Es quizás la pregunta que evidencia con más precisión el desencanto de aquellos que han vivido en su piel el proceso de oxidación del sistema. “¿Dónde está el comunismo?”. La cuestión reverbera en una calle minúscula de Shanghái. El asfalto y los edificios abrigan el eco de los gritos de un hombre mientras comparte sus miserias con un interlocutor que se encuentra al otro lado del teléfono.
Los testigos de la escena están confinados en sus casas, igual que la inmensa mayoría de la población de alrededor de 26 millones de habitantes. Un rebrote de la variante Ómicron y la política de ‘Covid cero’ impuesta por Pekín han precipitado este confinamiento indefinido que causa estragos. La frustración del hombre se graba desde una ventana. El barrio escucha, y probablemente siente, una realidad que se ha hecho viral.
“¿Qué pasa con la gente ordinaria? ¡Estáis matando a la gente! ¡Nos habéis encerrado! ¿Sois humanos? ¡Estáis incitando a que el pueblo se subleve! ¡Ya no me importa nada! ¡Que me arreste el Partido Comunista! ¿Dónde está el Partido Comunista? ¿Dónde está el comunismo?”.
Se trata de la enajenación de un hombre que dice tener su negocio cerrado y que no se puede hacer cargo de sus trabajadores, que tenía víveres suficientes hasta el 5 de abril y que no es capaz de volver a llenar la despensa porque los supermercados están cerrados; que se queja de tener a su abuela confinada sin ayuda de ningún tipo y de no poder pagar la próxima cuota de la hipoteca.
Mientras el mundo abre sus puertas al Covid y relaja las restricciones, la República Popular de China mantiene el mismo rumbo de hace dos años: tolerancia cero con el virus, con aquellos que lo tienen y con los que lo puedan tener. Con más de 20.000 contagios diarios -máximo de toda la pandemia-, Shanghái se ha convertido en el epicentro de infecciones del país y en objeto de medidas draconianas que están causando un creciente descontento.
Como consecuencia, las redes sociales echan humo con una mayor -e inusual- actividad crítica. Las estampas son variadas. Han circulado imágenes de bebés contagiados en cunas, aislados de sus padres por una regulación gubernamental que obligó a que, en caso de infección, hijos de cualquier edad y sus progenitores estuvieran separados.
Ahora, dicen que por la presión social, el Gobierno ha relajado la medida y permite que los padres acompañen a sus pequeños siempre que firmen un documento en el que aceptan los riesgos de salud que ello entraña. Son precisamente los contenidos de las redes sociales que escapan de la censura los que han servido como despertar a una gran parte de la población, que presencia atónita la paralización total de una de las mayores metrópolis del mundo y que vive en primera persona una escasez de alimentos cada vez mayor.
En WeChat, suerte de WhatsApp chino, el hashtag ‘hacer la compra en Shanghái’ ha sido fulminado de la plataforma, más por las críticas ante la falta de existencias que por el servicio de ayuda entre ciudadanos para ubicar lugares donde conseguir comida. A la censura han sobrevivido otras evidencias de la mano dura que están implementando las autoridades.
Quizás uno de los vídeos que más han circulado es el de un hombre vestido con atuendo de protección contra el virus que ha sacrificado de manera brutal y en plena calle a un perro de raza corgi. Se trata de una de las imágenes que más sensibilidades ha levantado y ha dado pie a que se publiquen otros episodios similares.
Grabaciones sobre palizas propinadas por otros hombres con los mismos uniformes a ciudadanos, imágenes de cómo aíslan a los trabajadores sanitarios, otras que reflejan la desesperación de la población ante la falta de alimentos e incluso la llegada, supuestamente, de tropas del Ejército de Liberación Popular para contener el creciente número de protestas. Las autoridades señalan, en cambio, que el objetivo de los militares es ayudar a que se distribuyan alimentos.
Quizás uno de los vídeos que más han llamado la atención fuera de las fronteras chinas es el de un dron que sobrevuela un complejo de edificios repletos de ciudadanos confinados mientras una voz femenina les decía: “cumplan las restricciones Covid. Controlen el deseo de sus almas por la libertad. No abran las ventanas ni canten”. Sólo un robot que corre por una calle desierta, con un altavoz en su lomo metálico, que recuerda al pueblo cuáles son sus obligaciones puede añadir más leña a este clima de distopía tan pronunciado.
Este tipo de contenidos están propiciando voces alternativas a la narrativa gubernamental y alimentan la ira de la ciudadanía. Shanghái es, además, la ciudad con mayor presencia de expatriados de China y lo que sucede en la ciudad sale con más facilidad al exterior. Esta publicación ha podido saber que antes de que comenzara el confinamiento, que está a punto de cumplir las dos semanas, se produjeron otros eventos de discutible justificación desde la perspectiva Occidental. Una tienda ubicada en unos grandes almacenes cerró repentinamente con todos los consumidores dentro porque uno de ellos había dado positivo en un test para detectar Covid-19. Decenas de personas quedaron encerradas y no pudieron salir en un tiempo indeterminado no inferior a 12 horas. Ese es un ejemplo más de decisiones que el Gobierno de Xi Jinping ha ido tomando durante la pandemia.
Otra de ellas, que causó un revuelo diplomático, fue la de obligar a aquellos extranjeros residentes en Shanghái que regresaban al país a someterse a pruebas de control invasivas, catalogadas de “poco éticas” e incluso a ser ingresados en hospitales ante las mínimas sospechas de infección.
Las cifras oficiales apuntan que la gran mayoría de los más de 100.000 casos registrados en Shanghái en el último mes son asintomáticos y que no hay fallecimientos. A pesar de ello, las medidas siguen en pie y podrían afectar también a la cadena de suministros global. Miembros de la Cámara de Comercio de la Unión Europea en China estimaron esta semana que el volumen de actividad en el puerto de Shanghái ha descendido en torno a un 40 por ciento.
El cierre de fábricas y almacenes, así como los problemas en el transporte debido a los bloqueos de carreteras para reducir la movilidad son factores que ralentizan las operaciones en los puntos de tránsito comercial. Está por ver cuál será el impacto económico total del confinamiento indefinido de Shanghái; otras mediciones, sin embargo, como el latir de las redes sociales, están mostrando un descontento que va en aumento y que podría minar la popularidad de Jinping a pie de calle. El máximo mandatario chino se postula este año para emprender su tercera legislatura y según muchos analistas, su política de ‘Covid cero’ está siendo perjudicial para su imagen y la del partido. Su vara de medir es distinta. Ese “¿dónde está el comunismo?”, que vociferó un ciudadano encuentra su respuesta precisamente ahí: en que en la balanza de aprobación que maneja el Ejecutivo pesa más el control del virus a expensas de su gente que cualquier otro escenario que atisbe un mínimo de libertad.