Susan Browell Anthony, dos de sus hermanas y otras once mujeres consiguieron registrarse en las elecciones presidenciales de 1872 y votar en Rochester, Nueva York, en un momento en el que sólo los hombres podían hacerlo. Apelaron a la Decimocuarta Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, recientemente entrada en vigor, que declaraba que, cualquier persona nacida en este país era considerada ciudadana y que, por tanto, los ciudadanos tenían ciertos derechos.
Aunque la ley se aprobó con la intención de proteger a las personas negras liberadas después de la Guerra Civil, según Anthony, esos derechos incluían el derecho al voto de las mujeres. Sufragó por el candidato republicano Ulysses S. Grant, 18º presidente de los EEUU entre los años 1869 y 1877, quien, desde su partido, había prometido escuchar las demandas de las mujeres.
Unos días después, el 14 de noviembre, se emitió una orden de arresto en su contra, y el diputado mariscal de la ciudad neoyorquina le pidió que acudiera a la policía. Anthony, que por aquel entonces tenía 52 años, exigió ser "arrestada como un hombre" y estiró la muñeca para ser esposada al mariscal adjunto.
En enero del año siguiente fue declarada culpable de votar ilegalmente por un jurado compuesto exclusivamente por hombres. El juez Hunt, declaró que "la votación de la señorita Anthony fue una violación de la ley” y le impuso una multa de 100 dólares. En un alegato final, la activista, que hasta entonces no había podido testificar en su nombre, cuestionó con dureza al gobierno de entonces por impedir que las mujeres votaran, y prometió no pagar nunca ni un centavo de la multa. Para evitar una apelación ante un tribunal superior, el juez decidió no enviar a Anthony a la cárcel.
Entre su arresto y su juicio, Susan B. Anthony, que ya era una mujer reconocida por su activismo y lucha por los derechos de las mujeres, recorrió numerosos pueblos y aldeas del condado de Monroe, Nueva York, y preguntó una y otra vez a sus cientos de seguidores: “¿Es un delito que un ciudadano estadounidense vote?”.
148 años después que aquella polémica y enjuiciada votación de 1872, el presidente Donald Trump indultó esta semana a la sufragista de mujeres Susan B. Anthony.
“Ella nunca fue perdonada. ¿Por qué tomó tanto tiempo?”, se preguntó Trump al anunciar el indulto. "Fue declarada culpable por votar y vamos a firmar un perdón total y completo”, afirmó desde un evento celebrado en la Casa Blanca el pasado martes 18 de agosto, para conmemorar el centenario de la Decimonovena Enmienda que puso fin a la exclusión del voto de las mujeres.
El presidente, quien enfrenta una difícil reelección el 3 de noviembre contra el demócrata Joe Biden, se esfuerza por conseguir apoyo de las mujeres, especialmente de las que denomina "amas de casa suburbanas".
Los republicanos han expresado su preocupación porque el partido podría estar perdiendo el apoyo de las mujeres votantes por su manejo de la pandemia de coronavirus y las relaciones raciales.
Según algunos estudios, desde 1980, la mayoría de los hombres votan a los republicanos, y la mayoría de las mujeres votan a los demócratas, incluida una gran mayoría de mujeres de color.
En la declaración de la Secretaría de Prensa sobre el indulto, exponen que “la decisión de perdonar póstumamente a Susan B. Anthony elimina una condena por ejercer un derecho estadounidense fundamental y que nosotros, como ciudadanos, emplearemos legalmente este noviembre. A la luz de estos hechos y en reconocimiento a su trabajo histórico para mejorar la justicia de nuestra Constitución”, concluye, “Susan B. Anthony es digna de este perdón póstumo”.
“Fue una victoria monumental para la igualdad, para la justicia y una victoria monumental para Estados Unidos”, dijo Trump.
Entre las mujeres que acompañaron al mandatario republicano para la proclama de la conmemoración se encontraba Marjoorie Dannenfelser, presidenta de la organización que lucha contra el aborto “Susan B. Anthony List”, quien celebró en las redes “el momento dulce” recordando que la activista estadounidense “nos enseñó a luchar por la vida”.
Sin embargo, no llueve a gusto de todos en cuanto a la clemencia otorgada por el presidente Trump y las redes sociales se han inundado de opiniones en contra, en parte, por considerar que la decisión del magnate republicano pretende desviar la atención de los titulares de la prensa, considerando que hay gestiones más importantes que resolver.
Pero más allá de lo calificado por algunos como "oportunismo", algunos historiadores consideran que la sufragista no hubiera querido ser perdonada. A esas voces se ha unido Deborah Hughes, presidenta y directora ejecutiva del Museo y Casa Nacional de Susan B. Anthony ubicado en Rochester, Nueva York. A través de un comunicado, ha manifestado que la mejor manera de honrar a Anthony sería adoptando "una postura clara contra la supresión de los votantes y la defensa de los derechos humanos para todos" entre las que destaca las "prácticas laborales justas, la educación pública, la igualdad del salario, y la eliminación de todas las formas de discriminación".
“La convicción de Anthony fue un motivo de orgullo para ella, un símbolo de hasta dónde llegarían los que están en el poder para evitar que las mujeres voten”, ha señalado Ann Gordon, ex profesora de la Universidad de Rutgers y editora de la publicación “Los artículos seleccionados de Elizabeth Cady Stanton y Susan B. Anthony".
Igualmente la vicegobernadora de Nueva York, Kathy Hochul, a través de tu cuenta de Twitter exigió la anulación del indulto: “Estaba orgullosa de su arresto para llamar la atención sobre la causa de los derechos de la mujer y nunca pagó su multa. Déjala descansar en paz @realDonaldTrump”.
La recién nominada a la vicepresidencia por el Partido Demócrata en la Convención Nacional, Kamala Harrys, por su parte, recordó a las mujeres que durante décadas no pudieron ejercer su voto constitucional: “No sería la candidata demócrata vicepresidenta sin los que lucharon y allanaron el camino antes que yo”.
Susan B. Anthony es hoy un icono estadounidense que ha inspirado a millones de mujeres en todo el país a través de su defensa y logros.
Sus padres la educaron con la concepción de la igualdad de género, tratando en la misma consonancia a sus siete hijos (4 mujeres y 2 varones), al punto de que, cuando el profesor se negó a enseñar a la pequeña Susan la operación matemática de la división -por considerar que una mujer no lo necesitaría en el futuro-, su padre contrató a una joven maestra que les inculcara un modelo de feminidad, alentando la creencia de la igualdad entre los hombres y las mujeres. Sin duda, el Sr. Anthony, un hombre cuáquero muy religioso, propietario de una fábrica de algodón en Massachusetts, era de ideas avanzadas para los tiempos que corrían, teniendo en cuenta que aquello sucedió a finales de la década de los años 20, del siglo XIX.
A Susan Anthony, su profesión de docente le demostró la diferencia salarial que ya se daba entre hombres y mujeres. Un profesor ganaba aproximadamente cinco veces más que una maestra, lo que le inspiró a luchar contra la brecha salarial de género y comenzó a exigir mejoras en el salario de la academia en la que trabajaba.
Se involucró también en temas sociales y desde el Movimiento por la Templanza apoyó la limitación de la producción y venta de alcohol, en una época en la que el consumo del licor era abundante, y las mujeres, especialmente las casadas, no tenían recursos cuando los maridos borrachos les pegaban o abandonaban.
A principios del siglo XIX, las mujeres casadas no podían divorciarse ni conservar sus ingresos ni ir a la universidad. No tenían ningún derecho legal sobre sus hijos o propiedad; de hecho, para muchos ellas eran una propiedad. Los orfanatos estaban llenos de niños cuyas madres no podían permitirse cuidar de ellos. Dado que la lucha contra el abuso del alcohol afectaba al bienestar de las mujeres y los menores, el trabajo por la Templanza se consideraba un esfuerzo femenino aceptable. Anthony vio en la organización, la puerta de entrada a los derechos de la mujer. Entendió que la mejor manera de proteger a las mujeres y a los niños, no se lograría tratando de cambiar a los hombres, sino otorgando a las mujeres poder político y, por lo tanto, el voto.
Durante la década de los 50, Anthony se unió a varias organizaciones contra la esclavitud y la abstinencia. Junto a la también activista Elizabeth Cady Stanton, compañera de batallas con la que luchó durante casi 50 años porque los derechos de la mujer fueran reconocidos, fundó en 1869 la Asociación Nacional de Sufragio de la Mujer (NWSA por sus siglas en inglés) como parte de su batalla para asegurar el derecho de voto femenino. Su objetivo era demostrar que las mujeres eran capaces de mantenerse unidas bajo la única base de su “womanhood” o condición de ser mujer. Aquel año convocaron la primera Convención sobre Sufragio de la Mujer en Washington DC.
Con su colega Stanton, desde la publicación semanal Revolution, abogó por los derechos de las mujeres al sufragio, la educación y el divorcio. El lema de la revista: “Justicia, no favores. Los hombres, sus derechos y nada más; Las mujeres, sus derechos y nada menos”.
Durante 45 años recorrió los Estados Unidos pronunciando recordados discursos (entre 75 y 100 se calculan por año), sobre el sufragio femenino y los derechos de la mujer en general. Viajó en carruajes, trenes, mulas, diligencias, transbordadores e incluso en trineo.
Anthony nunca pudo votar de manera legal. Murió a los 86 años, en 1906, antes de que la Decimonovena Enmienda Constitucional de agosto de 1920, que abrió las puertas al voto femenino, fuera ratificada.
Unos años antes de fallecer, dijo: ¡Si pudiera vivir otro siglo! Quiero ver los frutos del trabajo de las mujeres en el siglo pasado. Aún queda mucho por hacer, veo tantas cosas que me gustaría hacer y decir, pero debo dejarlo para la generación más joven. Los viejos luchadores hemos preparado el camino, y es más fácil de lo que era hace cincuenta años cuando me subí al arnés. La sangre joven, fresca de entusiasmo y con toda la ilustración del siglo XX, debe continuar la obra”.
En honor a su trabajo, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos acuñó su retrato en las monedas de un dólar en 1979, convirtiéndola en la primera mujer en recibir esta distinción.