Antes del último Consejo de Ministros, el titular de Sanidad, Roberto Speranza, tuvo que invitar a un café al líder de la Liga, Matteo Salvini, para explicarle la delicada situación epidemiológica. Speranza, del partido más izquierdista de la amplia coalición de Gobierno, Libres e Iguales, se ha convertido en el apóstol de las restricciones. Salvini, cuya formación está en el Ejecutivo, hace campaña por la apertura de los negocios desde la libertad de no tener que controlar una cartera. El líder de la Liga ha utilizado el enfrentamiento con el ministro de Sanidad para marcar terreno. El primer ministro, Mario Draghi, levita por encima de estas trifulcas. Aunque cuando hay que legislar, toca nadar en estas aguas.
Draghi asumió el mando del país hace menos de dos meses con el gran objetivo de pilotar el plan basado en los fondos de recuperación europeos. La campaña de vacunación ya estaba en marcha, sin que las compañías farmacéuticas hubieran comenzado todavía la época de las rebajas. El discurso de investidura del ex presidente del BCE tocó la pandemia, claro. Pero se proyectó más hacia el futuro que en el presente: “¿Qué mundo nos encontraremos cuando salgamos?”.
Ahora la situación es distinta. El documento con las líneas maestras del plan italiano para invertir los 209.000 millones que entregará la UE debe ser enviado a Bruselas antes de que termine el mes. Pero, de momento, se encuentra en el cajón del Ministerio de Economía, donde están tratando de cuadrar los gastos. Ningún avance todavía. Fuentes de la Presidencia reconocen que Draghi aún no ha podido involucrarse en esta tarea, aunque lo hará en las próximas semanas. Está ocupado en lo más urgente, en afrontar el peor momento de la tercera ola y superar los obstáculos para que avance el plan de vacunación, tan retrasado como en el resto de países europeos.
Al genio de las finanzas le toca remangarse. No es la hora de grandes números, sino de resolver las cuestiones del vecindario. La farragosa tarea de hacer política. Hace un mes ya impuso su voz en Bruselas para bloquear la exportación de vacunas de AstraZeneca a Australia, cuando las entregas de la farmacéutica comenzaron a oler raro. Semanas después Draghi dijo que daba la sensación de que “algunos laboratorios estaban vendiendo las mismas dosis dos o tres veces”.
Ocurrió poco después de que se descubriera en suelo italiano un almacén con 29 millones de vacunas, cuyo destino final todavía es un misterio. En Roma les tocó gestionar esa crisis, que en Bruselas resolvieron imponiendo nuevos criterios basados en la reciprocidad para la exportación de vacunas hacia otros países no comunitarios. En el último Consejo Europeo, Draghi manifestó que “los ciudadanos europeos se sienten engañados por algunas casas farmacéuticas” y abrió el debate sobre los eurobonos, como modo de obtener financiación de forma común y avanzar en el camino de la unión fiscal.
“Italia será mucho más escuchada en el debate comunitario, porque si uno mira el currículum del primer ministro, credenciales no le faltan. Pero Italia seguirá siendo Italia y no puede pretender desplazar al eje Francia-Alemania, sino colaborar con ellos”, opina Antonio Villafranca, director de Asuntos Europeos en el Instituto para los Estudios de Política Internacional italiano. Con Angela Merkel de salida y Emanuel Macron preparando la campaña del próximo año, Draghi puede asumir un mayor peso a nivel europeo. Aunque el motor del Estado italiano es de pequeña cilindrada comparado con el transatlántico del BCE.
Draghi se siente cómodo en los foros comunitarios. Si bien, donde se bate el cobre es en casa. Por el momento ha puesto en marcha una reforma de la Administración Pública, que ha delegado en su ministro Renato Brunetta, del partido de Silvio Berlusconi. Todo lo demás es pandemia. En la gestión sanitaria, una de sus primeras decisiones fue cambiar a los principales responsables de la emergencia. Ahora el hombre con plenos poderes es un militar, Francesco Paolo Figliuolo. Las restricciones se basan en el mismo esquema planteado por el anterior Ejecutivo de Giuseppe Conte, aunque se han endurecido.
Salvini ha levantado la voz, a lo que Draghi ha respondido llamando a la “colaboración” del Gobierno. Roberto D’Alimonte, politólogo de la Universidad Luiss, apunta que “es significativo que Salvini no ataque a Draghi, cuya figura respeta, sino que lo haga con Speranza”. “Es normal que los partidos marquen sus líneas, es el teatro de la política. Cada uno habla a sus electores, aunque lo importante es que Draghi parece capaz de mediar entre ellos. Estas peleas no están afectando a la acción de gobierno”, sostiene el profesor.
Otra cosa será que el economista esté dispuesto a ejercer eternamente como mediador, cuando su cometido principal era repartir de forma eficiente el dinero de la UE. Una tarea de oficina, silenciosa, que parecía marcar la línea comunicativa de Draghi. Durante semanas permaneció callado, con pocos actos públicos y ninguna pregunta de los periodistas. Sin embargo, cuando la realidad mostró que habría que dejar los números para más adelante y que las preocupaciones eran otras, salió a dar la cara.
Ofreció una primera rueda de prensa tras aprobar un decreto de ayudas a los comerciantes, que se había retrasado meses por el cambio de Gobierno. Y después, repitió operación tras el último Consejo Europeo, para dar cuenta de la situación de las vacunas. Draghi no ha perdido el olfato desde sus comparecencias ante los medios tras las reuniones del BCE. Responde de forma breve, directa y certera, igual de seguro que aparenta en sus formas. Sus apariciones han sido un modo de tranquilizar a la prensa, grandes anuncios no ha dado. Sin ningún perfil en redes sociales, su máxima es hacer y luego comunicar.
En esto, poco ha cambiado. El primer ministro sigue el manual del tecnócrata. Quienes se han visto obligados a reajustar estrategias, renovar liderazgos o adaptar sus políticas son los partidos. Draghi se mantiene en el centro, como el eje sobre el que pivota una amalgama de fuerzas unidas en un Gobierno de coalición, que preparan el ‘sprint’ para cuando se abra la carrera. A principios del próximo año, la legislatura puede tomar una salida de emergencia. Habrá que elegir a un nuevo presidente de la República y Draghi podría cambiar el Palacio Chigi por el Quirinale. Allí disfrutaría del poder sin mancharse las manos con la grasa del día a día. La sede de la jefatura del Estado está en una colina, desde esa altura se ven las cosas de otro modo.