El barrio de Roma con más covid, donde la pandemia es lo de menos

  • Tor Bella Monaca es uno de los barrios de Roma con mayor incidencia de covid

  • Sus problemas, sin embargo, son la marginalidad, el paro, la delincuencia o las drogas

Quedaría bien, para empezar, decir que es jueves y que por eso toca mercadillo. Pero no, aquí el mercadillo no toca. Los vendedores ambulantes vienen cada día, colocan sus puestos y viven en consentida competencia con las tiendas del otro lado de la acera. “Aquí la verdad es que se vende muy bien. Yo no he notado caída de ventas, pero es que si no me compran a mí…”, dice Emanuele. Ofrece de todo, desde un enchufe por 50 céntimos a un paquete de medias. Con cinco euros se llena el carro. De otra forma, muchos no podrían.

Un tipo sale de allí con las bolsas llenas. Se identifica como “Aloha”. “Sí, Aloha, así me conoce todo el barrio”. ¿Que si él ha notado la crisis? “Mire, salí hace 23 años de la cárcel y todavía estoy esperando a que me den una ayuda”, cuenta. La crisis nunca se ha ido. “Y escriba bien claro que me dan mucho asco los políticos, todos. Escríbalo”. Ahí queda.

De los 30.000 habitantes de Tor Bella Monaca se calcula que cerca de un tercio ha tenido alguna vez problemas con la Justicia. Hablamos de uno de los barrios más pobres de Roma y donde la covid tiene una incidencia más alta, con unos 340 casos por cada 100.000 habitantes, según los últimos registros. Las grandes moles de hormigón, levantadas en los sesenta, son perfectos transmisores de la epidemia. De la nueva, porque en las últimas décadas ya incubaron otros tantos virus más familiares.

A unos 20 kilómetros del centro de Roma, fue siempre un suburbio para clases populares. Y todavía hoy conserva la mayor concentración de casas de protección oficial de toda Italia. Tras la Segunda Guerra Mundial, los demandantes eran obreros llegados de otras zonas del país para trabajar en la siderúrgica Breda. Pero ya se imaginan lo que pasó, la clásica historia de fractura social. Las fábricas cerraron en los ochenta, se disparó el desempleo y los nuevos inmigrantes ya no venían del sur de Italia sino del norte de África.

Afloraron la delincuencia, la marginalidad, la ocupación y, por supuesto, las drogas. Lo que no cambió nunca fue el olvido y el abandono de las autoridades. Tor Bella Monaca es desde hace años símbolo de la decadencia de Roma, una ciudad ya deprimida mucho antes de que llegara la pandemia, por más que esa imagen no salga en las postales. Cuando un periodista quiere retratar esa realidad subterránea siempre viene hasta aquí. Como podrán comprobar.

Sin ayudas económicas

Ni siquiera es fácil llegar. Hace algunos años inauguraron la tercera línea de metro de la ciudad, pero la hora y cuarto no se la quita nadie a quien quiera desplazarse hasta el centro en transporte público. Contando que el autobús llega a su hora, lo que es mucho suponer. “Y mire cómo están las carreteras, en todo el tiempo que vivo aquí nunca han asfaltado esta calle”, denuncia Maurizio. Y eso será, calcula, casi cuarenta años.

En el 84 abrió una tienda de ropa en los bajos de su edificio. Se llama Extasy y en el escaparate no se encontrará nada parecido a la moda italiana, sino ese modelo de chándal de barrio que aquí ya se llevaba antes de Rosalía. Maurizio opina que “el cambio siempre ha ido a peor, de las 63 casas que ve ahí delante, 60 están ocupadas”. La tienda está completamente vacía, solos él y su mujer. “Estaremos vendiendo un 20% de lo que lo hacíamos antes, contando que ya teníamos precios muy bajos. Nos dieron 600 euros de ayudas después de dos meses cerrados y he tenido que pagar 800 de luz”, explica.

Las ayudas no llegan o son insuficientes, el malestar se extiende por todo el país. Un reciente informe de Cáritas señala que con la pandemia un 18% de la población de la capital italiana está en riesgo de pobreza. Un 10% no consigue llegar a fin de mes y un 7% vive en condiciones residenciales degradantes. En unos pocos metros cuadrados, todos esos problemas, multiplicados, ilustran las estadísticas.

Al final de la calle una familia aparca un camión con mandarinas a precio de saldo y en la rotonda un vendedor pakistaní, que apenas habla italiano, vende rollos de papel higiénico. Los más pequeños a tres euros y el formato ahorro, a cinco. Para ellos no habrá decretos ni subvenciones que valgan. Los restos del mercadillo, por cierto, se acumulan al lado de los contenedores sin que nadie recoja la basura hasta no se sabe cuándo. Cuando hay huelga, lo que ocurre a menudo, ahí pueden estar durante una semana. Junto a las ratas.

Poca atención política

Los únicos indicios de renovación son los grafitis que desde hace unos años embellecen un hormigón carcomido por el amianto. “No somos santos ni héroes, la vida marca y te enseña, como ha hecho con nosotros”, se lee en uno de ellos. Toda una carta de presentación, que en italiano tiene más gracia por la rima.

La alcaldesa, Virginia Raggi, lanzó un proyecto para revitalizar “Torbella”, como lo llaman los jóvenes, que además son mayoría en el barrio. También los políticos vienen por aquí cuando les interesa, en este caso después de ganar los últimos comicios. Raggi, del Movimiento 5 Estrellas, se presentó como la alcaldesa del pueblo y prometió sacar a los vecinos del abandono. No lo ha hecho, pero se espera un nuevo intento próximamente. En 2021 hay elecciones municipales.

La epidemia de la droga

Tras una fachada decorada con una versión de los ‘Jugadores de cartas’ de Caravaggio, pintada con spray, está la asociación de Giuliano Pietropaolo. Más de 70 años, otra institución en el barrio. Desde su silla de ruedas y con la ayuda de una asistente, sin la que le sería muy difícil comunicarse, él mismo presta asistencia a otras personas con minusvalías. “Lo hago desde hace 30 años, en principio estaba pensado sólo para discapacitados, pero después empezó a venir gente con necesidades de todo tipo”, cuenta. Ahora, curiosamente, son menos que antes. La mayoría de quienes pasan por aquí actualmente son inmigrantes sin empleo, pero el verdadero ejército al margen de la sociedad se ha ido reduciendo.

Nunca fue tan numeroso como en los noventa. El virus de la época se llamaba heroína y también vivió una curva ascendente en esta parte. Desde entonces, una caravana de la Cruz Roja aparca en el margen de la carretera principal. Giancarlo Rodoquino, el responsable del equipo, explica que cada día atienden a unas 120 o 130 personas. Sin boletines diarios ni ruedas de prensa. También ellos hacen test masivos, pero de VIH.

“Lo principal es cambiarles las jeringuillas, les damos unas nuevas y ellos vienen aquí a tirar las viejas. En más de una ocasión, tenemos que asistir a pacientes con sobredosis”, cuenta. En los casos más leves, se recuperan gracias a los médicos del equipo, pero si la cosa se complica hay que llevarlos al hospital. La saturación de las urgencias provoca un doble problema en Tor Bella Monaca. Con la mayoría de camas ocupadas por la covid, un mal viaje puede terminar en el cementerio.