Los cien días de Draghi, el keynesiano
El ex presidente del BCE sigue una hoja de ruta marcada por la reactivación económica y un mayor peso del Estado
Tras la emergencia de la pandemia y los fondos europeos, ahora se centra en una reforma fiscal y el debate migratorio
Hace una semana una periodista le preguntó a Mario Draghi en rueda de prensa si sería capaz de aprobar una reforma fiscal en el Parlamento, pese a las enormes diferencias ideológicas que conviven en su Gobierno de unidad. El primer ministro puso su cara de respuestas lapidarias y respondió: “Muchas veces en mi vida me han preguntado si sería capaz de algo y, bueno, bastante a menudo lo he conseguido”. La actitud del ex presidente del Banco Central Europeo es esa. Se muestra extremamente confiado en sí mismo, hace pocos esfuerzos por disimular la humildad y decide, en última instancia, según sus pulsiones. Como dice, habitualmente consigue lo que él quiere. Cuando las cosas no siguen exactamente el guion, sus seguidores ya tienen preparada una red de seguridad para protegerlo.
Ocurre con Mario Draghi algo parecido a los primeros años del pontificado del papa Francisco. Cada mínimo gesto era celebrado con una ovación. Prensa, poderes económicos e instituciones son más draghistas que el propio Draghi. Su advenimiento fue algo parecido a una epifanía y ahora, cuando ha cumplido sus 100 primeros días al frente del Gobierno, esa áurea se mantiene intacta. Él finge estar por encima de las habladurías, pero antes de que usted haya desayunado, reclama tener listo un resumen de prensa con todo lo que se dice de él. Importan las tertulias políticas de la noche en televisión y también los grandes medios internacionales, con especial atención al Financial Times y los grandes periódicos alemanes. Ahí se construyó su prestigio durante años.
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En marzo del año pasado, apenas semanas después del inicio de la pandemia, mandó una carta al diario financiero británico en la que reclamaba un plan de inversión colosal, mayor intervención del Estado y justificaba el incremento de la deuda. Fue una especie de manual keynesiano, aplicable por completo a su país, que arrastra dos décadas de anemia económica y era entonces el más golpeado por la covid. Ahora Italia trata de seguir la hoja de ruta del banquero, con unos 17.000 millones de ayudas a fondo perdido desde que comenzó la crisis, incluyendo el anterior Ejecutivo de Giuseppe Conte. En los últimos dos meses Draghi ha aprobado sendos decretos de ayudas, por un valor total de unos 70.000 millones de euros. Tras el último de ellos, dejó otra de sus frases: “No es momento de tomar dinero de la gente, sino de dárselo”.
De un lado, insistía en el nuevo dogma liberal del Estado como reactivador de la economía. Por otro, respondía ante las peticiones del socialdemócrata Partido Democrático (PD), que reclama una subida del impuesto de sucesiones para otorgar una ayuda a los jóvenes. Draghi tiene previsto acometer una reforma integral del fisco, orientada a reducir la presión fiscal -de las más altas de la UE- sin perder progresividad. Se espera que pueda estar lista para finales de año y será, probablemente, su próximo gran reto después de los temas más acuciantes.
Las primeras semanas en la oficina se las pasó tratando de acelerar la campaña de vacunación y de finalizar el documento italiano para los fondos de recuperación europeos. Para la primera cuestión puso al mando al militar Francesco Figliuolo, con el que Italia se ha acompasado al ritmo de vacunación de España o Francia, tras un inicio titubeante. En el aspecto económico, dejó que fuera su titular de Economía, Daniele Franco -ex director del Banco de Italia- quien asumiera el peso de los trabajos técnicos.
Ajeno al ruido político
Los ministros tecnócratas se han encargado de los grandes temas, mientras la amplia mayoría de partidos que respaldan al Gobierno han tratado de colocar sus mensajes, con más ruido que efecto. Draghi se coloca en el centro como un tótem, mientras los políticos revolotean. El líder de la Liga, Matteo Salvini, elevó la presión para acabar con las restricciones, a lo que el primer ministro replicó con un plan gradual de reapertura. Mientras que en las últimas semanas, el PD ha tratado de dar un impulso a su agenda, con presiones para aprobar una ley contra la homofobia, otra para otorgar la ciudadanía a los hijos de inmigrantes nacidos en Italia o la propuesta de subida del impuesto de sucesiones.
Tirando de talante, Draghi se ha reunido con el líder socialdemócrata, Enrico Letta, pero de momento ninguna de sus reinvindicaciones han sido escuchadas. Por su búsqueda del centro y su carácter europeísta, el PD sería la formación más cercana a Draghi. La senadora de este partido Monica Cirinnà, impulsora de varias leyes de carácter social, responde al teléfono que “el PD está en el Gobierno únicamente por la pandemia y la economía, pero en paralelo el Parlamento debe continuar su actividad”. En las cuestiones capitales, hay total sintonía. “Pero si en las comisiones parlamentarias no continuamos nuestra actividad, perderíamos nuestra identidad”, añade la senadora.
Roberto D’Alimonte, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Luiss, remarca que “estas peleas forman parte del teatro de los partidos, ya que cada uno debe hablar a sus electores. No obstante, Draghi se ha mostrado como un hábil mediador entre unos y otros, por lo que las disputas no afectan a la estabilidad del Gobierno”. Italia y sus políticos han entendido que los fondos de recuperación europeos, que dejarán más de 200.000 millones en su país, representan un ahora o nunca. De ahí que le confiaran el Ejecutivo a su hombre más respetado, sobre el que se cierne un pacto de no agresión.
Popularidad y respeto internacional
Lo que decida Draghi es cuestión de Estado, su discurso es palabra sagrada. Después ya habrá tiempo de repartir de nuevo las cartas y sacar rédito de las nuevas inversiones. De lo contrario, no habrá mañana. Por eso, apenas ha habido discusión ante el plan sobre los fondos de recuperación europeos. Ahora Italia acaba de derogar la prohibición excepcional para despedir que fue aprobada durante la pandemia, tras las presiones de la patronal, y no ha habido más que un leve revuelo de los sindicatos. Nada que ver con la negociación de los ERTE en España.
Más del 50% de los italianos creen que Draghi ha hecho un buen trabajo hasta el momento, sobre todo en materia económica y sanitaria, según una encuesta de Youtrend. Sin embargo, su popularidad se mantiene algo por debajo que la de su predecesor, Giuseppe Conte, que abandonó el Gobierno tras una maniobra de palacio, pese a contar con la simpatía de los electores. A Draghi lo impulsa, sin duda, su mayor prestigio a nivel internacional. Bloqueó la exportación de vacunas fuera de la UE en los momentos más críticos de escasez, se presentó como avalista personal ante Bruselas con el plan de recuperación italiano y ahora trata de recuperar en el Consejo Europeo el debate sobre la recolocación de los migrantes. Lo intentará en la próxima cita, ya que la más reciente estuvo copada por la posición de la UE ante Bielorrusia.
Durante la última década, todos los primeros ministros han tratado de implicar más a la UE en la cuestión migratoria y han intentado sin éxito modificar los mecanismos de reparto entre Estados. Si esta vez Italia consiguiese algún resultado, España podría ser una de las grandes beneficiadas, sobre todo tras el desafío marroquí de las últimas semanas. Draghi se reunirá con Pedro Sánchez el próximo mes en Barcelona, en su primera cumbre bilateral. Si bien, tras la total sintonía con Conte, Draghi parece ahora jugar en otra liga.
“Italia y Francia han iniciado en los últimos meses un proceso de acercamiento, con el que Draghi pretende integrar a su país en el eje franco-alemán. La UE necesita un liderazgo fuerte y la figura del ex presidente del BCE puede apuntalar las instituciones”, señala Dario Cristiani, experto en el Mediterráneo del Instituto Italiano de Política Internacional. La reciente detención en Francia de siete antiguos terroristas italianos que durante décadas gozaron de impunidad en el país galo refleja el nuevo clima de entendimiento.
¿Próximo presidente de la República?
Por tanto, Draghi no es sólo un gestor que viene a cuadrar el inventario. Sus colaboradores señalan que su perfil es mucho más político que lo que puede pensar el ciudadano. Eso no ha impedido que su estrategia comunicativa le haya jugado varias malas pasadas. En la misma rueda de prensa atacó a los psicólogos por vacunarse con prioridad, cuando estaban en la lista de las profesiones de riesgo; y llamó a Erdogan “dictador necesario”, lo que causó sudores fríos entre el personal diplomático. Recientemente renunció a su sueldo como primer ministro, lo que fue interpretado por muchos como un gesto populista e innecesario, que resta valor a la política. Si bien, todos estos detalles han sido tratados como pecados veniales y enterrados en las páginas centrales de los periódicos.
Uno de los ideales italianos consiste en la expresión “fare squadra” (hacer equipo). No es muy habitual en el enrevesado Parlamento, pero sí se aplica para ciertas cuestiones de Estado. La Presidencia de Draghi lo es, aunque todo depende de cuánto durará el viaje. A principios del próximo año se deberá elegir a un nuevo presidente de la República, un cargo para el que el actual primer ministro tiene todas las papeletas. Se entendería como un pasaje natural, pero no permitiría terminar la legislatura. “Encuentro extremadamente impropio hablar del jefe del Estado cuando hay otra persona al cargo. El único autorizado para hablar es el presidente de la República”, afirma públicamente Draghi. Al implicado, Sergio Mattarella, ya le llueven peticiones para que retrase unos meses su jubilación y su relevo se acerque al fin de la legislatura. En Italia estas cosas siempre se discuten con la máxima discreción.