“Autoaislarse en casa si tienes covid-19, sin importar cómo de leves sean los síntomas, no es una opción en Corea”. Es la significativa e ilustrativa frase de Tae Hoom Kim, –profesora de Historia en la Universidad de Defensa de Suecia–, en un artículo escrito para The Guardian en el que cuenta cómo es la cuarentena que tuvo que pasar en Corea del Sur después de embarcarse en un viaje vacacional para visitar a sus padres, residentes en el país asiático.
Fue en noviembre cuando comenzó aquella pequeña odisea que hoy le permite comparar de primera mano lo que es un aislamiento sumamente estricto frente a otros más laxos. Nada más llegar a Corea del Sur, lo primero que le pidieron a Kim fue descargarse una aplicación de rastreo de covid-19, al tiempo en que le midieron la temperatura. Para cuando quería pensar en sus siguientes movimientos, un taxi homologado para el propósito la estaba recogiendo para llevarla directamente a la clínica pública más cercana a su casa para realizarse allí un PCR. Después, se le pidió que permaneciese aislada en su casa durante más de dos semanas. Sin embargo, pronto descubriría que esto, si das positivo, y aunque seas asintomático, no es siquiera una opción.
Continuando con su historia, cuenta que una vez en casa tuvo el contacto mínimo con sus padres, los cuales llevaban puesta continuamente sus mascarillas y, haciendo ver lo interiorizadas que tenían las estrictas normas sanitarias impuestas por el país, la dijeron que debería permanecer en su cuarto.
Lo siguiente fue conocer los resultados de aquella PCR que le realizaron nada más llegar a Corea del Sur. Fue tan solo a la mañana siguiente cuando el test confirmaba lo que, dado su estado asintomático, no podía imaginar: había dado positivo.
Inmediatamente después de conocer el resultado, profesionales del servicio de salud pública la cogieron y la llevaron a unas instalaciones del Gobierno, y tan solo un poco después más empleados llegaron para desinfectar su domicilio, comprobando el estado de sus padres y pidiéndoles que se realizaran un test.
En este punto, indica Tae Hoom Kim, es cuando se dio cuenta de que “autoaislarse en casa si tienes covid-19, sin importar cómo de leves sean los síntomas, no es una opción en Corea”. Básicamente, porque desde que se la llevaron se vio obligada a pasar 14 días en un hostal “en el corazón de Seúl”; un lugar adaptado para ser un centro en el que realizar cuarentenas a afectados por el covid que, anteriormente, durante la dictadura militar, había sido lugar de torturas a infinidad de personas, algo que, como reconoce, no fue precisamente reconfortante en una situación así.
En el lugar contaba con un “dormitorio de tamaño medio”, una televisión, un baño y una tetera, y para su pesar, tenía que compartir la estancia con otros tres pacientes de covid, todos ellos asintomáticos.
Según indica, los médicos daban por hecho que apenas existía posibilidad de que pudieran “cruzar sus infecciones de uno a otro” siendo asintomáticos.
Así, durante 14 días ninguno de ellos podía salir del lugar. Tan solo se les permitía abrir la puerta para coger comida a domicilio o sacar fuera la basura, la cual debía ser tratada con desinfectante. Vulnerar estas directrices tampoco era una opción, porque de hacerlo, básicamente, se enfrentarían a una durísima sanción. La megafonía se encargaba de recordarlo, y diariamente también se les hacía saber que saltarse las normas podría llevarles ante el juez.
Sin embargo, pese a lo estricto, lo tedioso y la merma de libertad a la que se vio sometida como parte de este sistema de cuarentena, Tim Hoom Kim saca dos conclusiones que valora, especialmente ahora que se empieza a hablar de que otros países como Reino Unido contemplan un sistema parecido para viajeros internacionales: lo primero, dice, es que eran muy bien tratados, con un paquete de cosas esenciales en el que contaban con “gel de baño, champú, acondicionador, cepillo de dientes, utensilios para el afeitado, desinfectantes, mascarillas, toallas o zapatillas”, entre otros, al tiempo en que la comida que les daban, dice, “era buena y mejor que la mayoría de los caros restaurantes coreanos de Londres”. Y todo ello, subraya, “gratis para los ciudadanos coreanos”.
A ello, además, añade que recibían supervisión continua por parte del personal sanitario. Concretamente, dice, tanto enfermeras como doctores comprobaban el estado de los afectados “dos veces al día”, comunicándose a través de una app y pidiéndoles medir su presión arterial y su temperatura, al tiempo en que les preguntaban si necesitan cualquier tipo de medicación. Incluso, dice, “ofrecían ayuda a aquellos que estaban mentalmente exhaustos”.
Por último, como segunda conclusión, Kim escribe en The Guardian que durante todo el proceso, y a pesar de todo, lo que predominaba era un profundo sentimiento de solidaridad. En todo momento, dice, todo el equipo médico expresaba su pesar por verles en esa situación al tiempo en que hacían énfasis en que todo lo que hacían, y todo el sacrificio, era por “mantener al resto a salvo”.
“Me ha afectado personalmente, ya que mis padres son del grupo de riesgo y me dijeron más tarde que se sentían más seguros sabiendo que estaba haciendo cuarentena lejos, en lugar de autoaislada en casa”, cuenta.
Por último, Kim mantiene abierto el debate sobre si debería replicarse o no este sistema de cuarentenas, pero deja claro que merece la pena discutir sobre ello si de lo que se trata es de imponer “restricciones a unos pocos” para contribuir a “la seguridad de muchos”.