No espere el visitante que busque acomodo en alguna de las mesas pegajosas con sillas desparejadas del Hafa encontrar el glamur de los cafés franceses o de la Europa central, ni siquiera el sabor y la elegancia de otros espacios del propio Marruecos como el Maure y la Renaissance de Rabat, el Rick’s de Casablanca o el Grand Café de la Poste marrakechí. Las gradas del café Hafa, a menudo batidas por los vendavales del Estrecho, son un lugar destartalado y descuidado, pero quizás por ello magnético.
El café Hafa de Tánger cumple cien años y lo hace siendo apenas un recuerdo de lo que fue. En sus veladores fumaron kif y bebieron té con yerbabuena literatos y artistas, mayoritariamente europeos y estadounidenses, durante décadas. Entre ellos, el estadounidense Paul Bowles, precursor de la generación beat y tangerino de adopción durante más de medio siglo, los también estadounidenses Tennessee Williams, William S. Burroughs y Truman Capote. Los escritores tangerinos Mohamed Chukri, quizás el más célebre de los escritores de la vieja ciudad del Estrecho, y Lofti Akalay también lo frecuentaron, al igual que el francés Jean Genet y su amigo el español Juan Goytisolo.
Los integrantes de dos de los grupos más legendarios de la música de todos los tiempos, los Beatles y los Rolling Stones, se dejaron ver por la terraza del Hafa alguna vez. El polifacético artista español Luis Eduardo Aute le dedicó una canción –parte de su disco Slowly- en 1992. “Te recordé desnuda/bajo el cielo protector/tomando té, adormecida/ sobre el chador/ cuando te amé/ en las terrazas del Hafa Café”.
El Hafa fue fundado por el tangerino Mohamed Alouch, quien a los 20 años abrió el establecimiento con idea de ofrecer un espacio de ocio al barrio del Marshán, extensión de la medina y uno de los primeros lugares de acogida de la población extranjera en la ciudad.
Sin duda uno de los clientes más célebres y habituales del Hafa fue el escritor Juan Goytisolo. En uno de los capítulos de la mítica serie Alquibla de Televisión Española –con guion del propio escritor español-, Goytisolo observa las aguas del Estrecho desde una de las terrazas del café. El mítico café es citado profusamente en las páginas de una de sus obras más conocidas, Reivindicación del conde don Julián, publicada en 1970. También es el Hafa protagonista de Tangerina, una de las tres novelas de la trilogía ambientada en la ciudad del periodista y escritor Javier Valenzuela, gran amigo de Goytisolo.
Hasta el final de sus días el premio Cervantes de 2014 mantuvo una relación especial con Tánger. No en vano, fue su primer hogar en Marruecos, aunque reconocería el autor barcelonés que el hecho de que en la antigua ciudad internacional sus habitantes se dirigieran a él en castellano –una parte importante de los tangerinos conoce, en mayor o menor medida, la lengua española- le empujó hacia otras latitudes más sureñas. Goytisolo quería aprender la dariya o árabe marroquí –que acabó dominando- y ello le llevó hasta Marrakech, donde se instaló definitivamente en 1996 y hasta su fallecimiento en junio de 2017. Pero nunca dejaría de visitar la ciudad y de sentirla como propia. Además de en el Hafa, era habitual ver al escritor en otro de los establecimientos señeros, el Gran Café de Paris. No en vano, la biblioteca del Instituto Cervantes de Tánger lleva su nombre.
El historiador, hispanista y urbanista Mustafa Akalay compartió con el autor de Señas de identidad muchos momentos en las terrazas del Hafa. “Mis mejores recuerdos del Hafa son en compañía de Juan Goytisolo. Cada verano que él recalaba en Tánger una de las citas obligatorias era tomar té con dulces, cuernos de gacela, preparados por nada menos que la gran realizadora tangerina Farida Benlyazid, quien rodó la segunda versión cinematográfica de La vida perra de Juanita Narboni [novela del también tangerino Ángel Vázquez]”. “Fueron tertulias en las que hablábamos de lo divino y lo humano, pero sobre todo del árbol de la literatura, como decía Juan. Lo conocí en París y nos unió una gran amistad”, evoca a NIUS el profesor de la Universidad Euro-mediterránea de Fez.
“El Hafa tiene un aire limpio, un cielo abierto que lo inunda todo y un horizonte que se alarga y se acompaña con el ritmo de las olas. Los ratos que he pasado sentada allí, simplemente dejando pasar el tiempo, han sido momentos de conexión, no solo con lo que me rodeaba sino con todo aquello previo a mí. Incluso, poniéndome trascendente, con todo lo que estaría por llegar”, confiesa a NIUS la escritora Rocío Rojas-Marcos. La autora del ensayo Tánger, segunda patria, en el que la investigadora analiza la huella de la ciudad en la literatura e historia española, asegura que el Hafa es “un rincón de esos que solo Tánger tiene, una esquina escorada donde al entrar se abre un mundo completo. Suele hablarse hasta el agotamiento de la magia de algunos lugares, pero la verdad es que el Hafa la tiene y allí sentada mirando al horizonte e intuyendo los días brumosos las costas españolas sientes su fuerza”.
Lejos quedaron los tiempos en que el Hafa fue símbolo de bohemia y contracultura. Por no ser el Hafa no es ya solo café siquiera, pues además de las tradicionales pastas de té marroquíes y los cafés y las infusiones hay una cocina que sirve algunas de las especialidades culinarias marroquíes, de las cuales este reportero dio cuenta alguna vez.
Sin rastro ya del ambiente cosmopolita de antaño, el café vive hoy de su clientela tangerina, especialmente formada por jóvenes, quienes disfrutan de sus magníficas vistas al Estrecho después de una jornada de estudio o trabajo. No faltan tampoco los turistas foráneos, eso sí, escasos en estos 20 meses de pandemia (los ferris que conectan España y Marruecos dejaron de operar en marzo de 2020). Ni los gatos, que campan a sus anchas por entre sus mesas en busca de algún resto de tayín de pescado. En sus visitas a Tánger puede verse al escritor marroquí en lengua francesa Tahar Ben Jelloun, quien trató de instalarse en la ciudad en 2006 pero admitió haber fracasado en el intento. Regresaría a París tres años más tarde. En Instagram, termómetro estético de nuestros días, el Hafa es uno de los lugares estrella de Tánger.
En su excentricidad, a las puertas de la casba y la antigua medina, y mirando al Estrecho desde su atalaya del barrio del Marshan, el Hafa pasa cada vez quizá más desapercibido para apologetas y nostálgicos del Tánger internacional y español. Bellamente descuidado, rotundamente decadente, la clientela del Hafa no volverá a tener el glamur de antaño. Y ni falta que le hace, porque, como tantos otros lugares de la ciudad, el centenario Hafa hace ya tiempo que entró en el territorio de la leyenda. Que sea, al menos, por cien años más. Inshallah.