El Reino Unido salió la pasada madrugada de la Unión Europea (UE) 47 años después de su adhesión. Más de dos años de negociaciones dejaron cicatrices en Londres y en Bruselas. La primera temporada de la serie ‘Brexit’, cargada de muertes (políticas), drama y tensión, más tontos que malos y más listos que buenos, cerró con una compartida sensación de alivio.
Dejó varios personajes por el camino (Theresa May, Jean-Claude Juncker, Donald Tusk), vio nacer otros (Von Der Leyen), ganar protagonismo a histriones (Boris Johnson) y mantener el hilo conductor de Michel Barnier, el elegante y diplomático negociador europeo que a partir de ahora será respaldado por la española Clara Martínez Alberola, funcionaria europea desde hace décadas y antigua jefa de gabinete de Juncker.
Barnier es un hombre de palabra y de previsiones que se cumplen. Lleva más de dos años repitiendo a quien quiera escuchar que más allá de las banderas arriadas y las celebraciones de los ‘brexiters’, la ruptura de ayer fue sólo de iure y que, para que se rompan de facto los lazos (las cadenas si es usted un partidario de la salida británica) faltan mucha sangre, mucho sudor y muchas lágrimas.
El Reino Unido entra ahora en un período transitorio en el que poco cambiará más allá de perder su representación institucional en la UE. Ese período debería llegar hasta el próximo 31 de diciembre, pero pocos creen que en 11 meses sea posible acordar la futura relación, por lo que el acuerdo de salida prevé ya que ese período transitorio se prorrogue hasta dos años, llevando el ‘Brexit’ al 31 de diciembre de 2022, seis años y medio después del referéndum de salida.
Boris Johnson repite que no pedirá esa prórroga. El primer ministro irlandés, Leo Varadkar, asegura que Boris hará lo necesario para cerrar el mejor acuerdo posible porque esa será su herencia política. Varadkar ha sido de los pocos que ha sabido templar a Boris y negociar con él. No pedir prórroga puede ser un golpe para la estrategia de Boris, porque la UE en ese caso se centrará en buscar un acuerdo comercial simple en el que no entren los servicios, que suponen el 80% de la economía británica.
De marzo a diciembre habrá que negociar lo más difícil, advierte Barnier. La primera duda europea está en saber qué relación quiere el Reino Unido. ¿Quiere integrarse en la unión aduanera como Turquía y mantener un comercio sin aranceles pero no una política comercial independiente? ¿Quiere ir más allá y ser una especie de Noruega, una suerte de Estado miembro al que sólo le falta la representación institucional en la UE? ¿O prefiere quedarse algo más lejos, como una especie de Canadá con un potente acuerdo comercial y poco más?
De la elección que hagan los británicos dependerá en gran medida la suerte de las negociaciones y su dificultad, sobre todo si el Gobierno británico empieza a legislar alejando las regulaciones británicas de las europeas. También de si Boris Johnson atiende al interés económico de su país y prefiere atarse a la UE o a sus pulsiones políticas y se acerca a los Estados Unidos de Donald Trump, socio comercial menor para el Londres comparado con sus vecinos europeos. Los líderes de las instituciones europeas advirtieron este viernes a Londres: cada decisión que tome tendrá consecuencias en las negociaciones sobre el acuerdo futuro.
Barnier peleará para mantener la unión entre los 27 gobiernos europeos, que si la mantuvieron en los últimos tres años tendrán más difícil hacerlo cuando se empiece a negociar un acuerdo comercial que puede provocar ganadores y perdedores. ¿Cómo se vería desde España un acuerdo que impida restricciones al turismo o los servicios financieros (Banco Santander) pero que impusiera aranceles a la exportación de productos agropecuarios europeos al Reino Unido? David Sassoli, presidente del Parlamento Europeo, advertía este viernes: “Si alguien nos quiere dividir es porque tiene miedo de un mundo regulado. Las reglas protegen a los débiles. Sin reglas se imponen los más fuertes”.
El Reino Unido deberá pagar una ‘factura’ de salida para hacer honor a sus compromisos financieros como miembro de la UE. Bruselas y Londres no acordaron una cantidad exacta sino una metodología para calcularla, pero los cálculos más realistas hablan de unos 40.000 millones de euros, que la paulatina caída de la libra frente al euro va encareciendo poco a poco. Además, Londres pagará este año su parte del presupuesto europeo como si fuera Estado miembro: casi 12.000 millones de euros, que se reducen a unos 8.000 millones cuando se le devuelve su ‘cheque’.
Su contribución no acabará ahí. Pasarán décadas en las que Bruselas siga recibiendo transferencias británicas, por ejemplo para pagar su parte de las pensiones de los funcionarios de las instituciones europeas, de los créditos a Ucrania o de las promesas hechas a Turquía para que atienda a más de tres millones de refugiados sirios y no les permita seguir viaje a Europa.
Londres y Bruselas tienen prioridades distintas en la negociación, que se suman a las de las 27 capitales europeas. Varios sectores serán clave. El Reino Unido quiere que la City londinense pueda seguir trabajando en los mercados de la Eurozona como hasta ahora. Bruselas no es abiertamente contraria a esa idea, pero exigirá a cambio que la legislación financiera británica no se aleje ni un centímetro de la europea.
Las fábricas de coches británicas esperan un acuerdo de libre comercio sin arancel ni traba alguna, que las pondría contra las cuerdas. A la vez, sus pescadores quieren que su Gobierno cierre sus aguas a los buques europeos. El problema es que el 70% de lo que pescan los barcos británicos acaba en el mercado europeo, que a cambio de permitir que siga esa venta sin aranceles exigirá que los pesqueros europeos sigan pudiendo faenar en aguas británicas como hasta ahora.
Entre 3 y 3,6 millones de europeos viven en el Reino Unido. Entre 1 millón y 1 millón y medio de británicos en los otros 27 países de la UE. ¿Cuál es su futuro? Durante el período transitorio nada cambiará, pero a partir de la salida completa podrían empezar a perder derechos, aunque tanto Londres como Bruselas prometen que podrán seguir con sus vidas como hasta ahora. Los miedos y las dudas han reducido con fuerza la emigración de europeos al Reino Unido.