¿Qué son los colectivos chavistas? Fuera de las fronteras venezolanas el término “colectivo” no suscita especial controversia. Es una palabra más dentro la gran variedad de sustantivos de la lengua española para denominar a un grupo de personas. Sin embargo, en Venezuela, la palabra “colectivo” siempre viene acompañada de un halo de inquietud. Es casi como decir “Voldemort” pero sin cuentos (ni bromas, ni ficción).
Los colectivos chavistas son muchas cosas. Y he aquí la controversia, la disociación, la inquietud. Y como todo en el país caribeño, dependiendo de quién responda a la pregunta molesta, dará una versión u otra, siempre en función de su ideología política. Los colectivos están del lado “revolucionario” y de hecho dependen (en todos los sentidos: financiero, social, ideológico) del gobierno de Nicolás Maduro.
Nacieron con la llegada de la Revolución Bolivariana y sus integrantes provenían en un principio de las guerrillas urbanas que proliferaron en Venezuela a finales de las décadas de los años sesenta y setenta. Eran guerrillas alimentadas por el fulgor castrista cubano insatisfechas con los gobiernos de turno en el país sudamericano: Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Rafael Caldera fueron los presidentes de la época que les vieron nacer.
De aquellos años, los colectivos chavistas aprendieron sus tácticas de guerrilla comunicacional y estratégica, y de allí heredaron sus armas de fuego. Tampoco es difícil tener armas en Venezuela. La normalización de la violencia, el contrabando, la presencia de la guerrilla y el paramilitarismo colombiano, y la corrupción policial permanente en todos los ámbitos, provocan un ir y venir de armamento más o menos obsoleto que se mueve sin complejos entre las manos de unos y otros. La experiencia sobre el gatillo es lo de menos porque en Venezuela se aprende rápido a sobrevivir.
Gustavo Martínez, el presidente de la Federación Nacional de Motorizados, también conocidos como el “Colectivo de Motorizados” o las “Fuerzas Motorizadas”, uno de los colectivos más importantes y temidos del país, reconoce a NIUS que tienen armamento.
“Sí las tenemos, pero se usan cuando se tienen que usar; y cuando no se tienen que usar, están guardadas, pero nosotros somos un equipo de paz”.
No es habitual que estos grupos hablen con la prensa. Mucho menos con la prensa internacional, a la que consideran (salvo contadas excepciones) un instrumento de la manipulación mediática que se cierne sobre Venezuela y a la que suelen amedrentar en la vía pública si consideran que no están haciendo bien su trabajo, es decir, si consideran que no están diciendo su verdad.
Los colectivos defienden su trabajo diario y su organización porque argumentan que están realizando “labores de seguridad y defensa de la Patria frente a los ataques violentos de la oposición que tratan de montar shows para buscar una intervención extranjera en Venezuela”. Son palabras de Gustavo en un trayecto en moto que permiten hacer a este diario con ellos.
Conocemos de primera mano cómo se movilizan por las calles del centro de Caracas en un “recorrido de seguridad”. La imagen es impactante. Son alrededor de doscientas motos ocupando el asfalto, golpeando sus bocinas y apartando el tráfico. El estruendo desde dentro no deja escuchar absolutamente nada más. Es como si la ciudad, en plena hora punta, se paralizara para que pasen los “caballos de hierro”, como denomina el grupo a sus vehículos.
Lo de usar motos tampoco es casualidad. Es algo simbólico. Las motos han sido, tradicionalmente, el medio de transporte más accesible para las clases populares venezolanas que no podían acceder a comprarse un coche. Hoy en día se han convertido en un instrumento de la lucha de clases y su relación con estos grupos es inevitable.
El “recorrido de seguridad” es una de sus funciones habituales, es parte del trabajo: vigilar el orden, mantener el estatus quo, controlar a la oposición venezolana los días que convocan protestas o que se prevé confrontación en las calles.
Andrea Franco es una mujer “motorizada” que nos acompaña en la movilización. No hay muchas mujeres en el grupo y las que hay tienen un carácter extremadamente fuerte. Un carácter “arrecho”, como dicen aquí. Andrea explica en qué consiste la tarea de la vigilancia: “tenemos paradas (puntos de control y encuentro) en plazas, en instituciones, en esquinas; para resguardar nuestra Revolución y al pueblo, que es el que sufre los ataques del imperialismo”.
Sobre las armas y la paz, Gustavo insiste: “si tenemos que usar las armas para defender nuestra vida y la Revolución, lo haremos”.
Sus palabras son las de un miliciano en lógica de guerra. De hecho, en Venezuela, la Constitución del país contempla como ley la “unión cívico-militar”. ¿Qué significa esto? Significa que los civiles (voluntarios) se convierten en militares (el Estado les entrena como tal y les enseña tácticas de guerra, ataque y defensa) y adquieren rango militar e institucional. Hay más de dos millones de milicianos en el país caribeño, entrenados y preparados para salir a la calle en cuestión de segundos si fuese necesario. El colectivo de motorizados forma parte del plan.
Las Fuerzas Motorizadas se mueven principalmente por las calles del centro de Caracas y uno de los puntos primordiales que deben cuidar es la Asamblea Nacional, el Parlamento, zona de conflicto habitual con la derecha opositora.
Juan Guaidó y su comitiva ya no se acercan por allí. La última vez que lo intentaron, el pasado 15 de enero (en esta ocasión, un grupo de diputados opositores – sin Guaidó- intentó acercarse a las inmediaciones del Parlamento sin éxito), los colectivos no les dejaron pasar. Hubo enfrentamiento, lanzamiento de piedras, de conos de tráfico contra el coche de la comitiva, persecución y disparos.
Preguntamos a Gustavo por este episodio. “¿Qué pasó?” Y el jefe de los motorizados responde: “Allí no hubo disparos. Nosotros tenemos la custodia de la Asamblea Nacional. La resguardamos para que no venga la oposición a formar su show intencional. Siempre dicen que les roban, que les atracan, pero la realidad es que ellos van a prender candela (conflicto) para justificar una intervención contra Venezuela. Nosotros respondimos a sus acciones terroristas”.
Y para terminar, a Guaidó, Gustavo le lanza una advertencia personal: “que ni se le ocurra volver”.
Los colectivos forman un grupo de hermanamiento que va más allá de lo ideológico. Materialmente, sus integrantes dependen de los beneficios que el grupo les aporta, y más en estos tiempos de crisis donde la mayoría de sus miembros no ganan lo suficiente para poder alimentar a su familia o llegar a fin de mes. Los colectivos, por lo tanto, también hacen una labor social que en muchos casos resulta imprescindible porque llegan donde no hay Estado. En los barrios populares, tradicionalmente chavistas, están presentes en casi todos los ámbitos de la vida cotidiana: tienen radios comunitarias, organizan actividades deportivas con los jóvenes en riesgo de exclusión, reparten bonos de dinero que entrega el gobierno de Nicolás Maduro, reparten el CLAP (cajas de comida subsidiada) entre la comunidad y organizan mercados con diferentes productos de primera necesidad a precios asequibles entre otras muchas actividades.
La mayoría de los que participan de estas otras actividades se desvinculan de la violencia que ejercen los grupos de choque. Pero la realidad es que lo uno no existiría sin lo otro. Es una forma diferente de entender la organización de un país, una lógica binaria donde no cabe un pensamiento opuesto. Es la guerra. La suya. Y su mantra es “o estás conmigo o contra mí”.
Para los motorizados, además, hay ayudas importantes a la hora de acceder a piezas, repuestos y útiles necesarios para sus vehículos (neumáticos, baterías, aceites…) que, en muchos casos, o bien no se encuentran en el país, o bien son demasiado caros y por lo tanto inaccesibles para ellos. Esto es un plus para muchos de ellos que se ganan la vida como “mototaxistas”, una figura que se ha convertido en un imprescindible de la rutina caraqueña, indispensable para sortear el tráfico insoportable diario. Salen cada mañana con su moto y venden carreras a bajos precios. Viven al día (literalmente) gracias a su caballo de hierro y quedarse sin él sería catastrófico.
Terminamos el recorrido en la oficina de las Fuerzas Motorizadas, que está, ¿casualmente?, en una calle paralela a la Asamblea Nacional. Gustavo tiene prisa porque tiene una reunión con alguien del gobierno y se despide agitado.
“Espero que transmitáis nuestra verdad a España y al mundo”, dice.
Cuando Gustavo desaparece, las motos se dispersan en cuestión de segundos y el tráfico se restablece como si nada de aquello hubiera pasado. El sol está pegando fuerte en Caracas a pesar de estar en los últimos días de febrero, un mes tradicionalmente frío en la capital del caribe bolivariano.