Boris Johnson se marchará de vacaciones este mes de agosto en su peor momento de popularidad desde que llegó al poder el 24 de julio de 2019. Tocó el cielo tras arrasar en las elecciones del 12 de diciembre y tras cumplir la promesa del sacar el país de la Unión Europea el pasado 31 de enero. Seis meses después, su popularidad se ha desmoronado. Su valoración ciudadana ha pasado del 63 por ciento a finales de marzo al 39 por ciento actual. La valoración de su gobierno también ha caído del 52 al 32 por ciento.
La mayoría de británicos creen que no ha gestionado bien la crisis del coronavirus. Tardó en reaccionar. Hasta el 23 de marzo no ordenó el confinamiento. Fue el último país europeo en hacerlo. Estuvo coqueteando con la inmunidad de grupo hasta que un estudio demoledor del Imperial College vaticinó que habría 250.000 muertos si seguía por ese camino. Se le acusó de no haberse tomado en serio el covid al principio y de haber estado más pendiente del Brexit.
“[Johnson] tardó en cerrar las fronteras, creo que ese fue uno de los primeros errores que cometió”, opina John Phillips, londinense desempleado de 50 años de edad. “Lo ha gestionado de forma horrible —confiesa Izzy Maddren, de veintipocos, natural Bristol, en el suroeste de Inglaterra—. Ha puesto en práctica reglas tan confusas que nadie sabía si las estaba rompiendo o no. Él quería la inmunidad de grupo, lo que significaba que mucha gente moriría, pero al final se tuvo que echar atrás”.
Johnson se marchará de vacaciones tras admitir que no hicieron las cosas bien al principio, algo insólito en él. El Reino Unido se ha convertido en el país europeo con más muertos por covid con más 46.000. El país se encuentra en recesión, el déficit es altísimo y la contracción de la economía prevista este año de más del 14 por ciento.
En estos cuatro meses que llevamos de pandemia, a Johnson le han salido dos contrincantes políticos que lo están poniendo contra las cuerdas. El primero es Keir Starmer, el nuevo líder laborista, el sucesor del defenestrado Corbyn, ex fiscal del estado, elegido sin hacer ruido el pasado mes de abril. Se ha presentado como un rival sólido que ha evidenciado las carencias y los fallos de Johnson. Starmer ya le supera en valoración y los sondeos indican que los laboristas se impondrían en unos comicios mañana, algo impensable en enero, cuando los laboristas estaban totalmente perdidos y Johnson parecía intocable.
El segundo líder es la nacionalista Nicola Sturgeon, la ministra principal escocesa. Escocia y el resto de gobiernos nacionales han tenido plenos poderes para gestionar la pandemia. Escocia reaccionó antes que Inglaterra, impuso un confinamiento más estricto y una desescalada más lenta. Incluso ha podido controlar la frontera invisible con Inglaterra para evitar la entrada de ingleses que se dirigían a la segunda residencia.
El resultado es un mayor control virus y también que el apoyo a la independencia se ha disparado hasta el 54%. La razón es la gran valoración que hacen los escoceses de la gestión de Sturgeon, sobre todo en los hospitales, en contraposición con Johnson en Inglaterra. Es tal el vuelco demoscópico en la región que Johnson se vio obligado a viajar a Escocia para mostrar que no todo el mérito era de Sturgeon. Dijo que la clave fue la partida económica que Londres entregó a Edimburgo y que permitió salvar cientos de negocios y puestos de trabajo. Los nacionalistas replicaron que era dinero prestado y que eso lo puede hacer cualquiera.
Durante la pandemia, Johnson manda en Inglaterra. E Inglaterra fue la primera de las cuatro naciones británicas en reactivar la economía y retirar medidas de confinamiento. Muchos consideran que se precipitó. Los contagios se han disparado un 63 por ciento y, según la Oficina Nacional de Estadística, que facilita los datos al gobierno, hay 4.300 nuevos positivos al día, la mayor parte en Inglaterra. El número de muertos oscila entre 60 y 65 por día.
Este viernes, el primer ministro dijo que había que “pisar el freno”. Ha aplazado la última fase de la desescalada (que incluía la apertura de casinos, pistas de patinaje y salas de conciertos) y ha ampliado las zonas de uso obligatorio de mascarillas a cines, museos y templos, además de tiendas y supermercados. Hasta hace poco tan solo eran obligatorias en el transporte público. Johnson no se puso por primera vez una mascarilla hasta hace dos semanas. Ni tan siquiera se cubrió la nariz y la boca cuando salió del hospital de St Thomas el 12 de abril.
Este auge de contagios ha provocado la reintroducción de restricciones en el norte de Inglaterra como prohibir que inquilinos de casas distintas se mezclen. La ciudad de Leicester, en el centro del país, sigue cerrada. Josh Smyth, norirlandés recién licenciado en periodismo, cree que “no ha funcionado el sistema de detección y seguimiento de contagios”. También se queja porque el sistema de compensación de trabajadores (el equivalente a los ERTE en España) “no ha cubierto a muchos empleados que han acabado perdiendo sus puestos de trabajo”.
En cambio, Ben Turner, casado y con tres hijos, de Somerset, en el sur del país, exonera a Johnson: “No lo culpo por nada de lo que ha pasado porque nadie sabía cuál era la decisión correcta”. Aunque admite que “tal vez pudo hacer más por la gente en residencias de ancianos”.
Una de las decisiones más controvertidas de Johnson fue la de cerrar el corredor turístico con España sin avisar el pasado sábado 25 de julio por la noche. La decisión afectó a 600.000 británicos que estaban veraneando bajo el sol de España. Les obligaba a pasar una cuarentena de catorce días al regresar. Arguyó que se habían incrementado los contagios en un 75 por ciento en España y que el índice de positivos era muy superior.
Los datos utilizados para comparar los contagios entre ambos países se sustentan en estudios distintos. En el Reino Unido se basan en una muestra de diez mil hogares en la comunidad (no en hospitales ni en centros de ancianos) y sólo en Inglaterra (no Gales, ni Escocia, ni Irlanda del Norte). Mientras que la muestra española es mucho más amplia y, además, incluye hospitales y geriátricos. Se intensificó la presión del gobierno de Madrid y también de aerolíneas, turoperadores y agencias de viaje británicas para que excluyera a Baleares y Canarias de la cuarentena, pero Johnson no cedió. Insiste en que se está produciendo una segunda ola de contagios en Europa y que debe proteger a sus compatriotas.
Hasta cuarenta y siete líderes del sector aéreo y turístico británico le han pedido que establezca corredores regionales y que implante test PCR en los aeropuertos para poder eludir la cuarentena. Johnson dice que los tests no siempre detectan si alguien es portador. Heathrow propone un segundo test una semana después de la llegada. La propuesta está sobre la mesa de Johnson. Por ahora mantiene la cuarentena a España, ha incluido en el listado a Luxemburgo y podría añadir otros países europeos.
A nadie se le escapa que la decisión se anunció tan solo 24 horas después de que la ministra de asuntos exteriores Gonzalez- Laya se reuniera por sorpresa y sin avisar a Londres con el máximo responsable de Gibraltar, Picardo. Una reunión sin precedentes que ha supuesto una tensión añadida a las malas relaciones entre el gobierno de Sánchez y de Johnson.
Para el sector aéreo y turístico británico, la cuarentena española fue como pulsar el botón nuclear. Los dos principales turoperadores británicos, TUI y Jet2, han suspendido todos sus vuelos a España. Jet2, además, pide a los clientes que todavía siguen en España que regresen antes de tiempo. Miles de británicos están recortando sus vacaciones para poder pasar los días que les quedan cumpliendo la cuarentena porque ni el gobierno ni las empresas les cubren la baja. Y la pena por saltársela es de mil euros y ser llevados a los tribunales.
Se ha producido una reacción en cadena y se están cancelando las vacaciones a otros países por el temor a otras cuarentenas repentinas. La industria aérea y turística está furiosa. International Airlines Group, la propietaria de British Airways, ha presentado pérdidas de mil millones el primer semestre de año. Heathrow también ha perdido mil millones. Y están amenazados diez mil puestos de trabajo.
El primer ministro ha priorizado el turismo interior antes que el exterior y salvar a los pequeños negocios que conforman el grueso de sus votantes. Espera que las otras compañías aéreas actúen como Virgin Atlantic, que ha financiado los 1.300 millones de su propio rescate con dinero de inversores.
También ha iniciado una campaña para convencer a los británicos para que se queden de vacaciones en el país este verano. Ha reducido el IVA del 20 al 5 por ciento a los sectores de la hostelería y la restauración y financiará el 50 por ciento de todas las facturas de comida en los restaurantes. Johnson predicará con el ejemplo y no se marchará al Caribe como las pasadas navidades. “Este país está bendecido con fantásticos lugares donde ir de vacaciones, de costa y de interior, y yo voy a quedarme”, afirmó. Otros ministros le siguen.