M. guarda como oro en paño un retrato que se hizo en 2004, cuando pensó que iba a morir de sida. En aquel momento, el acceso a la medicación era caro y escaso y su familia lo había echado de su casa por miedo al contagio y, sobre todo, al qué dirán. M. quiso entonces dejar constancia de que había pasado por el mundo, así que se tomó una fotografía de estudio que hoy luce con orgullo de superviviente en su salón y en sus redes sociales.
Este hombre de mediana edad ostenta el honor de ser la persona que más tiempo ha vivido con VIH en China. Tras 20 años de activismo contra el tabú de ser seropositivo, contra el rechazo por su homosexualidad y contra un Gobierno que lo quería silenciado, M. cuenta que prefiere ahora pasar inadvertido, ocultar su nombre y descansar.
A M. le tocó vivir una época que China quiere dejar atrás. Tras dos largas décadas de oscurantismo y falta de control, las autoridades accedieron en 2003 a darle la vuelta a sus políticas y comenzar, lentamente, a poner soluciones. Hoy en día, China es el país que realiza más pruebas de VIH del mundo, ha eliminado ciertas trabas administrativas discriminatorias y Naciones Unidas alaba su adaptación a los estándares internacionales.
Según datos de 2017, los últimos publicados por el Gobierno, en China hay 860.000 personas que saben que tienen VIH, aunque el número total de afectados podría ser mayor. De ellos, 720.000 reciben tratamientos antirretrovirales, una atención médica amplia que cojea, sin embargo, en las zonas rurales.
Aunque el virus está bajo control en el país y la calidad de vida de los pacientes ha aumentado, los contagios siguen creciendo, se calcula que a un ritmo de 100.000 al año. Esto supone un 3% de las transmisiones mundiales anuales.
Actualmente, más del 90% de las nuevas infecciones de VIH en China se producen mediante relaciones sexuales, según la Comisión Nacional de Salud y Planificación Familiar del país. Sin embargo, esto no siempre ha sido así. Desde que el virus llegó a China a principios de los 80 y hasta 2007, los principales medios de contagio fueron el consumo intravenoso de drogas y las transfusiones de sangre.
Durante los 90, el comercio de plasma se convirtió en un negocio rentable en zonas rurales del país azotadas por el hambre, como la provincia de Henan. Los centros de recolección pagaban a los campesinos unos pocos yuanes, obtenían el plasma de su sangre y les reinyectaban el resto para que se recuperaran más rápido y pudieran volver a venderla.
La falta de control hacía no solo que no se analizaran los miles de litros de sangre comprados, sino que se compartieran agujas y se mezclaran restos de distintas personas para reinyectarlos a los que los habían vendido.
El Gobierno acabó cerrando estos centros, pero los años de este tipo de prácticas dejaron decenas de miles de nuevos infectados, una situación sobre la que las autoridades impusieron el máximo secreto.
El mayor problema en relación con el VIH en China ya no son las transfusiones ni el acceso a tratamiento, sino una discriminación que tiene varios frentes.
El principal de ellos es la falta de aceptación social de la homosexualidad -no despenalizada hasta 1997 y prohibida en televisión- y su consiguiente práctica sexual encubierta y sin seguridad. De hecho, se calcula que entre el 80 y el 90% de los hombres homosexuales chinos contrae matrimonio con mujeres. Las relaciones sexuales extramatrimoniales entre hombres son una de las grandes formas de contagio de la enfermedad en el país. Y muchos de los hombres casados que se contagian mantienen relaciones sexuales sin protección también dentro del matrimonio, por lo que las transmisiones se multiplican.
De hecho, la falta de información y educación sexual y la asociación errónea del VIH exclusivamente con colectivos marginales hace que muchos no utilicen preservativo al mantener relaciones con personas que no encajan en el perfil estereotípico, lo que ha hecho que el número de casos crezca, especialmente entre jóvenes universitarios.
Pero no son los únicos. Otro gran colectivo afectado por nuevos contagios es el de los hombres mayores de 60. Según ONUSIDA, la organización de Naciones Unidas para la enfermedad, esto podría deberse al consumo de prostitución.
Shao Yiming, investigador jefe del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de China, órgano asesor del Gobierno, reconoce el problema de la discriminación. “Nosotros intentamos eliminarlo desde la ley, pero mucha gente sigue pensando que el VIH va de la mano de las drogas o de la prostitución”, afirma, lo que supone un estigma para los seropositivos, y cree que la solución no es sencilla a corto plazo. “Conseguir eliminar esa mentalidad requiere tiempo y educación”.
Según ONUSIDA, la discriminación social y la marginación de las personas con VIH en China es todavía elevada, a pesar de las mejoras en la legislación. Muchas de ellas siguen perdiendo sus puestos de trabajo o son rechazadas por su entorno.
A la visibilidad del colectivo tampoco ayudan las estrictas normas chinas contra la movilización, la protesta o la asociación, que hacen que muchos activistas sean perseguidos.
Además, todavía hay hospitales y médicos que se niegan a operar a personas seropositivas y empresas -también estatales- que piden análisis para contratar a determinados empleados. China, de hecho, mantiene requisitos de análisis del VIH para la obtención de algunos visados de trabajo por parte de extranjeros.