Los jugadores sentados en la mesa habían pedido repartir de nuevo las cartas. Por mucho que el primer ministro, Giuseppe Conte, se resistiera, la baraja estaba rota. Ahora es el momento de enseñar la jugada anterior y lanzarse a por la partida. “Agradezco su colaboración a cada uno de los ministros”, les dijo Conte a los suyos en el último Consejo de Ministros antes de presentar su dimisión.
El presidente de la República, Sergio Mattarella, ya la tiene sobre su mesa, con lo que abre formalmente ese trámite tan italiano llamado crisis de Gobierno. Durará días y aboca al país al clásico escenario incierto en el que todo son hipótesis, nadie tiene una respuesta y puede pasar cualquier cosa. Pura ltalia.
En primer lugar, Conte debe convencer a Mattarella de que tiene posibilidades reales de conformar una mayoría parlamentaria que le permita gobernar. No es tan sencillo, porque en estos días ha quedado demostrado que esos apoyos no existen, aunque Conte confía en que comenzar de cero pueda inclinar de su lado la balanza. Tendrá todo un equipo de Gobierno, con sus respectivos cargos, como oferta para sus socios. Así pues, el primer ministro dimisionario sería la primera opción para intentar poner en pie un nuevo Ejecutivo. Mattarella abrirá una ronda de contactos con los partidos que comenzará este miércoles.
La primera sería que el actual primer ministro ensanchara su mayoría y sobreviviera por segunda vez en la legislatura -en la que no fue elegido- con distintos partidos. Cuenta con el apoyo del Movimiento 5 Estrellas (M5E), el socialdemócrata Partido Democrático (PD) y el más izquierdista Libres e Iguales. La intención sería ampliar esa alianza a fuerzas centristas, para lo que apela a la idea de un Gobierno de concentración. No porque implique a todos los partidos, sino porque el objetivo sería convertirlo en más transversal. Al margen de diputados tránsfugas, las miras están puestas en una reconciliación con Italia Viva de Matteo Renzi y en la derecha moderada de Forza Italia, el partido de Silvio Berlusconi.
Si esta estrategia falla, Conte será historia. Se abriría entonces la posibilidad de formar un Ejecutivo con similares apoyos, pero con un nuevo primer ministro. El escenario es idóneo para Renzi, quien abrió esta crisis. En este caso también surgiría la opción de un Gobierno técnico, comandado por una figura institucional de peso, que podría guiar al país en la gestión de la pandemia y de la recepción de los fondos de recuperación europeos. Si nada de esto funciona, quedaría el recurso de un gabinete interino que pilote unas elecciones anticipadas, aunque se trata del último de los escenarios que se contemplan. Italia suele tener más recursos antes de llegar a ello.
Son esos personajes en la sombra que mejor se mueven en estas artes de la negociación y el engaño. Políticos venidos a menos que aspiran a satisfacer su ego utilizando sus influencias para decantar el resultado. Tras su salida del Gobierno, Renzi se cubrió bien las espaldas. Su abstención en la moción de confianza de Conte le permitió decidir la caída del Gobierno en el momento justo, lo que ha ocurrido una semana después (el Gobierno se enfrentaba a un voto contrario en el Senado sobre el Estado de la Justicia). Pero además, Renzi siempre dejó la puerta abierta a una negociación, lo que incita a los otros partidos a pactar con él. Conte podría buscar un acercamiento, lo que no dejaría de ser una solución humillante. Mientras que el PD y el M5E respaldan al primer ministro, pero si hay una solución alternativa bendecida por Renzi con otro aspirante al cargo, todos son sacrificables. Incluido Conte.
La estrategia de Berlusconi todavía presenta más puntos ciegos. Por el momento su partido se mantiene unido al bloque de derechas en la oposición, pero el líder de Forza Italia ya ha deslizado que estaría dispuesto a apoyar un Gobierno de unidad nacional. No menciona si con Conte o sin él, la oferta es suficientemente ambigua. Sin embargo, el rescate de Berlusconi tendría un alto coste. El magnate exigiría algo a cambio y su máxima aspiración en estos momentos es convertirse en el próximo presidente de la República. Nadie dice que esté sobre la mesa, pero entre la derecha el rumor ya es público y los globos sonda no se lanzan de forma gratuita.
Por muchas razones. En primer lugar, porque esto es Italia y siempre se ha preferido un remiendo a tirar el abrigo y comprar otro. A continuación, porque las fuerzas que componen el Gobierno tienen en su mano una salida a la crisis y las elecciones sólo favorecerían a la derecha, favorita en las encuestas. Después, porque recientemente se aprobó reducir el número de parlamentarios, en las próximas elecciones habrá un tercio menos de diputados y muchos no querrán perder el cargo. Y, por último, porque se pueden obtener tantas contraprestaciones a un favor de este tipo como para querer jugársela a la lotería de las urnas.
Al margen de las exigencias coyunturales, el próximo año se elige un nuevo presidente de la República, un pasaje crucial para Italia, en el que todos los partidos aspiran a tener mayoría parlamentaria para poder votar por un candidato afín. Sería un suicidio para quien controla el Gobierno ofrecer la posibilidad de elegir al futuro presidente a una mayoría alternativa. Además, seis meses antes de esta votación no se pueden disolver las cámaras y el plazo termina en junio. Quien llegue a ese mes debería contar con oxígeno suficiente para apurar la legislatura hasta 2023, cuando finaliza de forma natural.