La situación en Bolivia es tan inestable que la violencia no cesa ni para enterrar a sus muertos. La tensión ha vuelto a estallar durante el funeral cinco personas fallecidas en las últimas protestas bajo las balas del Ejército.
Era un último homenaje para cinco de las ocho personas muertas en los enfrentamientos del pasado martes en la refinería de Senkata cuando la marcha que pretendía ser pacífica y desmentir lo que había asegurado el gobierno interino de Janine Añez que los muertos pertenecían a grupos armados.
Ni los ataúdes consiguieron hacer aplacar la represión del Ejército boliviano con mano libre para disparar a matar a los manifestantes. Los agentes no dudaron en cargar contra ellos con gases lacrimógenos, mientras la marcha terminaba con carreras para huir de los golpes.
El escenario restante era durísimo: calles vacías, féretros casi abandonados y familiares que volvían a llorar por una pérdida y una despedida que, lejos de ser el homenaje esperado, ha vuelto a convertir La Paz en un escenario de guerra.
En las protestas que duran desde que el presidente Evo Morales fue invitado por la cúpula militar a abandonar el Gobierno el pasado mes de octubre y la autoproclamación de la senadora opositora Janine Añez como nueva presidenta, han muerto bajo la represión del Ejército una veintena de manifestantes.