Años antes de convertirse en el más célebre, controvertido y lenguaraz militar de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, el general George S. Patton se enfrentó ni más ni menos que a un volcán. Ocurrió en diciembre de 1935 en Hawái.
El Mauna Loa, uno de los volcanes más activos del mundo, se levanta en la isla grande del archipiélago. Su colada de lava, bajo constante vigilancia, no supone habitualmente un peligro para los habitantes de la isla.
Pero la erupción del 21 de diciembre de 1935 vertió el flujo de lava inesperadamente hacia el norte y empezó un avance incesante a una velocidad de 1,6 kilómetros diarios hacia el pueblo de Hilo, de unos 20.000 habitantes en aquellos años.
Cuando las coladas de lava se acercaban peligrosamente al manantial del río que abastecía Hilo, Thomas Jagger, fundador del Observatorio Volcánico de Hawai, decidió pedir ayuda de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos. Su plan consistía en cambiar el curso de la naturaleza volcánica: bombardear los tubos que encauzan la colada de lava para ralentizar su avance y desviarla en una dirección que no fuera amenazante.
La misión recayó en la patrulla de aviones del Ejército con base en la isla de Ohau. Al mando: el entonces teniente coronel George S. Patton, tal vez el soldado más vistoso del siglo XX americano. A él se le atribuye la recurrente cita "ponte al frente, sígueme o quítate de en medio" (Lead, follow or get out of the way); otros preferirán: "Cuando todos piensan lo mismo, entonces es que alguien no está pensando". Ambas sentencias definen su carácter.
Patton vivió su bautismo de fuego frente a las tropas de Pancho Villa, participó con una actuación más que digna en los juegos olímpicos de Estocolmo en 1912, comandó la unidad inicial de tanques norteamericanos en la Primera Guerra Mundial y en la Segunda se convirtió en uno de los generales más famosos por el rápido avance a través del norte de Francia del Tercer Ejército de Estados Unidos bajo su mando.
Sus decisiones audaces (y a veces erráticas), sus arengas, su cercanía a las tropas en el frente y sus uniformes de gala donde brillaban un par de pistolas de marfil le convirtieron en un personaje popular. En 1970, Hollywood le dedicó una oscarizada película, rodada en España, que le valió a un joven Francis Ford Coppola su primera estatuilla como guionista.
El 27 de diciembre, diez aviones biplanos Keystone B-3 y B-4 despegaron desde el islote de Ford en Pearl Harbor y volaron unos 300 kilómetros hacia su singular misión. Al llegar, soltaron 20 bombas de 272 kilos de TNT cada una. Las crónicas discrepan sobre cuántas alcanzaron sus objetivos.
Según The Washington Post, cinco cayeron en el río de lava y abrieron cráteres que rápidamente volvieron a llenarse de material volcánico. El resto erraron el blanco. Otras fuentes más generosas apuntan que fueron 12 las bombas que cayeron sobre el tubo de la colada.
Sea como fuere, la lava redujo la velocidad de su avance y el 2 de enero dejó de fluir. Jagger lo consideró un éxito: “El experimento no ha podido ser más exitoso, hemos obtenido los resultados esperados”, dijo a The New York Times.
Pero ya entonces otros pusieron en duda la eficacia de la misión. Harold Stearns, del Servicio Geológico de Estados Unidos, voló en uno de los aviones y, desde el primer momento, cuestionó que el bombardeo hubiera servido de algo. Si la colada se detuvo una semana después fue por “una coincidencia”, escribió en sus memorias en 1983.
A día de hoy, la mayoría de los expertos le dan la razón: “Las teorías actuales apoyan la conclusión de Stearns. Si el bombardeo sirvió o no para detener en 1935 la colada de lava del Mauna Loa aún es un asunto controvertido”, dice el Servicio Geológico de los Estados Unidos.
Y en cuanto a Patton, su misión frente a la naturaleza del Mauna Loa tuvo un resultado menos nítido que su rotunda victoria sobre las tropas de Hitler. No así su fallecimiento en circunstancias confusas en el Berlín recién liberado de 1945. El general de cuatro estrellas falleció como consecuencia de las heridas provocadas por un accidente de tráfico. A estas alturas, despejar las teorías conspirativas sobre su súbita muerte puede resultar tan difícil como saber si Patton derrotó a un volcán.