Enfoscado en sus asuntos propios (sanciones internacionales o el precio que Corea del Norte está pagando por su mano dura contra el Covid-19), petrificado por la coyuntura, ensombrecido por China -su único socio- cauteloso, desinteresado o demasiado entretenido ante el panorama de potencial caos global, Kim Jong-un optó por el mutis durante los primeros días de la invasión rusa en Ucrania.
Por unas cosas u otras, el líder norcoreano se inclinó por el silencio a la hora de condenar o no la operación militar de su homólogo, Vladimir Putin, sin que cesara, sin embargo, el estruendo de los misiles balísticos norcoreanos que su Ejército está lanzando a modo de prueba -o de pulso- cerca de su costa. Ya van ocho en lo que va de año y el último se lanzó el domingo pasado, mientras el resto del mundo tenía la mirada fijada en Ucrania. Cinco días después, se produjo la primera reflexión pública sobre la postura de Corea del Norte ante el ataque de Rusia:
“El mayor peligro al que se enfrenta el mundo en la actualidad es la prepotencia y la arbitrariedad de Estados Unidos y sus seguidores, que están haciendo tambalear la paz y la estabilidad internacionales”, declaró el embajador norcoreano, Kim Song, en una reunión de la Asamblea General de la ONU llevada a cabo el martes. Esta argumentación reflejó la narrativa esgrimida pocos días antes en un comunicado de prensa emitido por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Corea del Norte a la agencia oficial de noticias norcoreana (KCNA).
“La causa fundamental de la crisis ucraniana radica en la política hegemónica de EE.UU. y Occidente, que se basa en la prepotencia y el abuso de poder contra otros países. Socavan sistemáticamente el entorno de seguridad europeo al expandir la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) hacia el este, incluyendo el despliegue descarado de sistemas de armas de ataque. La realidad demuestra, una vez más, que mientras exista esta política unilateral y de doble juego de EE.UU., la cual amenaza la seguridad de un país soberano, nunca habrá paz en el mundo, finalizó el comunicado”.
Corea del Norte entró con fuerza en el juego diplomático tras la invasión de Ucrania con una sólida defensa a las acciones de Rusia. Es, de hecho, el país que más firmemente ha tendido la mano a Moscú, más incluso que China, que juega a la confusión con un tono conciliador de cara a la galería, mientras también apunta con el dedo a la OTAN y a EE.UU., no a Moscú, por supuesto. Pekín sienta cátedra en decir una cosa y la contraria, por eso no hay distracción retórica que borre el peso de sus acciones: compartieron su oposición a cualquier expansión de la OTAN durante una reunión a comienzos de febrero entre Putin y Xi Jinping en la que declararon que mantienen una relación “sin límites” y se abstuvieron de condenar la invasión de Ucrania en el marco del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En esto, China y Corea del Norte van de la mano.
Si la diplomacia del Ejecutivo chino aboga por el entendimiento entre el bloque Occidental y Rusia, especialmente después de que Kiev pidiera a Pekín mediar en el conflicto, la otra cara de la moneda muestra una justificación a las acciones de Rusia y un fortalecimiento de los lazos con Corea del Norte, uno de los países más activos militarmente en el tablero geopolítico. Según KCNA, un día después de que comenzara la invasión de Ucrania, Jinping envió un mensaje a Kim Jong-un en el que incidió en “seguir desarrollando las relaciones de amistad y cooperación dentro de esta nueva situación”. Sin que haya habido confirmación oficial sobre a qué se refieren con “nueva situación”, es evidente que las alianzas de uno y otro lado se están intensificando más aún desde la invasión de Ucrania, en un clima de tensión que también se extiende en Asia-Pacífico.
Además del conflicto que se está viviendo en Ucrania, China lleva más de medio año ocupando espacio aéreo de Taiwán con cazas de guerra y Corea del Norte está realizando en 2022 sus mayores prueba de misiles balísticos desde 2017. Informes de inteligencia estadounidenses han concluido que Xi Jinping pidió a Putin que no iniciara el ataque a Ucrania hasta después de los Juegos Olímpicos de Invierno por lo que las reacciones contradictorias que China, conocedores de las intenciones de Moscú, está mostrando al respecto de la invasión no son improvisadas y están medidas al milímetro. Dentro de esta estrategia histórica de decir una cosa y la contraria sin pestañear, Jinping ha agarrado de la mano a Kim Jong-un, y el líder norcoreano la ha apretado con fuerza: “trabajaremos juntos para frustrar amenazas y políticas hostiles de EE.UU. y sus aliados”, contestó al mensaje de su homólogo chino.
China ha sido el único aliado importante de Corea del Norte desde la guerra de Corea (1950-53) y en la actualidad supone más del 90 por ciento de su comercio en un contexto complicado, dictado por las sanciones internacionales y por la crisis derivada tras las políticas proteccionistas de bloqueo contra el virus durante la pandemia (el comercio con Pekín ha estado cerrado hasta enero).
Tras algunas tensiones diplomáticas nacidas a raíz de sus distintas perspectivas del comunismo, ambos países firmaron en 1961 el ‘Tratado de Amistad de Ayuda Mutua y Cooperación’ en el que Pekín se comprometió a asistir a sus vecinos ante cualquier ataque exterior. Este pacto ha alimentado la confianza de Pyongyang a la hora de retar continuamente a Corea del Sur, Japón, EE.UU. y sus aliados.
Sin embargo, con el paso del tiempo, China ha puesto límites a esta relación. En octubre de 2006, Corea del Norte probó un arma nuclear y China se unió al clamor internacional: apoyó la Resolución 1718 del Consejo de Seguridad de la ONU que imponía sanciones contra ellos. Se confirmó así un cambio de tono que tuvo otro capítulo durante las pruebas de misiles balísticos norcoreanos de 2017: Pekín pidió que cesaran las acciones, ya que no hacían más que aumentar las tensiones en la península norcoreana.
Corea del Sur siempre ha percibido las últimas pruebas militares norcoreanas como una amenaza directa. Aunque no se trata de misiles balísticos intercontinentales o de ensayos nucleares similares a los de 2017, el temor de Seúl es que Pyongyang acabe experimentando, como ya ha avisado, con todo su arsenal en un futuro no muy lejano y rompa así la moratoria que ellos mismos se impusieron de no ensayar con ese tipo de armamento. “Eso devolvería instantáneamente a la península coreana a la situación de crisis de hace cinco años, cuando se temía una guerra”, afirmó una semana antes de la invasión de Ucrania el presidente surcoreano, Moon Jae-in. “Los líderes políticos de las naciones relacionadas deben entablar un diálogo y una diplomacia persistentes para evitar una crisis similar”, agregó a pocas semanas de que finalice su legislatura.
Fiel defensor de la desnuclearización en la zona, la esperanza de Moon es que China sea capaz de controlar las ansias desestabilizadoras de Corea del Norte, tal y como lo hizo en 2006, pero en esta ocasión, Xi Jinping no ha llamado al orden a Kim Yong-un, todo lo contrario, le ha tendido la mano para hacer un frente común de apoyo a Rusia en una “nueva situación” que podría escalar rápidamente en Asia-Pacífico.
La permisividad de Pekín con las pruebas de misiles balísticos que Corea del Norte está llevando a cabo este año sólo encontró un ‘pero’: que cesaran durante los Juegos Olímpicos de Invierno; por lo demás, vía libre. Durante los últimos 15 años, el programa armamentístico norcoreano había sido percibido por China como un lastre; ahora, mientras Rusia agita los cimientos de estabilidad global, las provocaciones de Pyongyang se están convirtiendo en una ventaja para el gigante asiático. Cuantos más países se unan a la narrativa que comparten Rusia, China, Nicaragua, Cuba, Venezuela o Corea del Norte, donde culpan de la inestabilidad global a la OTAN, en general, y a EE.UU., en particular, más alejados estarán estos dos polos opuestos.