Venezuela: “Mi papá murió de pánico, no de coronavirus”
El 78% de los hospitales de Venezuela denuncian falta de suministro de agua
Solo dos empresas públicas hacen test de PCR en Venezuela para que el gobierno controle los datos
El relato estremecedor de una hija sobre las malas condiciones de los hospitales en Venezuela
Alexis Reyes tenía 56 años y no tendría que estar muerto. Su familia cree que no lo estaría si no viviesen en la Venezuela de hoy; la de la crisis y la de los hospitales sin agua, sin luz, sin medicamentos, sin sábanas ni desinfectante para las ratas. Hospitales sucios y destartalados con la única vida que empuja un personal médico cada vez más desgastado.
El 78% de los hospitales de Venezuela denuncian falta de suministro de agua y el 63% intermitencia en el servicio de energía eléctrica según la última Encuesta Nacional de Hospitales de 2019.
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Alexis era farmacéutico y estaba sano. No tenía enfermedades de ningún tipo. Ingresó el pasado 1 de agosto en emergencias del hospital público Victorino Santaella de Los Teques, una localidad a unos treinta minutos de Caracas, con un cuadro grave de insuficiencia respiratoria. Alexis se ahogaba en casa desde hacía unos días. Le habían dicho que tenía dengue, pero la fiebre no pasaba y su cuerpo le pedía a gritos oxígeno. La primera prueba rápida de coronavirus salió negativa.
Los médicos le dijeron que debía quedarse ingresado al menos quince días y que le harían la prueba PCR de COVID, para saber si finalmente portaba o no la enfermedad. Como el hospital ya estaba desbordado de pacientes por la pandemia, a Alexis le instalaron en el sótano. “Casualmente, mi padre había trabajado en este hospital así que conozco bien las instalaciones”, cuenta a NIUS Gabriela Reyes, su hija de 18 años. “El sótano no estaba habilitado para pacientes de ningún tipo. Allí solo estaban las carretillas de los enfermeros y la morgue”.
La familia de Alexis se mentalizó para quince días de dedicación absoluta a un paciente en volandas y en un país en condiciones de guerra. “Nos preparamos para llevarle todo cada día, porque el hospital no tiene nada. Le llevábamos sus tres comidas, agua para bañarse y para beber, las sábanas, las almohadas, los medicamentos, los útiles de aseo. Es como trasladar tu casa entera al hospital”, explica Gabriela. La chica cuenta que hasta el catéter y la sonda para hacer la primera vía venosa en el brazo de su padre lo tuvieron que llevar.
Su hermana mayor era la encargada de llevarle la comida todos los días. Desayuno, almuerzo y cena puntual. “Las colas de los familiares a las puertas del hospital son inmensas. Esperamos horas cada día para entregar todo al personal médico y que se lo entreguen a los pacientes”.
Un cuaderno y un lapicero
Su padre estaba en aislamiento y no tenía teléfono porque no estaba en condiciones de atenderlo; así que la familia decidió enviarle un cuaderno de notas y un lapicero para que cuando pudiera les escribiera cómo estaba, cómo le trataban, cómo evolucionaba su cuadro respiratorio, sus pulmones, su ansiedad. Alexis seguía sin saber si tenía coronavirus. Lo que sí sabía es que no podía respirar bien y que seguía teniendo dengue. Tampoco sabía cuánto tiempo más tendría que quedarse en el hospital, pero eso era lo de menos.
Las enfermeras del Victorino Santaella eran las encargadas de llevar el correo de notas entre Alexis y su familia. Cada día, cuando la hermana de Gabriela acudía al hospital para llevarle la comida se daba el intercambio esperado. Era la mejor emoción diaria. Ese puntito de adrenalina ante la expectación de unas palabras del ser querido en mitad de una situación que llega sin avisar y que es completamente imprevisible.
Las enfermeras son las encargadas de hablar con los familiares y actualizar el estado de los pacientes. Los médicos no pasan por este proceso a no ser que haya ocurrido algo grave. No tienen tiempo. No hay personal sanitario suficiente para atender el aumento de contagios en Venezuela, y los que están activos están comenzando a enfermarse porque no cuentan con las barreras de protección necesarias, algo que los trabajadores de la salud denuncian constantemente.
Sin mascarillas, sin EPIS, sin material
Hace una semana, Ana Rosario Contreras, la presidenta del Colegio de Enfermeras de Caracas, manifestaba que solo en la capital habían contabilizado 300 trabajadores sanitarios enfermos. “Ser enfermera en Venezuela es un suicidio. Es como mandar a un soldado a la guerra con una pistola de juguete”, señalaba.
Según Monitor Salud, una ONG independiente conformada por trabajadores del sector, en 14 hospitales de Caracas hay una reutilización del 90% de las mascarillas de manera inadecuada, y el 30% de los trabajadores no acude a su puesto de trabajo por miedo al contagio.
El gobierno de Nicolás Maduro no habla de los sanitarios enfermos y no da reportes oficiales sobre este tema. Los fallecidos por coronavirus dentro de este gremio no se contabilizan dentro del reporte diario de muertes que da el gobierno chavista. Sencillamente, no existen.
Alexis Reyes estaba mejorando, comenzaba a respirar mejor y lo escribía en sus notas. “Ya sin respirador. Solo oxígeno. Me cuesta un poco, pero ahí vamos”, se lee en una de las notas escritas a mano que enviaba a su familia en esos días de lucha constante. Las cuartillas se convirtieron en una especie de diario de aislamiento y en el único salvoconducto para mantener una esperanza de salvación.
“Buenos días mis amores. Estoy bien, esperando que me cambien esta mascarilla que me tiene la cara hinchada y me duele. Creo que me van a poner una más pequeña con oxígeno. Ojalá la tolere”.
“Se me hace un nudo en el estómago de tanto amor y sentimientos por ustedes”.
“Los amo y los extraño muchísimo”.
“Dios, la Virgen y ustedes son la razón de seguir luchando”.
Estas son algunas de las frases que Alexis escribió a su familia antes del sábado 8 de agosto, cuando la mejoría comenzó a notarse. Su familia estaba optimista. “Ya se podía levantar de la cama”, cuenta Gabriela. “Nosotros pensábamos que en una semana lo tendríamos en casa”. Seguían sin saber si tenía coronavirus.
Dos laboratorios para hacer pruebas en todo el país
En Venezuela solo hay dos laboratorios autorizados por el gobierno para hacer las pruebas PCR de COVID-19. El colapso se ha incrementado en las últimas semanas con el aumento de los casos y la mayoría de los pacientes no saben si tienen o no la enfermedad y nunca llegan a enterarse la superen o no.
Maduro ha prohibido que laboratorios privados o universitarios se sumen a la realización de este tipo de pruebas, hasta el momento las únicas 100% confiables para determinar si un enfermo padece coronavirus. De esta manera, controla de facto la información sobre el número de contagiados evitando que las cifras se disparen.
Apagones de luz
Pero el sábado 8 de agosto se fue la luz en gran parte de Venezuela, incluidos Los Teques, a las 7 de la tarde. No es extraño. Los apagones eléctricos son una constante en el país. “Desde la ventana de mi casa vemos el hospital”, explica Gabriela, “y cuando se fue la luz vimos que se había quedado a oscuras y nos preocupamos. Pero en seguida se iluminó y pensamos que habían puesto en marcha la planta eléctrica así que nos quedamos tranquilos y nos fuimos a dormir”.
Pero esa noche Gabriela dice que no durmió. Que estaba inquieta, aunque en ningún momento se le pasó por la cabeza que pudiera pasarle algo malo a su papá. “Al día siguiente, como había mejorado tanto, íbamos a llevarle su teléfono. Le habíamos grabado unos vídeos para que nos viera y se pusiera contento, con muchos mensajes de ánimo y mucho cariño”, cuenta.
Ya habían escrito la nota que acompañaba al teléfono móvil que tenían pensado mandarle el domingo 9 de agosto. “Te amamos mucho. Recupérate pronto. Muchos besos y abrazos. Cuando te mandemos el cel (teléfono celular) deja una nota de voz si puedes en el grupo de nosotros”.
Cuando la familia se despertó ese domingo para preparar el desayuno y alistarse para ir al hospital todavía no había vuelto la luz en Los Teques, y no volvió hasta las 2 de la tarde de ese mismo día. En total fueron 20 horas sin electricidad. “Cuando mi hermana llegó al hospital para llevarle el desayuno y el teléfono a mi papá, le dijeron que el doctor quería hablar con ella”, explica Gabriela con la voz entrecortada por un recuerdo demasiado reciente y demasiado doloroso.
El médico les dio la peor de las noticias y la más inesperada. Alexis había muerto durante la noche por un paro respiratorio ocasionado por el pánico. El doctor les explicó que la planta eléctrica del hospital solo había funcionado dos horas y que la noche fue una tragedia de desesperación. El propio personal sanitario no sabía qué hacer ni cómo controlar la situación completamente desbordada.
“Nos explicaron que muchas personas que estaban dentro empezaron a gritar, que los niños lloraban asustados y que mi papá llegó a tal punto de miedo, pánico y desesperación que le dio un paro respiratorio”, continúa relatando su hija. “Los médicos nos dijeron que trataron de salvarle por todos los medios pero que en mitad de la oscuridad no podían trabajar, que no podían intubarlo siquiera, que solo podían hacer lo más sencillo y que eso no fue suficiente para salvar su vida”.
Los médicos les mandaron un mensaje de texto durante la noche para avisarles de lo que había ocurrido pero el mensaje nunca llegó. Cuando se va la luz en el país caribeño suele afectar a las telecomunicaciones.
Gabriela y su familia creen que Alexis Reyes estaría vivo si no viviesen en Venezuela. “No creo que en otro país hubiese pasado esto. No creo que no hubiese funcionado la planta eléctrica del hospital. Él estaba recuperándose. Murió de miedo en mitad de la oscuridad y de la noche”. Su hija dice que el 26 de agosto tendría que haber cumplido 57 años. Ella cumple 19 el 31 de este mismo mes.
Como nunca supieron si su padre tenía o no COVID-19 les dieron el cuerpo y lo cremaron al día siguiente. 24 horas después un equipo de cinco personas que se identificaron como médicos pero que en ningún momento respondieron a la pregunta de dónde venían exactamente ni mencionaron sus nombres, aparecieron en la puerta de la casa de la familia, destrozada por una pérdida inverosímil y en mitad de un duelo que todavía no reconocen como suyo.
El grupo dijo que venían para hacerles las pruebas de coronavirus debido a lo que le había pasado a Alexis, aunque los resultados del muerto nunca llegaron. “Entraron en la casa como pedro por su casa, no traían las barreras de protección contra el virus necesarias, no tenían guantes, por ejemplo; nos aglomeramos todos en el salón y fueron muy irrespetuosos con nuestro momento de dolor. Entraron gritando, haciendo bromas entre ellos, uno incluso se puso a comentar en voz alta los estados de Whatsupp de sus contactos”, cuenta Gabriela, que duda, al igual que su familia, de que ese grupo fuera un grupo de verdaderos médicos, y cree que los enviaron los vecinos, que desde que se enteraron del fallecimiento de Alexis han comenzado una campaña de acoso y derribo en su contra, dando por hecho que fue la COVID-19 quien se lo llevó, hablando de su muerte y su dolor a sus espaldas y obligándoles con su hostigamiento a que no salgan de casa y se aíslen; algo que la familia decidió hacer por voluntad propia y responsabilidad desde el minuto uno.
“Esa visita fue un desastre total, una de las mujeres que tomaba notas sobre nuestros datos ni siquiera sabía cómo escribir nuestros nombres, aunque se los deletreábamos, o el pueblo donde nació mi sobrino, por ejemplo, que es un pueblo al lado de Los Teques. Era todo muy raro”, continúa Gabriela. “Y lo peor fue el momento en el que nos hicieron las pruebas. Las pusieron sobre la mesa y colocaron encima una caja que había estado apoyada en el suelo. Las manipularon sin guantes después de haber estado tocando sus teléfonos y todo”.
Se fueron al cabo de unas horas y la familia nunca más supo de ellos, tampoco del resultado de aquellas pruebas; tampoco ha llegado todavía el diagnóstico des test definitivo de coronavirus que le realizaron a Alexis en el hospital.
“Mi sobrinito, que tiene año y medio, ya mira las fotos de mi papá y las señala como preguntando dónde está. Y yo todavía estoy en shock. Siempre he vivido con él y ahora todo me hace llorar porque estaba demasiado acostumbrada a su presencia. Me dicen que es un angelito y que está en el cielo, pero esas son palabras que yo no me atrevo a pronunciar porque no me las creo. Siento que todavía lo estoy esperando, que se va a abrir la puerta y va a aparecer, y que todo va a ser como era antes, como era hace menos de un mes”.
Gabriela termina la entrevista, cuelga el teléfono y promete que avisará si sabe algo de los resultados de las pruebas de coronavirus de su familia.