Hace pocos meses, Kontodo, que hoy luce (o lo intenta) como uno de esos restaurantes alternativos hípster propios de la neo Malasaña, el barrio moderno por excelencia de Madrid, era una panadería más en una zona céntrica de Caracas. Entendiéndose panadería en la cultura venezolana como uno de los negocios más comunes en la capital y que van más allá del pan.
Las panaderías en Venezuela son lugares de encuentro, centros sociales, cafeterías y abastos de charcutería, refrescos o chucherías llenas de azúcar y tan del gusto del venezolano. Lo de menos, en realidad, es el pan.
Kontodo ha puesto unas mesitas con bancos de madera color pino en su terraza para atraer a los clientes y ahora luce un cartel de proporciones considerables en su entrada donde se lee: “Coma aquí por 1 $”. Dicho y hecho. Todos los precios de su carta están en moneda extranjera y el marketing está dando resultado. Kontodo se llena desde la hora del almuerzo hasta la cena y su clientela engulle bowls de pasta con salsas de todos los colores y hamburguesas y perritos calientes casi tan grandes como el cartel de la entrada por un precio casi único.
El nuevo restaurante es solo un ejemplo de un fenómeno imparable en el país y que sin duda es el tema de moda en la calle y del que todo el mundo habla: la dolarización de facto, no oficial, pero evidente, que está sufriendo Venezuela. Este negocio familiar cambió su estética por necesidad, cuando se fue a la quiebra por la crisis hace poco más de un año y ahora, su dueño quiere demostrar que con dólares “sí se puede”, porque la devaluada, la apestada, es la moneda nacional: el bolívar soberano. Con el dólar pasa lo contrario: se puede ahorrar, hay efectivo, tiene valor y es una moneda con credibilidad internacional.
Cada vez es más habitual utilizar dólares en lugar de bolívares para realizar cualquier tipo de transacción en la calle o en los comercios; y la moneda estadounidense, perseguida hasta hace muy poco por el gobierno de Nicolás Maduro, se ha convertido en una bendición para el régimen, ahogado por la hiperinflación (Venezuela cerró 2019 con una tasa del 200.000% de inflación), las sanciones, la corrupción, la fuga de capitales y la falta de acceso a divisas o financiamiento internacional por parte del Estado.
El propio Nicolás Maduro hizo una alocución hace pocas semanas donde habló abiertamente del tema, cosa extraña en él, y hasta parecía satisfecho por el fenómeno: “Gracias a Dios existe (la dolarización)”, dijo.
No es para menos. La circulación del dólar está provocando una estabilización de la economía y la sensación de que el país está saliendo a flote, muy poco a poco. En la calle es habitual ver dólares hasta en los negocios más pequeños e informales: la señora que vende cigarrillos sueltos en las bocas de metro vende 5 por un dólar; el señor del carrito de los chicharrones (cortezas, cerdo frito, uno de los snacks favoritos de los venezolanos), vende la bolsa por un dólar. La sociedad y la empresa privada están supliendo de manera espontánea la incapacidad del Estado para resolver una situación de crisis estancada y agravada en el tiempo.
Y por supuesto los restaurantes y los comercios no iban a quedarse atrás. Todos quieren subirse al carro del dólar. Todos aceptan la divisa estadounidense como forma de pago, algo impensable solo pocos meses atrás; y en varias zonas de Caracas no paran de proliferar nuevos negocios. Se trata de los famosos bodegones. Tiendas con una estética europea o americana, y que se dedican a vender productos importados principalmente de EEUU. Sus dueños se benefician de la exoneración de aranceles y se aprovechan de la fiebre del momento para vender cereales edulcorados, macarrones con queso made in USA o botes XXL de crema de cacahuete muy por encima de lo que costaría en cualquier supermercado del mundo.
Es lo que en la calle todos llaman “el efecto Nutella”, porque la crema de chocolate italiana es uno de los productos estrella, más codiciados y vendidos en los bodegones. Hace poco más de un año, encontrar Nutella en Caracas era misión imposible y solía ocupar el puesto número uno en las listas de deseos que los venezolanos pedían a los compatriotas que salían del país con intención de volver. Pero hoy, la situación es completamente distinta.
Según la consultora privada venezolana Ecoanalítica, el 64,3% de las transacciones económicas comerciales del país ya se hacen en moneda extranjera, concretamente en dólares; y a finales de 2019, esta misma firma cifraba la circulación de efectivo de la divisa estadounidense entre 2.500 y 3.000 millones.
Luis Arturo Bárcenas, economista senior de Ecoanalítica, sostiene en una entrevista para NIUS que “de no haberse producido la liberalización de las divisas, el colapso a nivel de consumo habría sido peor”, y que “lo que el gobierno de Nicolás Maduro está haciendo es simplemente echarse a un lado y permitir que los privados hagan las transacciones”.
Según Bárcenas, las divisas provienen de varias fuentes. En primer lugar, del ahorro que acumularon las empresas privadas y los particulares en la época de bonanza cuando el control de cambio en el país les beneficiaba. Según el Banco Central de Venezuela, los venezolanos tenían depósitos en el extranjero por un valor de 136.000 millones de dólares en 2018.
En segundo lugar, del contrabando de extracción y las actividades ilícitas como el narcotráfico que necesita lavar dinero en efectivo. Ecoanalítica calcula que solamente hasta 2018, las operaciones ilegales en el país movieron más de 14.000 millones de dólares.
Las remesas suponen otra entrada importante de dinero al país. Según la ONU, más de 4 millones de venezolanos se han ido del Venezuela en busca de una vida mejor. Es raro, de hecho, encontrar algún venezolano intramuros que no tenga algún familiar más o menos cercano que se haya ido. El economista sostiene que desde la consultora han hecho un estimado de que para este año 2020, las remesas supondrán un ingreso de 4.000 millones de dólares.
Esta especie de “milagro” económico improvisado que de repente está ocurriendo en Venezuela gracias a cierta liberalización de la economía, está provocando que muchos venezolanos que se fueron del país estén volviendo atraídos por la nueva situación.
Es el caso de Carlos, por ejemplo, un mecánico de 42 años que se fue a Panamá en 2016, uno de los peores años de la crisis. Ese fue el año de las estanterías de los supermercados completamente vacías, las colas para comprar comida y el desabastecimiento total. Por aquél entonces, Carlos tenía una hija casi recién nacida a la que no podía comprar pañales y una madre con cáncer para la que no encontraba medicamentos.
Se fue y sobrevivió tres años en Ciudad de Panamá trabajando de lunes a sábado, cobrando en negro y ahorrando lo que podía para mandárselo a su familia en Caracas. Hace unos meses vino a Venezuela de visita por primera vez desde que se fue, y nunca cogió el vuelo de vuelta.
“Me di cuenta de cómo de repente se movía todo en dólares y si echaba las cuentas, en Venezuela ganaba el doble; porque allí (en Panamá) la mayor parte de lo que ganaba se me iba en pagar el alquiler, la comida y los gastos. Aquí tengo casa propia, carro propio…”
Un mecánico en Venezuela cobra de media unos 200 dólares por la mano de obra y los talleres están hasta arriba porque todavía cuesta menos reparar los coches que comprarse uno nuevo.
“Aquí cobramos todo en dólares”, dice Carlos. “Yo no quiero saber nada del bolívar, esa moneda no sirve para nada. Además, si yo compro la comida en dólares, si vivo en dólares… ¿Por qué voy a cobrar en bolívares?”. Su lógica es aplastante.
Lo que preocupa ahora es medir el riesgo de esta burbuja. Para los expertos, la dolarización de facto no oficial que está sufriendo el país acrecienta la brecha entre ricos y pobres, o mejor dicho, entre los que tienen acceso a dólares y los que no.
“Sin embargo, eso es difícil de medir con exactitud”, sostiene Luis Arturo Bárcenas. “Muchas empresas están empezando a pagar parte de los salarios en dólares y podemos hacer cálculos de dónde vienen las divisas a través de los flujos legales, pero es imposible controlar la economía informal que hoy por hoy ocupa a un gran porcentaje de la población”.
¿Veremos un repunte real de la economía venezolana gracias al flujo del dólar o estamos presenciando tan solo un espejismo? ¿Está el país caribeño abocado sin medida a un proceso de dolarización total para salir del atolladero económico? ¿Y de qué manera influirá esta nueva situación en la política del país? Sin duda, son demasiadas preguntas que todavía no tienen respuesta y para las que habrá que esperar un tiempo prudencial para poder analizar con exactitud. Mientras tanto, hay una sola cosa certera: todos quieren sacar rédito a esta primavera de billetes verdes que parece que no ha hecho nada más que empezar.