. ¿Qué papel juega la esperanza en su literatura? No la hay en su libro...
Tiene razón. Hay quien ha dicho que de este libro no se sale. En parte era mi intención. También se ha dicho que soy una escritora sádica. Pero, de alguna forma, ésta es mi experiencia vital. Tuve una vida traumática, incluso antes de estar en prisión. Muchos de mis amigos fueron torturados o fueron a la cárcel. Mi infancia también fue difícil. Perdí a alguien a quien quería mucho. Mi libro, en realidad, está dedicado a esa persona, que lleva desaparecida 20 años. Ese sentimiento de pérdida está en el libro. Pero tal vez el haber estado en prisión me enseño algo...
P: ¿A qué se refiere?
Le contaré algo. En la cárcel, tener plantas estaba prohibido. Pero las había. Tras el golpe de Estado de 2016, la política en las prisiones se endureció mucho. Se llevaron todas las plantas de las celdas. Y las plantas son muy importantes para las prisioneras, incluso la planta más fea. Porque una planta es lo único bonito en realidad que se va a ver en prisión. Las mujeres presas convertían en tierra restos de té. Es un proceso que dura semanas, que incluye fertilizar y demás. Por contrabando se pueden conseguir semillas.
Hay que esperar semanas hasta que aparezca una débil planta. Justo cuando pasó eso, hubo registros en mi celda y se llevaron las plantas. Ese día lloré. Pero ese día también, las mujeres presas volvieron a poner a secar hojas de té para hacer tierra otra vez. Ahí me dije: 'Sí, ésto es la esperanza'. Ese día aprendí una lección que no sabía en el momento en que escribí “El edificio de piedra”.
P: Y en el exilio ¿Cómo está en Alemania viviendo lejos de su país?
Antes había viajado mucho y vivido en muchos países, incluido Brasil. Pero el exilio es diferente. Yo nunca tuve un sentimiento muy fuerte de pertenecer a Turquía. Siempre me consideré alguien marginal, siempre en el exilio. Pero la dura realidad es que si no puedes volver a un punto del planeta, por pequeño que éste sea, el resto del mundo se convierte en una gran celda. El exilio es como estar en la prisión. Con la pandemia, estar en el exilio es insoportable. Mi madre estuvo hospitalizada por el COVID-19. Y cuando estás en el exilio te das cuenta de que no vas a poder tener la posibilidad de despedirte de los tuyos. Yo también estoy muy enferma, no tengo mucho futuro, y me han quitado la posibilidad de despedirme de mi familia, mis amigos, el Bósforo...
P: ¿Afecta esto a su literatura?
Yo soy alguien que escribe basándose en el lenguaje, el ritmo y la musicalidad. Tanto es así que hay quien me identifica leyendo un párrafo aislado mío. Ahora estoy perdiendo esto porque no escucho turco. Mi turco no es tan bonito como antes. Siento que hasta lo estoy perdiendo, mezclándolo con el inglés o el alemán. Esto es lo más doloroso. He trabajado tanto para construir ese turco que yo tenía. Me he prohibí leer libros en inglés, por ejemplo. Tras publicar mi primer libro, recibí críticas por mi turco. Decían que era “pobre”. Así que trabajé muy duro hasta que un crítico me calificó como la escritora joven con el mejor turco.
P: ¿No ha sacado provecho de la gran comunidad turca que vive en Alemania?
Alemania no es un país fácil. En realidad, yo vine aquí para recibir un premio y entonces me dijeron que no podía volver a Turquía. Traté de mudarme a Francia, algo que intento todavía, porque allí se considera muy bien mi literatura, mientras que en Alemania se me ve como una periodista en el exilio. Además, tengo fricciones con la comunidad turca de aquí. Porque la mayoría de esta comunidad, los turcos alemanes, son pro-Erdgona, y a nosotros nos odian.
Nos tratan como traidores. Y los que no son pro-Erdogan, ignoran la literatura turca o el cine turco. En realidad, esta comunidad vive en otro país que no es Alemania pero que tampoco es Turquía. Respecto a esta comunidad, estoy agradecida a la pandemia porque siempre llevo mascarilla y no se me reconoce. Porque tengo miedo de que un día me den una paliza o algo así.
P: ¿Pero por qué la consideran una traidora?
Por no ser kurda, ser una escritora traducida en nueve idiomas y haber apoyado a un periódico pro-kurdo. Si hubiera sido kurda, hubiera dado igual, porque a todos los kurdos se les considera del PKK [Partido de los Trabajadores de Kurdistán, ndlr.]. Mi padre es originario del Cáucaso y la familia de mi madre procede, remontando al sigo XII, de Salónica.
En 2006, también se me acusó de traidora por unirme a un llamamiento de intelectuales para pedir perdón a los armenios por el genocidio. Yo no lo escribí, pero estaba entre los primeros en firmar y aquello recayó sobre mí. Pero en Turquía es tan fácil ser un traidor: usas las palabras “genocidio armenio” y ya lo eres. Lo mismo pasa si dices: “los kurdos están oprimidos”. Escribir sobre los kurdos y el genocidio armenio me llevó a ser considerada una traidora.