Astrid Hoem tenía 16 años cuando Anders Breivik se disfrazó de policía y sembró el terror en su apacible campamento de las juventudes del Partido Laborista en la isla noruega de Utoya. Aquel 22 de julio de 2011, el terrorista mató de forma indiscriminada a 69 personas, la mayoría adolescentes. Dos horas antes, para despistar a la policía y desviar su atención, Breivik había hecho estallar un coche bomba en las oficinas del primer ministro en Oslo. Murieron otras 8 personas.
Diez años después, Astrid ha regresado a la isla para participar en unos talleres juveniles sobre democracia y antirracismo. Allí ha recordado su terrible experiencia. Ella logró esconderse durante dos horas bajo un acantilado, cerca del mar, y recuerda cómo evito llamar a sus amigos para alertarlos por miedo a que el sonido de los teléfonos los delatara.
Allí agazapada escribió a su madre el que pensó sería su último mensaje. "Os amo. No me llaméis. Sois los mejores padres del mundo". Ellos en ese momento desconocían lo que estaba sucediendo a 40 kilómetros de Oslo. Durante las siguientes dos semanas no supo a cuál de los funerales de sus amigos asistir. "En ese momento era el dolor de perderlos, pero hoy también es el dolor de no llegar a conocerlos cuando deberían haber tenido 26 o 27 años", asegura Astrid en una entrevista a Reuters.
El debate en Noruega sobre la peor matanza en su historia reciente ha cambiado en la última década. Los supervivientes están decididos a enfrentar la ideología de extrema derecha. "Hemos hablado de los monumentos conmemorativos, hemos hablado de la salud mental de Breivik, pero no hemos hablado de la ideología política que hay detrás. Es importante que hablemos de lo que pasó para evitar que se repita", añade.
¿Por qué un campamento juvenil del Partido Laborista fue el objetivo terrorista? Breivik estaba convencido de que los laboristas habían traicionado al país al permitir que los musulmanes se integraran en la sociedad. Lo consideraba parte de una conspiración mundial para hacer del Islam la religión dominante en Europa en lugar del cristianismo.
Los supervivientes denuncian que algunos políticos de derechas siguen legitimando esa creencia al criticar a los musulmanes y etiquetarlos como una amenaza para la sociedad noruega o europea. Les preocupa también cómo Breivik se ha convertido en una figura inspiradora para los supremacistas blancos de todo el mundo. En 2019, Brenton Tarrant, el terrorista que mató a 49 personas en una mezquita de Christchurch, en Nueva Zelanda, afirmó que se había inspirado en el ultraderechista noruego.
Breivik fue condenado por terrorismo y asesinato premeditado, con una sentencia máxima de 21 años de prisión, que puede prorrogarse indefinidamente. Él nunca se ha arrepentido por haber cometido la peor matanza en Noruega en tiempos de paz. 80 minutos de terror que 560 supervivientes no olvidan, diez años después.