¿Cómo viven los ricos de Venezuela? Lo que no te cuentan del país más polémico de América Latina

  • Un sector minoritario de la sociedad venezolana vive una vida de gran lujo

  • Son millonarios que viven a todo trapo en una realidad muy distinta a la del resto

Venezuela está atravesando una de las peores crisis económicas de su historia reciente. El salario mínimo mensual del venezolano apenas llega a los dos euros, la hiperinflación es una de las más altas del mundo y la mayoría se ve abocada a vivir el día a día sin pensar demasiado en lo que hará mañana. No por falta de ganas, sino por tediosa necesidad. Se gasta al día, se come al día, se vive al día en un país con pocas esperanzas de que las cosas cambien a corto o medio plazo.

Las cifras de encuestas como Encovi, que realizan tres universidades nacionales (la Universidad Católica Andrés Bello, la Universidad Central de Venezuela y la Universidad Simón Bolivar), sobre las condiciones de vida de los venezolanos, son poco alentadoras. Según esta encuesta, el 80% de los hogares del país se encuentran en inseguridad alimentaria y más de 8 millones de venezolanos ingieren dos o menos comidas al día.

Una burbuja de lujo y dinero

Pero frente a esta realidad, de un país ahogado por la crisis, las sanciones económicas impuestas por Estados Unidos y una situación política permanentemente inestable que contribuye sin duda al agravamiento de la situación, hay un sector minoritario de la sociedad que vive en una auténtica burbuja de lujo y dinero.

Tres empresarios venezolanos, ricos y famosos, ostentan el título de los más multimillonarios del planeta y pertenecen desde hace años a la exclusiva lista de los hombres más ricos del mundo que cada año publica la revista Forbes. Juan Carlos Escotet, el fundador del banco Banesco, ostenta la mayor fortuna de Venezuela, superior, incluso, a la del magnate Donald Trump. Gustavo Cisneros, propietario de varios medios de comunicación y de la organización de Miss Venezuela (imprescindible en el imaginario cultural patrio), ocuparía el segundo puesto; y en tercer lugar, el famoso empresario Lorenzo Mendoza, dueño de Empresas Polar, la mayor industria de productos alimentarios del país. Mendoza es todo un icono pop para muchos venezolanos, un ejemplo tecnócrata a seguir en esta moda apolítica que triunfa entre la masa desideologizada, e incluso se llegó a debatir una posible candidatura fantasma liderada por él para las elecciones presidenciales del año 2018. Tuvo que salir a desmentirlo.

Pero lejos de los millonarios con apellidos fáciles de localizar en la Wikipedia, hay un sector de la población venezolana que, aunque no aparece en la revista Forbes, sus fortunas son bien dignas de la misma farándula. Muchos de ellos provienen de familias tradicionalmente ricas y por lo general, suelen ser más discretos y reservados, sobre todo teniendo en cuenta la idiosincrasia venezolana: aquí son carne de secuestros rentables, fruto de la inseguridad alarmante que sufre el país, con una tasa de 81,4 homicidios por cada 100.000 habitantes según el Observatorio Venezolano de Violencia.

Otros, los que llaman los nuevos ricos, han amasado su fortuna tras los años rentables de la venta de petróleo en el país, el aumento del precio del barril de Brent y un sistema de control de cambio de divisas auspiciado por el Gobierno chavista que favoreció a la economía y a la moneda local, obteniendo dólares a cambio de bolívares (la moneda nacional) a un precio preferencial (e irreal) que después revendían en el mercado negro de divisas a un precio especulativo cuya diferencia solo eran ganancias millonarias.

Unos y otros viven en sus mansiones privadas en los barrios más exclusivos de la capital como La Lagunita o el Country Club y no sienten tambalear sus cuentas corrientes porque Venezuela, a pesar de la hiperinflación que arrecia a su economía diaria, sigue siendo uno de los países más baratos del continente si se cuenta con moneda extranjera en el bolsillo, precisamente por la misma lógica del control cambiario y la proliferación de un mercado ilegal de intercambio de divisas que favorece al dólar o al euro en detrimento del bolívar, que está completamente devaluado.

Por ejemplo, una cena en el Alto, uno de los mejores restaurantes de Caracas, ubicado en el este de la ciudad, y considerado por los críticos gastronómicos uno de los mejores cincuenta restaurantes de Latinoamérica, puede costar entre 40 y 70 euros por comensal, un precio desorbitante para el venezolano común, cuyo salario mínimo mensual no alcanza los dos euros; pero barato para el que maneja divisas teniendo en cuenta la calidad del restaurante y lo que costaría un lugar de este tipo en cualquier otro país del mundo. Pensemos en España, por ejemplo, en el Bulli, el Diverxo o el restaurante más caro del mundo que está en Ibiza y es el que dirige Paco Roncero, el Hard Rock Hotel Ibiza, con un presupuesto de 1.500 euros por persona.

Nuevos ricos que viven a todo trapo

Erick Ronsón y su novia Kenia Carpio son un ejemplo de esos nuevos ricos venezolanos que viven a todo trapo y sin mayor disimulo. Aunque su caso es un tanto particular, porque no solo han hecho fortuna en los últimos años. En el caso de él, su familia tiene dinero de generación en generación. Ambos son actores de famosas telenovelas venezolanas. Él, más famoso que ella, es quien le da el estatus de “rica” a su pareja. Ronsón ha participado en metrajes como Entre tu Amor y Mi amor o La Trepadora, que emiten las televisiones locales y son muy seguidas entre el público venezolano.

Su casa de La Lagunita tiene una decoración rústica bastante ortodoxa y un jardín infinito. Pasan la mayor parte del tiempo con proyectos laborales y aseguran que no se mezclan con venezolanos de otro estatus social. Lo dicen en voz alta sin pudor porque para ellos no existe el clasismo.

“No quiero que suene duro”, dice Erick. “Pero tenemos nuestro grupo de gente y no conozco gente distinta a la que nosotros conocemos… Es una cuestión de seguridad”, asegura, para terminar reconociendo, por si acaso, que a veces, por necesidad, por trabajo, por eventos, por producciones audiovisuales de diferente índole, tienen que tener “contacto social” con todo tipo de personas. Kenia asiente, como si fuese un logro filantrópico.

Las motos, el tenis y los paseos en helicóptero son las actividades a las que principalmente dedican su tiempo de ocio, aunque no pertenecen a ningún Club privado, como suele ser habitual entre los millonarios venezolanos. El Club Altamira o Puerto Azul son los más reconocidos y sus suscripciones pueden rondar los 40.000 euros anuales, además de que es complicado acceder a sus privilegios sin un padrino que ofrezca una invitación y avale cuentas y pedigrí.

La Venezuela que no se cuenta está llena de historias de dinero, corrupción, clasismo y supervivencia, que es algo inherente a cualquier clase social del país. La supervivencia vertical desde arriba consiste en mantener un estatus de caníbal económico en tiempos de crisis aprovechando la disposición de la institucionalidad en beneficio propio. La discreción, aunque a veces no tanta, y la resiliencia, son sus armas de destrucción masiva, y son la clave para su permanencia en el real poder eterno.