El primer ministro húngaro Viktor Orban sacó a sus 10 eurodiputados del Partido Popular Europeo antes de que se vieran en la humillación de ser expulsados. Se habían convertido en un cuerpo extraño en la gran familia democristiana pues cada día estaban más cerca de las posiciones de los grupos de extrema derecha. Por el momento aparecen como ‘no inscritos’, una categoría en la que quedan los eurodiputados que no pertenecen a ningún grupo -en esa situación se encuentra, por ejemplo, Carles Puigdemont- y en la que pierden acceso a personal, financiación e influencia. Orban quiere que no sea por mucho tiempo.
El jefe del Gobierno húngaro pretende forjar un nuevo grupo conservador pero juega a lo grande y quiere que ese grupo se convierta en la primera familia política de la derecha europea y que compita con el Partido Popular Europeo.
Para eso debe prácticamente desmantelar a los dos actuales grupos de extrema derecha. Orban se reúne este miércoles en Budapest con el italiano Matteo Salvini y con el primer ministro polaco Mateusz Morawiecki, uno de los principales dirigentes del PIS polaco. El húngaro, que sabe que difícilmente pescará en las filas populares, intenta hacerlo en los dos grupos de extrema derecha.
Su objetivo es succionar eurodiputados a esos dos grupos porque para formar un grupo nuevo necesita unir a eurodiputados de al menos siete Estados miembros diferentes. Orban quiere pescar en el grupo ‘Conservadores y Reformistas Europeos’ (ECR, en sus siglas en inglés), que agrupa a partidos como la NVA flamenca (nacionalista y xenófoba, pero lejos de su contendiente flamenco Vlaams Belang, abiertamente neonazi), VOX, el propio PIS polaco o diferentes eurodiputados ultras de países escandinavos o bálticos.
Y en el ‘Identidad y Democracia’ (ID), donde se sientan por ejemplo los de Salvini pero también los eurodiputados de la francesa Marine Le Pen, del holandés Geert Wilders o los alemanes de AfD.
La semana pasada Orban puso las piedras ideológicas de su nuevo grupo, una formación de tintes reaccionarios. Dijo el primer ministro que a Europa “le hace falta una familia política para la gente como nosotros que protege la familia, defiende su patria y piensa en términos de cooperación entre Estados naciones más que en términos de imperio europeo”.
Orban lleva años acusando a ‘Bruselas’ de comportarse como hacía Moscú durante la Guerra Fría con sus países satélites. O de tener un plan para sustituir a la población cristiana europea por población musulmana. En todos esos planes aparece, según Orban y sus portavoces, el financiero y filántropo húngaro-estadounidense George Soros, bestia negra del premier húngaro. Sus acusaciones arrecian cada vez que por alguna razón la Comisión Europea lleva al Gobierno húngaro ante los tribunales europeos por violar acuerdos o normativas europeas.
El primer ministro húngaro ya había dicho, cuando salió del Partido Popular Europeo, que construiría “una oferta (política) para los ciudadanos europeos que no quieren hablar de migrantes ni de multiculturalismo, que no cayeron en la locura LGBTQ, que defienden las tradiciones cristianas de Europa, que defienden la soberanía de las naciones y que no ven sus naciones como algo del pasado sino del futuro”. Cada vez que Bruselas maniobra para frenar algún exceso iliberal de Orban este reacciona alegando que la Comisión Europea ataca su soberanía.
Bruselas lleva años intentando frenar la deriva autoritaria húngara, como ya lo hacía la década pasada la Administración estadounidense de Barack Obama o llevan haciéndolo años la OSCE y el Consejo de Europa. Si en Polonia la deriva iliberal se centra en la eliminación de la independencia judicial –la Comisión Europea envió otro dossier este miércoles al Tribunal de Justicia de la UE-, en Hungría se centró durante años en acabar con los medios de comunicación independientes, que ya son una rareza y muy pequeños.
El Tribunal de Cuentas europeo y la oficina anti-fraudes (OLAF) también llevan tiempo tras la gestión húngara de fondos europeos, sobre todo después de que eurodiputados húngaros denunciaran que Orban gestiona los fondos de forma que algunos de los grandes beneficiarios son sus familiares directos o sus amigos.
La Lega intenta hacerse más presentable, quitarse el tufo fascista que desprendía desde los tiempos de Umberto Bossi y los primeros años de Salvini. Ahora está apoyando al nuevo Gobierno italiano a los mandos de Mario Draghi. Salvini dijo el martes a la agencia AFP que la reunión de este jueves no será para formar ningún grupo político nuevo sino para “crear una carta compartida de valores, de libertades, de derechos, de principios y de objetivos futuros. No se creará un nuevo grupo político”.
También dijo que en la reunión tratarán de la Europa post-covid y de asuntos como empleo, Estado del bienestar, seguridad, educación, migración, política exterior y cooperación sanitaria. Y que “su sueño” no es crear un nuevo grupo –que sería el tercero a la derecha del Partido Popular Europeo- sino federar los dos existentes. ECR tiene 63 eurodiputados e ID tiene 74. Son, respectivamente, el sexto y el cuarto grupo del Parlamento Europeo. Desde 2019 ha habido intentos de fusión pero nunca fructificaron.
Algunos partidos de ECR, como el PIS o la NVA no se ven como ultraderechistas y no quieren aparecer en la misma foto que Le Pen o Salvini. La otra gran divergencia es la postura hacia Rusia. Mientras Orban, Salvini o Le Pen mantienen excelentes relaciones con Moscú, los polacos o bálticos tienen auténtica tirria a cualquier cosa que llegue de Rusia.