“Debido a la situación del nuevo coronavirus de Wuhan, debe realizar un autoaislamiento de 14 días en casa”. Muchos de los que vivimos en Pekín y hemos vuelto de viaje en los últimos días hemos recibido este mensaje de nuestros centros de trabajo: cuarentena hasta saber si nos hemos infectado en algún aeropuerto o lugar de tránsito.
Aquellos que muestran leves síntomas en la oficina, también a casa, aunque sea solo un simple catarro. Somos sospechosos y, en un clima de psicosis contenida, se prefiere que estemos de vacaciones. Una situación mucho mejor que el ostracismo que sufren aquellos que tienen algo que ver con Wuhan en muchas zonas de China, por muy remota que sea la posibilidad de contagio. Algunos llegan a pagar recompensas por información sobre vecinos de dudosa procedencia.
Pekín se encuentra a 1050 kilómetros del mercado donde se infectó la primera persona y, aunque los enfermos en la capital se cuentan por decenas, no lo hacen (todavía) por millares como en otras zonas. Sin embargo, la vida aquí ha cambiado bastante desde el inicio del brote. En parte por miedo, en parte por las contundentes medidas tomadas por el Gobierno y en parte porque muchos están de vacaciones dando la bienvenida al año de la rata.
A los posibles infectados se nos prohíbe acudir al trabajo y también salir de Pekín. Aunque al ritmo que se suspenden autobuses y trenes y las aerolíneas extranjeras cancelan vuelos a China, casi no haría falta. Se nos recomienda permanecer en casa, no quedar con amigos y lavarnos las manos constantemente. También hay que medirse la temperatura dos veces al día y dar parte del dato. Si se superan los 37,3 grados, seríamos ingresados.
Para aquellos que no tienen que pasar la cuarentena, también hay instrucciones. Se les pide que desinfecten sus ordenadores varias veces por turno y no vayan al trabajo en transporte público, solo en bicicleta, para no relacionarse con nadie. Aunque las gélidas temperaturas actuales de Pekín, que muchos días apenas llegan a algunos grados positivos, lo hacen difícil. Pero pasar el escrutinio de varias personas cubiertas con trajes blancos de plástico que toman la temperatura en la entrada del metro echa un poco para atrás.
Estar 14 días en régimen de autoaislamiento en casa permite descansar y evitar riesgos de contacto con el virus, pero también hay que mantener la cabeza fría para no sentir cierta claustrofobia al saber que la situación se complica de puertas para afuera. Calefacción, humidificadores y purificadores de aire a tope y gárgaras con miel y limón, no vaya a ser que una leve sequedad de garganta desemboque en una visita al hospital.
Porque se rumorea que, si se te seca la garganta, te contagias el coronavirus. También que los contagiados y los muertos son, en realidad, cientos de miles. Se reciben mensajes en los grupos del móvil de recetas milagro para curarse. Se multiplica el bulo sobre que en el departamento X de la empresa hay una contagiada y vamos a morir todos. Las típicas fake news que proliferan en tiempos de miedo.
Aunque no existe una vigilancia que impida salir a la calle, sí hay controles de casa en casa en los que las autoridades preguntan cuánta gente vive en el domicilio y si hay invitados de otros lugares. Y cada vez más muros para protegerse del vecino.
Hasta el centro de Pekín no han llegado las barricadas que algunos pueblos están levantando contra los forasteros. Pero a partir de hoy no se puede entrar ni salir del complejo de viviendas donde vivo por la entrada principal porque ha sido vallada. “Debido al virus, entre por la puerta sur”. La que requiere llave. Que no entre ningún contagiado que no sea de la comunidad, en especial los habituales repartidores en un país donde todo se pide a domicilio.
Hay, por tanto, que ir a hacer la compra a alguno de los pocos supermercados que quedan abiertos. Como las verduras escasean y, según el último rumor, hay que cocinar la carne hasta que sea difícil de masticar para prevenir contagios, toca alimentarse a base de congelados.
La capital china tiene un aire enrarecido de película de zombis, de guerras nucleares… de pandemias. Calles vacías, gran mayoría de negocios cerrados y una densa capa de contaminación que muchos se preguntan de dónde sale en estos días de industrias cerradas y ausencia absoluta de coches. “Será de las fábricas de mascarillas”, es el comentario habitual.
Pero no debe serlo, porque es muy difícil encontrar este tipo de productos en ninguna parte. Tampoco desinfectante de manos. Ni en las tiendas físicas ni en Jingdong ni en Taobao, los Amazon chinos. Todo agotado.
En las mascarillas es donde se nota la personalidad de la gente. Los hay que llevan las baratas de usar y tirar que apenas tapan la cara, los que se compraron una más aparente con filtros desechables y los que han pagado un buen dinero por escafandras de guerra bacteriológica. Estos últimos podrían ser los más acertados, dada la incipiente gravedad de la situación, pero en el día a día ven poco por la calle porque llevan la máscara totalmente empañada. También se les debe empañar a los que, según las fotos compartidas en las redes sociales, deciden cortar la parte inferior de una garrafa de agua de cinco litros y ponerse la parte superior en la cabeza. Aunque estos son los menos, podríamos ser los más si el desabastecimiento continúa.
Oigo que “las mascarillas esas en las que pone KN95 son las únicas que valen”. Las mías son las KN90, las que llevaba puestas cuando pasé por el aeropuerto al volver de mi viaje. Igual sí había razones para recibir el requerimiento de cuarentena.