El coronavirus ha acabado con Peter Sutcliffe, el mayor feminicida de la historia del Reino Unido y uno de los asesinos en serie más despiadados que se recuerdan. Su muerte, en la cárcel, tras negarse a recibir asistencia médica, a los 74 años, supone un alivio para los familiares de sus víctimas, que han vivido sin respirar durante los últimos 39 años, desde que fue capturado y puesto entre rejas. El caso de Sutcliffe provocó una fuerte reforma de la policía por el lenguaje machista y despectivo que se utilizó con algunas de las víctimas, las que trabajaban como prostitutas, y por el caos de la investigación que obligó a la modernización de la institución.
Le llamaban “el destripador de Yorkshire”, el condado al noroeste de Inglaterra donde cometió todas sus atrocidades, por las similitudes de sus crímenes y los de Jack el Destripador. También asesinaba prostitutas y les quitaba órganos y las mutilaba. Jack el Destripador mató a cinco mujeres entre 1888 y 1891. Sutcliffe asesinó a trece e intentó matar al menos a otras siete entre 1976 y 1981. Nunca dieron con la identidad de Jack el Destripador. De Sutcliffe, se sabe todo. O casi todo.
Nació en un pueblo de Yorkshire en el seno de una familia de clase trabajadora y católica. A los quince años dejó la escuela y empezó a desempeñar trabajos solitarios como el de sepulturero, peón en una cadena de montaje, vigilante nocturno y conductor de camiones. Estaba obsesionado con las prostitutas. Le gustaba observarlas mientras se relacionaban con sus clientes. Una vez una de ellas le estafó y se rio de él. Como venganza, golpeó en la cabeza a una compañera suya con un calcetín con una piedra dentro. Fue detenido, admitió el ataque pero quedó en libertad porque la mujer no quiso presentar cargos contra él. Era 1969.
Entre julio y agosto de 1975 asaltó a otras tres mujeres. A la primera la golpeó en la cabeza con un martillo y luego le rasgó el estómago con un cuchillo y un destornillador. Aquel se convirtió en el modus operandi de Sutcliffe. Después atacó a una mujer de 46 años y a una adolescente de 14 años. Todas ellas salvaron la vida porque pasó alguien por el lugar y el asesino se asustó y huyó, pero quedaron impedidas físicamente y traumatizadas mentalmente con depresiones clínicas para el resto de sus días.
La primera víctima mortal fue Wilma McCann, de 28 años, madre de cuatro niños pequeños. Fue atacada el 30 de octubre de 1975 en Leeds. Ratcliffe la golpeó dos veces con un martillo en la cabeza y luego la apuñaló quince veces en el cuello, en el pecho y en el abdomen. La policía de West Yorkshire inició entonces una investigación en la que participaron más de un centenar de agentes y en la que hablaron con diez mil personas. No dieron con el asesino. En los siguientes cinco años mató a otras doce mujeres más.
La policía no conseguía capturarle. La pesquisa, liderada por el veterano inspector George Oldfield, fue un auténtico despropósito. Llegaron a interrogar a Sutcliffe hasta nueve veces como sospechoso y todas las veces le dejaron en libertad. Incluso él mismo ayudó en una ocasión a la policía a perseguir al sospechoso. Tras su captura se le asignó al prestigioso inspector Lawrence Byford una investigación oficial sobre la actuación de policía.
La investigación se llevó a cabo en 1981 pero sus conclusiones no fueron publicadas hasta 2006. El informe decía que la información de los nueve interrogatorios a Ratcliffe nunca fue procesada, decía que toda investigación fue un caos y que, de haber hecho bien las cosas desde el principio, habrían salvado muchas vidas. El informe también decía que Sutcliffe cometió más asesinatos, pero no fueron investigados.
Fue tal el desconcierto que incluso llegaron a detener al asesino equivocado, un tal John Humble que había falsificado unas grabaciones y unas cartas para autoinculparse. La policía se lo creyó pese a que Humble no tenía acento de Yorkshire, como lo habían descrito las víctimas que habían sobrevivido, y pese a que su descripción física no coincidía con la del asesino. Al comparecer ante el juez se dieron cuenta de que no era él.
Entre las conclusiones, Byford recomendó una serie de cambios profundos e imprescindibles en la forma como se investigaba a los asesinos en serie, como la digitalización de la información. Se considera que el caso Sutcliffe y el consecuente informe Byford provocaron la modernización de la policía.
La investigación de los escabrosos asesinatos también puso de manifiesto la forma poco acertada que tenían los agentes para referirse a las trabajadoras del sexo destripadas. Según la clasificación de la policía, había dos tipos de víctimas: las “prostitutas” y las “inocentes” (las que no eran prostitutas). En una rueda de prensa en 1979, el detective Jim Hobson dijo: “El asesino ha dejado claro que odia a las prostitutas, como mucha gente. Nosotros, la policía, seguiremos arrestando prostitutas, pero el destripador está asesinando ahora muchachas inocentes”. Durante el juicio el fiscal expresó que “las seis últimas víctimas (que no eran trabajadoras sexuales) eran mujeres respetables”.
Richard McCann, de 50 años, el hijo de la primera víctima mortal, que tenía cinco años cuando fue asesinada, se quejó por la forma como la policía se refirió a su madre, una mujer honrada que pasaba penurias económicas y se vio forzada a ofrecer sexo por dinero para poder mantener a sus hijos. Y exigió a la policía una disculpa. El actual jefe de la policía de West Yorkshire se ha disculpado públicamente “por el lenguaje, el tono y los términos usados para referirse a las víctimas de Sutcliffe”.
Se produjo un extraño y macabro fenómeno en aquellos años y es que muchos hombres decían que eran el Destripador de Yorkshire en presencia de mujeres para asustarlas o para aprovecharse de ellas. Muchos expertos consideran que el machismo y la misoginia reinantes en los setenta influyeron en el asesino.
Sutcliffe fue capturado por casualidad el 2 de enero de 1981 en Sheffield. El sargento de policía Bob Ring y el joven aprendiz Robert Hyden se acercaron a un vehículo que estaba mal aparcado. En su interior había un hombre con una prostituta. Era el Destripador de Yorkshire pero no lo identificaron. Sutcliffe les pidió si podía ir un momento a orinar y aprovechó ese momento para esconder entre unas hojas un cuchillo, un martillo y un destornillador con el que iba a matar a aquella muchacha.
Los dos agentes vieron que la placa de matrícula estaba enganchada sobre otra placa, que era falsa. Se llevaron a Sutcliffe a comisaria y allí se dieron cuenta de que sus rasgos físicos coincidían con el retrato robot del Destripador de Yorkshire. Y empezaron a interrogarlo por los crímenes.
El sargento Ring regresó al día siguiente al lugar donde lo habían detenido y encontró las armas entre las hojas. Encontraron también otro cuchillo que Sutcliffe había escondido en la cisterna del váter de la comisaria. Obtuvieron una orden para registrar su domicilio en Bradford y hablaron con su esposa, Sonia. Tras dos días de interrogatorio ininterrumpido, Sutcliffe confesó todos sus crímenes. Dijo que él solo seguía las instrucciones de una voz que pertenecía a Dios y que le pedía que matara prostitutas. La primera vez que escuchó aquella voz fue cuando trabajaba como enterrador en el cementerio.
Durante el juicio alegó “responsabilidad atenuada” porque obedecía a la voz de Dios. Hasta cuatro psiquiatras certificaron que tenía esquizofrenia paranoide. Sin embargo el juez obvió ese diagnóstico tras escuchar el testimonio de un vigilante de la prisión que había oído como Sutcliffe le decía a su mujer, en una de las visitas, que se haría pasar por loco y así solo le caerían diez años. Le condenaron a veinte cadenas perpetuas por el asesinato de trece mujeres y el intento de asesinato de otras siete, aunque se cree que mató a muchas más.
Ingresó a la cárcel pero tres años más tarde fue derivado a un centro psiquiátrico cuando se aceptó el diagnóstico de esquizofrenia paranoide. Tras treinta y dos años, en 2016, volvieron a revisar su caso y fue reenviado a prisión. Los últimos cuatro años, Sutcliffe, que padecía diabetes y tenía problemas de corazón, los pasó en la cárcel. Hasta que enfermó de coronavirus.
También ha suscitado controversia que los 3.400 euros que costará su entierro sean costeados con dinero público por el Servicio de Prisiones. Carl Sutcliffe, su hermano pequeño, ha explicado que nunca mostró el menor signo de arrepentimiento por sus crímenes y que siempre culpó a esa voz que le hablaba. “Estoy triste porque no deja de ser mi hermano, pero su muerte es un alivio”, dijo. Y McCann sentenció: “Será considerado en la misma liga que otras figuras del siglo XX como Hitler”.