Ponerse enfermo en Venezuela es uno de los mayores problemas que cualquier persona que viva dentro del país, ya sea autóctono o extranjero, puede tener. El problema puede convertirse en drama de dimensiones considerables dependiendo de la dolencia y, sobre todo, de la capacidad del bolsillo del paciente.
En Venezuela, la brecha entre la sanidad pública y la privada en lo que a calidad y capacidad de atención se refiere, se ha agravado de manera exponencial con la crisis. Según la Federación Médica Venezolana, los 300 hospitales públicos del país sólo cuentan con un 3% de los insumos necesarios para tratar a los pacientes. Entrar en hospitales emblemáticos de la capital como el Hospital Vargas, el Clínico o el J.M de los Ríos es un viaje en el tiempo hacia la época en la que la astucia o el ingenio de los médicos debía sustituir a una tecnología que todavía no había llegado. Eran otros siglos. No para el país caribeño, incapaz de hacer frente a las necesidades médicas de una población que vive con pavor a la enfermedad más básica.
"Los únicos insumos que recibimos provienen de las ONGs", asegura Carlos Prosperi, Director Adjunto del Hospital Vargas de Caracas. "Los pacientes deben traer todo lo que necesitan para una operación o cualquier tratamiento". Y cuando dice todo, es absolutamente todo, desde gasas, catéteres, vendas, antibióticos o agujas para cualquier tipo de inyección.
El médico asegura que hoy por hoy el hospital tampoco garantiza las tres comidas diarias que cualquier paciente ingresado necesita, y con todo lo que el hospital les da apenas suman 600 kilocalorías. Los familiares deben llevar los alimentos, algo que supone un sacrificio para la mayoría de venezolanos inmersos en una hiperinflación que devalúa cada día sus salarios.
En el Vargas, como en la mayoría de hospitales públicos del país, la escasez de agua también es la tónica, lo que dificulta la salubridad necesaria que se esperaría de un lugar donde hay personas enfermas y en muchos casos, debatiéndose entre la vida y la muerte. Es habitual el olor insoportable a orina en las instalaciones de los centros médicos y la acumulación de basura en las esquinas. Los baños públicos suelen estar cerrados y los que permanecen abiertos no disponen de condiciones para su uso. Muchas familias cargan garrafas de agua potable hasta las habitaciones donde pernoctan sus enfermos. En sus espaldas, mochilas cargadas de tupper ware con proteínas calientes.
Llama la atención que, en el patio de entrada de este Hospital, junto a una de las puertas principales, hay un puesto ambulante de venta de carne y pollo. Los alimentos están sin refrigerar y sus dueños espantan las moscas con papel de periódico. Nadie parece escandalizarse ni pararse a pensar en lo inapropiado de la estampa.
Desde el 2014, en el país faltan toda clase de suministros médicos, y de acuerdo con la Federación Venezolana de Farmacias, desde el 2015 la escasez de medicinas alcanza el 80%.
Es habitual escuchar por los pasillos de los hospitales a la gente, apostada pacientemente en alguna de las salas de espera o de cualquier pasillo, quejándose porque no encuentra el antibiótico que necesita su familiar de turno. En la mayoría de los casos, encontrar algunos medicamentos básicos en Venezuela se convierte en un periplo que puede conllevar horas de aventura preguntando de farmacia en farmacia si disponen de su receta. La fe y la suerte juegan un papel fundamental para tener éxito, y en muchos casos, cuando se encuentran, los precios son tan elevados, que se convierten en impagables para la mayoría de los venezolanos, que cuentan con un salario mínimo de unos 10 euros al mes.
Los bajos salarios y la devaluación de la moneda nacional, el bolívar, debido a la inflación económica, también afectan al personal sanitario, que ha visto mermadas sus condiciones laborales de manera drástica en los últimos años. Esto ha provocado que muchos especialistas médicos se vayan del país y que, los que se quedan, en ocasiones, busquen hacer negocio con la salud de la gente.
En los pasillos del Vargas, una chica se queja de que su suegra lleva dos meses ingresada después de que le diese un ictus y que necesita una operación urgente. En el Hospital no hay anestesista así que la familia debe contratar uno privado. El coste asciende a 400 dólares la hora, unos 363 euros al cambio. Completamente impagable.
Según la última Encuesta Nacional de Hospitales publicada este mes de noviembre, al 76% de los hospitales públicos le faltan medicinas y el 81% carece de material quirúrgico, catéteres o sondas. En el caso de los tomógrafos, en el 94% de los centros médicos están averiados y en el 44% de estos hospitales los quirófanos están cerrados por falta de medios.
El gobierno de Nicolás Maduro dejó de publicar estadísticas sobre el tema en el año 2014. En el año 2017, la Ministra de Sanidad, Antonieta Caporale, fue destituida tras difundir datos sobre el aumento de la mortalidad infantil y hacer públicos varios informes epidemiológicos a través de la página web del ministerio.
Precisamente, acaba de hacerse público un caso de fiebre amarilla en Venezuela tras 14 años con la enfermedad erradicada, lo que ha hecho saltar todas las alarmas sobre la fragilidad del sistema sanitario del país. Se trata de un hombre de 46 años de la etnia indígena pemón que ha logrado sobrevivir a la enfermedad. El caso se dio en el Estado Bolívar, al sur de Venezuela.
Pero sin duda, la enfermedad que más preocupa a los venezolanos es el cáncer. Según un estudio de la Sociedad Anticancerosa Venezolana presentado este mes de noviembre, los fallecidos por esta enfermedad han aumentado un 16,6%. La ONG señala que el número de nuevos pacientes con cáncer en Venezuela este año será de 64.088 personas, lo que supone un incremento del 10% respecto al año 2015, cuando hubo 58.236 nuevos casos.
Sabrina tiene cáncer de mama. Se lo diagnosticaron hace dos años y se operó hace siete meses en el Hospital Oncológico Luis Razetti donde hace meses que no se están dando tratamientos de radiología, la quimioterapia llega a cuentagotas y los tomógrafos no funcionan.
La operación de Sabrina fue satisfactoria pero al no recibir el tratamiento de radio, la enfermedad se extendió y ahora tiene metástasis en el cerebro. Necesita 1.800 dólares (1.635 euros al cambio) que no tiene para poder acudir a una clínica privada y probablemente salvar su vida.
Sabrina tiene 44 años y un aspecto de una mujer de 60. Está apostada en una cama con sábanas viejas y necesita oxígeno para respirar y hablar con normalidad. La habitación, que comparte con otros tres pacientes, es calurosa y huele a viejo y cerrado. Es angustiante, la sensación de que no hay luz al final de ningún túnel que impregna la sala.
La paciencia en los ojos del rostro de su madre, una anciana de edad incalculable que vela a su hija casi moribunda día y noche, parece lo único esperanzador en una habitación donde nadie habla porque hay tensión de respeto y miedo.
Si Sabrina tuviese un seguro médico de 50.000 dólares estaría cubierta. "Con esa cantidad puedes estar tranquilo en Venezuela", asegura el doctor Germán Cortez, Presidente de la Asociación Capital de Clínicas y Hospitales de Venezuela, que agrupa a las mejores once clínicas privadas del país.
Suena gracioso de llorar por lástima propia y ajena. 50.000 dólares. Pero, ¿quién tiene esa cantidad de dinero hoy en Venezuela para costearse un seguro médico de estas características? Según Cortez, entre un 2 y un 5% de la población. El médico lamenta que, actualmente, las clínicas privadas venezolanas apenas están trabajando a un 30% de su ocupación. La crisis también les ha hecho mella. Muchos venezolanos con dinero también se han ido del país cansados de la situación política y de precariedad económica que pareciera perpetuarse en el tiempo.
Entrar en una clínica privada en el país caribeño parece ciencia ficción si se compara con la situación de los hospitales públicos. En "la privada”"hay de todo lo que falta en la pública, hasta las cosas más básicas que poca gente, a priori, valoraría, de no ser porque se encuentra en Venezuela, y en este país no hay que dar nada por hecho, sobre todo cuando se trata de que las cosas funcionen. Hablamos, por ejemplo, de tener aire acondicionado, luz o agua en los centros médicos, unos básicos entre los básicos y completamente incuestionables en cualquier país "normal" o al menos en cualquier país donde no hace tanto tiempo no se pondrían en cuestión.
La vida y la muerte se desdibujan como hermanas siamesas con futuro incierto en el país sudamericano con las mayores reservas certificadas de petróleo del mundo. Una coletilla mediática al nombre propio que no le ha traído, precisamente, muchas alegrías. Ser el centro de atención multipolar es ser las venas abiertas de América Latina con sangre roja y negra, como la tinta o el veneno que nace para su desgracia de su subsuelo. Venezuela se muere en sus hospitales públicos por una mezcla de cosas: la ineficiencia de su gobierno y una corrupción intrínseca a todos los niveles de sus instituciones, incapaces de gestionar la desgracia en la que se han convertido como una caricatura de la aventura libertaria de sí mismos.