Siempre sorprendente, Marruecos dejó a propios y extraños con cara de sorpresa en el amanecer de este jueves al conocerse los resultados definitivos de las elecciones generales (con triple cita: legislativas, regionales y municipales). Aunque la verdad es que todos los análisis y predicciones –en Marruecos no se hacen sondeos- apuntaban al retroceso del Partido Justicia y Desarrollo (PJD), los islamistas moderados y domesticados del sistema, pocos auguraban un descalabro tal: la formación, que emergió al calor de la Primavera Árabe, primera fuerza en los Parlamentos de 2011 y 2016, queda relegada a una octava posición, última entre las importantes y sin grupo parlamentario propio. El PJD ha pasado de 125 escaños -de una Cámara Baja de 395 asientos- a 13. “Seísmo electoral del PJD”, titulaba esta mañana el digital oficialista Le360.
“El sentido del voto en las elecciones legislativas ha sido un poco el esperado, pero no tanto la gravedad y las dimensiones del cambio”, afirma a NIUS el politólogo marroquí Said Kirhlani, profesor invitado de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. “Ha sido un voto de castigo al PJD, que se aprovechó de un contexto internacional favorable, pues se veía a los islamistas como la mejor alternativa para sacar a los países árabes adelante, y ha sido víctima de los varios errores cometidos en los últimos diez años, como acabar formando parte del gobierno con Othmani en 2016”, asegura por su parte el analista político marroquí Samir Bennis. “También ha influido mucho en el mal resultado también no contar como cabeza de cartel con Abdelillah Benkirane [ganador de las elecciones de 2011 y 2016]”, asevera Bennis.
De la debacle islamista emerge una tripleta de formaciones de corte liberal, a la cabeza de ellas el Reagrupamiento Nacional de Independientes (RNI) del empresario –mayor fortuna de Marruecos después del rey- Aziz Akhannouch, el centroizquierdista Partido Autenticidad y Modernidad –el conocido en otro tiempo como ‘partido del rey’- y el nacionalista Istiqlal, la gran formación de la independencia de Marruecos otrora dominante en la escena nacional. Tampoco ha habido sorpresas en el triunfo del RNI –adelantado unánimemente por los analistas locales- que, merced a sus 102 escaños, liderará el gobierno de coalición al haber quedado muy lejos de la mayoría simple (198 diputados).
Si lo normal en Marruecos son Parlamentos fragmentados, con una nutrida representación de partidos y sin mayorías absolutas por parte de ninguna formación, la ley electoral aprobada este año a instancias directas del Ministerio del Interior –en manos de un independiente y, por tanto, fuera del alcance de los islamistas- refuerza, con su nuevo cálculo de cocientes para la obtención de escaños, la tendencia. Es decir, en Marruecos no cabe otra posibilidad que gobiernos de coalición variopintos y multipartidistas.
De ponerse de acuerdo, las tres fuerzas liberales emergentes obtendrían una amplísima mayoría para gobernar en solitario -270 diputados sobre un total de 395, basta con 198 para lograr la mayoría simple-, pero no se descarta una alternativa de gobierno distinta en la que RNI e Istiqlal forjaran una alianza con varios partidos minoritarios predominantemente de izquierdas. Ahora el rey Mohamed VI habrá de designar al primer ministro, casi con toda seguridad Aziz Akhannouch, para instarle a formar gabinete. Llegan semanas de reuniones entre los líderes políticos, alianzas de conveniencia y vetos entre partidos.
Para entender el retroceso de los islamistas hay que considerar la incidencia de varios factores, desde una mediocre gestión económica hasta las divisiones internas del partido –plasmado en el divorcio del líder carismático Abdellilah Benkirane con la dirección del partido- pasando por la pérdida del favor del rey, quien hace tiempo que deseaba una alternativa gubernamental sin islamistas. “Hay que tener en cuenta el incremento del desempleo en Marruecos desde que llegaron los islamistas al poder. Muchos marroquíes culpan al PJD de no haber sido capaz de mejorar las condiciones de vida de la gente cuando se confió en ellos justamente por esta razón”, explica el codirector de Morocco World News Samir Bennis. En el ambiente reinaba desde hace meses que el PJD perdería las elecciones, y, en fin, no ha habido sorpresas.
Por otra parte, el descalabro islamista ya ha tenido consecuencias en el ámbito interno del PJD, pues el citado ex primer ministro Benkirane, probablemente el líder político más carismático de Marruecos, no tardó en pedir la cabeza del secretario general del partido, Saadeddine El Othmani. “Después de haber conocido la dolorosa derrota de nuestro partido en las elecciones a la Cámara de Representantes, estimo que, en estas difíciles condiciones, es el deber del secretario general asumir sus responsabilidades y dimitir de la presidencia del partido”, escribía en una nota manuscrita difundida en las redes sociales este jueves por el veterano político.
Pocas dudas –aunque todo es posible en la política marroquí- hay de que el empresario Aziz Akhannouch, ministro de Agricultura en el actual gabinete interino de coalición y amigo personal del rey, será el próximo primer ministro de Marruecos. En una campaña más virtual que nunca como consecuencia de las restricciones sanitarias, el RNI ha estado más presente que el resto de partidos en redes sociales gracias a una importante inversión económica que el resto de partidos ha afeado al multimillonario. Desde el PJD se acusaba directamente durante la campaña a Akhannouch de haber comprado a los electores.
“Hace cinco fue Akhannouch precisamente el que hizo el trabajo más fuerte, forzando a Benkirane a que transigiera con la presencia de la Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP) en el Gobierno, cuando era una línea roja que sabía que Benkirane no estaba dispuesto a aceptar. Desde aquel momento, en 2016, se veía ya a Akhannouch como el verdadero relevo, una vez fracasado el proyecto del PAM”, sintetiza para NIUS el profesor emérito de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid Bernabé López García.
La victoria relativa del RNI no ha sido, en definitiva, una sorpresa. Ante la ausencia de sondeos de opinión, el triunfo el pasado mes de agosto del partido en las elecciones a las cámaras profesionales –con un 28,61% de los votos- era el mejor termómetro para medir la tendencia. En palabras del profesor Kirhlani, el partido de Akhannouch era el “caballo con el que apostó el majzén [la oligarquía o poder con mayúsculas]”.
Una de las cifras positivas que deja la tiple cita electoral –las convocatorias se unieron con la esperanza de estimular la concurrencia a las urnas- es el incremento de la participación, que alcanza el mejor porcentaje (50,18%) desde las legislativas de 2002. Aumenta en unas circunstancias difíciles, con un país duramente golpeado económica y socialmente por la pandemia, y, además, lo hace tras incrementarse el censo de votantes en algo más de 1,8 millones de personas.
Con todo, recordemos que el censo electoral en Marruecos no es universal sino voluntario y un 25% de los 24 millones de ciudadanos mayores de 18 años no figura en las listas electorales. Por tanto, para tener una fotografía más precisa respecto de la convocatoria del 8 de septiembre, hablamos de un 50% de participación sobre un 75% del censo. En las legislativas de 2011, en plena Primavera Árabe, participó un 45,4% del censo (4,7 millones de electores). Y en 2016 apenas un 42,3% del censo (5,7 millones de personas). Lo cierto es que a pesar del buen dato de participación, la efervescencia de aquel 2011, con manifestaciones nutridas exigiendo al régimen reformas, los jóvenes mano a mano con los islamistas –hay otra facción islamista que no quiere concurrir a las elecciones- en la calle y la aprobación, forzada por los aires de cambio, de la Constitución de 2011, queda ya muy lejana.
Nueva etapa, pues, en la política doméstica de Marruecos, aunque no tanto si se hace abstracción del reparto de escaños y si se tiene en cuenta que diez años después de la llegada del PJD a la jefatura del Gobierno el final de ciclo estaba cantado. Paradojas de Marruecos, su electorado pasa de confiar en Benkirane y los suyos, con su estilo de vida austero y conservador, a apostar por un magnate de ideas liberales con la esperanza de que pueda mejorar sus condiciones materiales. Con todo, a nadie se le escapa que las grandes cuestiones de Estado –política exterior, defensa, interior, etc.- no las decide el Gobierno sino el majzén –con el monarca a la cabeza-, empezando por los líderes de los propios partidos políticos y los votantes marroquíes.