No es una pregunta fácil de responder. Quizá solo una. Y es que todo, a estas horas, pende de un hilo. Si suponemos que Boris Johnson genuinamente desea un compromiso con Bruselas, las últimas 24 horas han sido nefastas para el Primer Ministro. Tanto que, uno de sus principales aliados, el periódico pro Brexit Daily Mail, ha descrito la jornada de ayer como “el día en el que murió el acuerdo”. Un día repleto de recriminaciones en el que Downing Street echó la culpa de ello a la canciller alemana, Angela Merkel.
A veintidós días de la fecha de salida y a una semana del Consejo Europeo en el que todo debería quedar sellado, la esperanza es más pequeña que nunca. “La última oportunidad de Johnson para mantener vivo el acuerdo del Brexit” es, según el diario Times, una reunión con el Primer Ministro de Irlanda, Leo Varadkar, que podría producirse mañana y que se acordó anoche tras una llamada telefónica con Johnson que se prolongó durante de 40 minutos.
Aún así, en este momento un compromiso parece muy difícil. El nuevo Presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli, estuvo ayer en Londres con el fin de escuchar nuevas ideas por parte de Johnson que pudiesen hacer avanzar las negociaciones, pero “no ha habido progresos”.
Tras la reunión, el político italiano expresó su “profunda preocupación” por la determinación de Johnson de “sacar al país de la Unión Europea el próximo 31 de octubre con o sin acuerdo”, una postura que no está dispuesto a cambiar. Sassoli reclamó a Johnson “propuestas creíbles” porque mantener la paz en Irlanda del Norte es clave para Bruselas y la última oferta del Gobierno británico, que contempla controles en la frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte, no es admisible para la UE.
Precisamente, según la versión de Downing Street, durante la conversación telefónica que mantuvieron ayer Johnson y Merkel, esta abogó por una Irlanda del Norte que se mantuviera “para siempre en la unión aduanera”. Esto supuestamente indignó a Londres y, poco después, un portavoz de Johnson reveló a la prensa británica detalles de la conversación entre sendos líderes, algo que no es habitual. En un briefing sin precedentes se describió ese argumento de la canciller alemana como “esclarecedor” y se dijo que eso hacía “imposible” un acuerdo. “Si esto representa una nueva posición establecida, eso significa que un acuerdo no solo no es posible ahora sino nunca”.
Desde Alemania se ha asegurado que la posición de este país no ha cambiado y desde Bruselas dicen no reconocer esas palabras de Merkel como una posición de la UE. La indignación hacia el Primer Ministro británico quedó realmente patente en un tuit del Presidente del Consejo Europeo Donald Tusk: “Lo que está en juego no es ganar un estúpido juego de echar la culpa a otros sino el futuro de Europa y del Reino Unido”. Un juego que, para el Financial Times, es “una estrategia peligrosa”.
Para los laboristas, el líder conservador nunca quiso que las negociaciones llegasen a buen puerto. Según el responsable del Brexit en esta formación, Keir Starmer, “sus propuestas estaban diseñadas para fracasar. Cualquiera que las analice se da cuenta de que no son consecuentes con el acuerdo de paz del Viernes Santo. Uno no pone eso sobre la mesa, a no ser que siempre haya perseguido una salida sin acuerdo”.
La ley aprobada recientemente por el Parlamento obliga al Primer Ministro a escribir una carta a Bruselas pidiendo una prórroga hasta el 31 de enero si no se llega a un acuerdo antes del próximo 19 de octubre. Boris quiere evitar a toda costa firmar esa misiva. Y sigue buscando alternativas a esa posible bajada de pantalones.
Mientras tanto, la oposición estudia estrategias, incluida una votación en la Cámara de los Comunes para la celebración de un segundo referéndum. Eso requeriría una prórroga mayor -quizá incluso hasta el verano- pero de momento los diputados tienen las manos atadas hasta la semana que viene. Y es que el Parlamento está desde anoche de nuevo en receso, un procedimiento habitual antes del discurso de la Reina Isabel II el próximo lunes, un acontecimiento que marcará el comienzo de un año parlamentario muy convulso.