Yana tiene 80 años y, con pulmonía, está postrada en una cama. No sólo no puede bajar a los refugios de la capital ucraniana, Kiev, cuando los ataques rusos arrecían, si no que depende íntegramente de Katia, una vecina que cada día se ocupa de que no le falte de nada. "La cuido, la lavo y le doy sus medicinas", explica Katia, apuntando que "los medicamentos se están acabando y necesitamos pañales". Esa falta de productos ha llevado a muchos voluntarios a movilizarse para hacerlos llegar a través de la frontera con Polonia.
Con dos hijas fuera del país, Yana asegura que no tienen a nadie más que le pueda ayudar y la evacuación, dado cómo se encuentra, no es una opción. Así que, protegiendo los cristales de las ventanas como pueden, las dos resisten unidas ante una escasez cada vez mayor.
Vladimir es otro de esos samaritanos que pensó que no era útil en el frente, por lo que decidió ocuparse llevando medicamentos y comida a personas vulnerables como Anna, de 82 años, quien tiene la movilidad reducida y también prescinde del cobijo de los sótanos.
"El resto de mis vecinos también me necesitan", afirma la mujer. Desde el quinto piso de su vivienda, expuesta al acecho de las bombas, esta exprofesora de historia extiende por su edificio la red solidaria de una supervivencia en tiempos de guerra.