Estados Unidos surgió como proyecto de nación con una guerra, la de Independencia de los británicos. Desde entonces ha habido muy pocos presidentes que no se hayan involucrado en un conflicto bélico. Desde George Washington a Joe Biden, la participación de Estados Unidos en contiendas más allá de sus fronteras ha sido una constante en la historia del país. Y habitualmente con un aumento de popularidad para el presidente en el cargo si la intervención es corta, con un despliegue abrumador y pocas bajas entre sus filas.
Pero eso está cambiando. El efecto “reunión en torno a la bandera” descrito por el politólogo John Mueller, en 1970, con el que los presidentes conseguían reducir las críticas a sus políticas con intervenciones militares, está desapareciendo en Estados Unidos por la enorme polarización política que sufre el país. Es lo que ocurrió a las pocas horas de que se iniciara la caótica retirada de tropas de Afganistán ordenada por Biden, cuando este tuvo que afrontar no solo la desaprobación de la opinión pública, sino unas críticas feroces de antecesor en el cargo, Donald Trump.
El ex mandatario, a través de varios comunicados enviados a los medios, declaró sentirse “avergonzado” por una operación “incompetente” mientras pedía la dimisión de Biden y calificaba la situación como “el resultado militar más vergonzoso de la historia de Estados Unidos”, algo inusual en un país que históricamente ha cerrado filas alrededor de su gobierno en caso de conflicto. Y es que, desde John Kennedy a Barak Obama, por mencionar solo algunos de los presidentes que precedieron a Trump y Biden, Estados Unidos ha participado en las últimas décadas en numerosas contiendas internacionales con la unidad como bandera.
Así ocurrió con la invasión de la Bahía de Cochinos, en 1961, durante la administración Kennedy; la invasión de la isla caribeña de Granada en 1983, protagonizada por Reagan y la posterior intervención en la guerra civil libanesa; la Guerra del Golfo, en 1991, liderada por Bush padre y su incursión de Panamá; la invasión de Irak, en 2003, con George W. Bush al frente; el envío de tropas a Haití y a los Balcanes, con tropas de la OTAN, por parte de Bill Clinton y los ataques aéreos a Libia promovidos por Obama, junto con las operaciones militares de Irak y Siria.
También Donald Trump llevó a cabo operaciones militares en Siria, aunque se une al grupo de los presidentes que, junto a Carter, Ford y Obama, no inició nuevos conflictos, sino que continuó con las contiendas heredadas.
Si bien la opinión pública estadounidense ha reaccionado de forma desigual a lo largo de estos años a las diferentes conflagraciones, el apoyo de las distintas fuerzas e instituciones políticas, militares y de inteligencia ha sido indiscutible. La fortaleza que Estados Unidos ha proyectado hacia sus enemigos ha estado basada en una unión sin fisuras y el orgullo alrededor de sus símbolos.
Por eso, habitualmente los presidentes que han participado en contiendas han visto aumentada su popularidad entre la población. Fue el caso de Reagan, que es considerado uno de los mejores presidentes de la historia de la nación y que tras la invasión de Granada recibió, según Gallup, un 59% de aprobación. También Bush fue respaldado por el 74% de la población para su ataque contra Irak mientras que Clinton obtuvo el apoyo del 56% de los estadounidenses, tras su intervención en Irak.
El caso del actual presidente supone una incógnita por la baja calificación recibida tras su gestión de la retirada de tropas de Afganistán pero también por la inhabitual falta de respaldo de la oposición, al tratarse de una intervención exterior de las tropas norteamericanas, y el más que tenso clima político existente, que no se veía en el Congreso estadounidense desde la época de la Guerra Civil.
Si bien otros dirigentes han visto cuestionada anteriormente su gestión de los conflictos bélicos, como le pasó a Johnson al final de la guerra de Vietnam, o a Clinton por su participación en Somalia, hacía muchos años que este país no vivía un clima de confrontación tal dentro de sus propias fronteras. La reacción partidista y desigual de los miembros del Congreso ante algo tan grave como el asalto sufrido por el Capitolio, hace poco más de un año, así lo demuestra.
Por ello, Biden tendrá que hilar muy fino en su estrategia actual de cara a una posible intervención en el conflicto de Ucrania, ya que no queda claro que sus iniciativas vayan a ser respaldadas por el Congreso. De momento, el mandatario norteamericano recibirá en la Casa Blanca a su homólogo alemán, Olaf Scholz, el socio europeo más reticente en esta contienda, el próximo 7 de febrero. Será un buen momento para evaluar la idoneidad de iniciar una guerra fuera de las fronteras americanas, cuando no se tiene asegurado el apoyo dentro. Una situación nueva y doblemente peligrosa para la actual administración estadounidense.