Los meteorólogos australianos coinciden: “parece mentira que estemos a tres semanas del verano”. La mayoría del país está sufriendo en los últimos días un drástico e inusual descenso de las temperaturas para esta época del año. En el centro y en el este del país, éstas han bajado entre seis y 16 grados con respecto a la media histórica de este mes. El sur de Australia podría vivir esta semana el noviembre más frío jamás registrado. La primavera llega a su fin con tormentas catalogadas de extremas, con intensísimos vientos y lluvias que, predicen, provocarán inundaciones. Varias zonas del país están en alerta.
Para muchos, este fenómeno es cíclico, para otros, una de las pruebas irrefutables de que el cambio climático ya es una realidad. El actual Gobierno de Scott Morrison está entre los primeros por lo que dice, por lo que hace y por lo que deja de hacer. Tres citas del primer ministro en los últimos tres años y una política manifiestamente pasiva en la transición hacia lo sostenible para el medio ambiente explican la posición de su partido.
“No hay pruebas científicas creíbles de que la reducción de las emisiones de Australia reduzca también la gravedad de los incendios forestales”, afirmó en 2019, mientras el país ya se abastecía de mascarillas y se acostumbraba a despertar cada mañana con humo y ceniza en el ambiente -los menos afortunados lo perdían todo por las llamas-. Al respecto de los incendios y de la subida de las temperaturas, en 2020 incidió: “la reducción del peligro es tan importante como la reducción de las emisiones y muchos dirían que incluso más”, esgrimió. Se refería a que la clave para evitar los incendios tenía más que ver con el control forestal (fuegos supervisados en épocas frías, limpieza de matorrales, tala de árboles…) que con el cambio climático.
Una de sus última intervenciones, pronunciada en un desayuno en la Cámara de Comercio e Industria de Victoria en Melbourne esta semana, ha servido para eludir responsabilidades políticas y dejar la pelota en el tejado de los demás.
“El mundo no necesita ser castigado por el cambio climático, sólo hay que arreglarlo. Y se solucionará minuciosamente, paso a paso, por los empresarios, por los científicos, por los tecnólogos, por los innovadores, por los industriales, por los financieros, por los que asumen riesgos. “Esa es la manera australiana. Ese es el camino que he defendido en la escena mundial. Y, ya saben, la economía capitalista basada en el mercado de ideas afines debería hacer lo mismo”.
Su postura es que el cambio climático se debería resolver gracias a un “capitalismo que sí puede, y no con gobiernos que no pueden y que pretenden controlar la vida de la gente y decirles lo que tienen que hacer”. Es decir, que cualquier política que sirva para regular o cualquier impuesto “intervencionista” es presentado a la sociedad australiana como amenazas que subirían el coste de la vida y obligarían a las empresas a cerrar. Varios de sus homólogos se echaron las manos a la cabeza con la postura de Morrison, defendida en la Conferencia de las Partes de Glasgow (COP26) y algunos expertos, como Lord Deben, presidente del Comité de Cambio Climático del Reino Unido, la calificó de “gran decepción”.
Es tal la inacción del Gobierno de Australia que sus políticas climáticas han sido clasificadas en los últimos lugares del ranking de 64 países que evalúa cuáles son los peores en cuanto a emisiones, energías renovables y uso de la energía. Se trata del Índice de Desempeño del Cambio Climático, presentado en la cumbre COP26 y la nación liderada por Morrison ocupa la posición número 58, por detrás de Rusia o Brasil (España ocupa el puesto trigésimo cuarto).
El fracaso australiano tiene que ver con la insuficiente “hoja de ruta de inversión tecnológica”, la cual no coloca al país en el camino adecuado para descarbonizar la economía, reducir el uso de combustibles fósiles y promover las energías renovables. Según este índice, Australia no invierte en infraestructuras y apenas se promueven las alternativas energéticas. Al mismo tiempo, se siguen subvencionando actividades de producción de combustibles fósiles y están basando su recuperación económica tras la pandemia en el gas.
“La posición internacional del país se ha visto perjudicada por el negacionismo climático de los políticos, la negativa a aumentar la ambición y el rechazo a volver a comprometerse con los mecanismos internacionales de financiación verde”, agregaron los autores del informe.
Australia es el segundo exportador mundial de carbón térmico y por ahora todo indica que los esfuerzos irán destinados a mantener esta posición “durante décadas”. Por el momento, su nombre no figura en la lista de más de 40 países que se comprometieron durante la cumbre a eliminar el uso del carbón durante décadas.
“Hemos dicho muy claramente que no vamos a cerrar las minas de carbón ni las centrales eléctricas de carbón”, declaró el ministro australiano de Recursos a ABC. “Si no llenamos ese mercado, otro lo hará. Tenemos que atenernos a los hechos, Australia produce el 4 por ciento del carbón térmico del mundo. Es uno de los de mayor calidad del mundo y por eso seguiremos teniendo mercados durante décadas. Y si ellos compran... entonces nosotros vendemos”, ha afirmado categóricamente. Otro de los asuntos que más malestar está causando en la sociedad australiana que desea un cambio de estrategia para llegar a las cero emisiones es la inacción ante los vehículos eléctricos.
Según el plan, no habrá un calendario de retirada de los coches de gasolina ni objetivos para la adopción de vehículos de cero emisiones. El Gobierno afirma que no introducirá incentivos para hacer más atractiva la compra de vehículos eléctricos y ha descartado la introducción de normativas que limiten las emisiones de dióxido de carbono de los vehículos. Morrison anunció recientemente que su Gobierno invertirá en infraestructuras para este tipo de transporte y que buscará actualizar la flota de automóviles oficiales para que sean eléctricos. El cómo y cuándo lo hará no ha quedado claro. No existe un calendario de retirada de los coches de gasolina ni objetivos claros para la adopción de vehículos de cero emisiones. Además, una de las medidas que menos han gustado es que no introducirá incentivos para hacer más atractiva la compra de vehículos eléctricos y ha descartado la introducción de normativas que limiten las emisiones de dióxido de carbono de los vehículos.
Con un plan débil para llegar a las cero emisiones en 2050 y con comentarios que generan más desesperanza que confianza, Australia se encuentra en una tesitura contradictoria. Es uno de los países que tiene los peores augurios por el calentamiento global y, al mismo tiempo, no actúa con la solidez necesaria que le lleve a cumplir con los objetivos que retrasarían los peores escenarios a los que se podría enfrentar en un futuro no muy lejano.