Dentro de su antagonismo, las vergüenzas de Estados Unidos no son tan distintas a las de China. Los últimos episodios de crímenes de odio contra la población estadounidense con rasgos asiáticos (donde confunden a coreanos, taiwaneses, japoneses etc con chinos) evidencian el racismo que existe desde hace siglos contra esta minoría y que ha incrementado durante la pandemia. Al otro lado del mundo, el impacto del virus también ha sacado a la palestra algunos comportamientos discriminatorios que apenas se conocen fuera de las fronteras del gigante asiático - especialmente contra migrantes africanos -. En otro nivel incomparable, se encuentran otros actos xenófobos que tienen rango de presunto genocidio, como es el caso del pueblo musulmán de los uigures en Sinkiang, región autónoma ubicada al noroeste de China.
Pocos días después del tiroteo que dejó ocho víctimas mortales en Atlanta y que ha sido relacionado con la creciente animadversión contra los asiáticos - precedida por la retórica del expresidente Donald Trump en la que catalogó al covid-19 como el “virus chino” o “kung flu” - NIUS mantuvo una conversación con la directora de Recursos Humanos de una agencia creativa multinacional con base en Los Ángeles y con oficina en Shanghai. Además de detallar que se han visto obligados a poner en marcha programas donde asisten a sus trabajadores asiáticos en EE.UU. y ayudan a sus compañeros a identificar sesgos inconscientes, la ejecutiva relató su experiencia a la hora de reclutar en China años antes de la pandemia.
“Necesitábamos contratar para un puesto creativo en Shanghai y nuestra reclutadora era afroamericana. Pronto nos dimos cuenta de que los candidatos chinos tenían problemas cuando se comunicaban con ella e identificamos que no la tomaban en serio por ser negra. Desde entonces, cada vez que reclutamos en China, siempre usamos a asiáticos o caucásicos”, confesó contrariada.
El gigante asiático cuenta con una numerosa población africana y la gran mayoría vive en la provincia de Cantón. Aunque el racismo institucional y social lleva décadas instalado en el país, el último año ha sido especialmente duro y se han producido episodios que han obligado a los diplomáticos de países como Nigeria, Ghana, Uganda o Kenia a pedir explicaciones al Gobierno chino. Hace un año, cuando China estaba inmersa en plena pandemia y acechaba la segunda ola de contagios, gran parte de las miradas, insultos y acciones de las autoridades fueron dirigidas contra los africanos. Automáticamente, y por el hecho de tener una raza distinta, éstos se convirtieron en los principales sospechosos de transmitir el virus, lo mismo que sucede, paradójicamente, con la población china - y asiática por extensión - en EE.UU.
Vigilancia férrea, tests obligatorios, cuarentenas mandatorias a ciudadanos africanos a pesar de tener resultados de PCR negativos y decenas de desahucios que nada tenían que ver con impagos del alquiler. Las consecuencias de esta persecución a los migrantes de África se trasladó a las calles, ya que muchos se vieron obligados a vivir al raso. Y allí, en el asfalto, el escrutinio de los ciudadanos chinos se extendió a las redes sociales. Weibo es el WhatsApp chino y los mensajes de odio crecieron durante la pandemia. Lejos de usar su política de censura, el Gobierno no eliminó ni reprendió a los responsables. De hecho, el mensaje institucional ha estado a años luz de la realidad, ya que desde el Ejecutivo han negado categóricamente que exista racismo contra los “hermanos africanos”.
Sin embargo, varios reportes indican que residentes africanos en China no han tenido acceso a hoteles, supermercados, transporte público u hospitales. Según The Guardian, una mujer embarazada no recibió atención en un hospital Fue tal la discriminación durante los últimos seis meses de 2020 que muchos africanos pidieron ser repatriados a sus países de origen.
El comienzo de 2021 no ha sido distinto. El 12 de febrero se celebró el Año Nuevo chino y el canal televisivo nacional CCTV ofreció una programación especial con espectáculos que incluyeron bailes con artistas que aparecieron con la cara pintada de negro. Lo que en otros países es impensable o supone una disculpa obligada, en China se normalizó ante cientos de millones de televidentes conectados a sus televisores.
“Este uso de la cara negra en espectáculos oculta un problema de racismo rampante en el país, que se suma a la creciente discriminación de los negros y africanos por parte del Gobierno chino durante la pandemia”, aseguró Yaqiu Wang, investigadora de Human Rights Watch.
Coincidiendo con un incremento de los ataques contra la población de rasgos asiáticos en EE.UU. y, especialmente, con la llegada de Joe Biden a la presidencia, se ha producido una aceleración del proceso condenatorio del presunto genocidio que China está llevando a cabo contra los uigures en la región autónoma de Sinkiang. El país norteamericano anunció esta semana sanciones a dos funcionarios chinos por “graves abusos de los derechos humanos” contra los musulmanes uigures, una medida coordinada con aliados como la Unión Europea, Canadá y el Reino Unido.
Según informes occidentales, se calcula que alrededor de un millón de uigures y componentes de otras etnias (actualmente hay más de medio centenar reconocidas por el Gobierno chino) han sido internados en 85 campos de concentración desde 2017. Imágenes satelitales ubicaron estos complejos (identificados ya que contaban con torres de vigilancia y cuyos perímetros están completamente vallados) y aunque inicialmente China negó las evidencias, después desveló que se trata de “centros de reeducación”.
La región autónoma de Sinkiang quedó anexionada a China en 1949 al ser un territorio rico en petróleo y gas natural. Según el Gobierno, los uigures son extremistas musulmanes y se basan en atentados terroristas como el perpetrado en 2013 en la céntrica plaza de Tiananmén, Pekín, reclamado por el grupo terrorista, Partido Islámico del Turquestán (compuesto por extremistas uigures), en el que murieron cinco personas; o el llevado a cabo en 2014, en una estación de tren en la que fallecieron 31 viajeros después de los ataques a cuchillo de cuatro terroristas. Las autoridades atribuyeron la masacre a los uigures.
Fue entonces cuando se intensificó la cruzada contra la etnia. En 2017, China aprobó una ley en la que se prohibía a los hombres dejarse barbas largas y a las mujeres llevar velos. Desde entonces se comenzaron a destruir mezquitas, y en la actualidad, la persecución a los uigures es total. No sólo se les dificulta practicar su religión, sino que aparentemente se les tortura amparados por el afán de las autoridades chinas a proteger a sus ciudadanos del “terrorismo, del separatismo y del extremismo religioso”.
El yugo a los uigures, en el que pagan justos por pecadores, preocupa a gran parte de la comunidad internacional por atentar contra los derechos humanos. Otro bloque, el formado por países como Venezuela, Arabia Saudí, Egipto o Qatar, entre otros, defienden a China en su cometido.