El ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, hará balance hoy de la operación de acogida de los refugiados procedentes de Afganistán. Allí, miles de personas que no pudieron ser evacuadas están protagonizando un éxodo a pie. Mientras las que se quedan no tienen ni dinero, ni productos que comprar.
Hombres, mujeres y niños que recorren andando un terreno inhóspito, desértico y montañoso. Intentan llegar a Irán o Pakistán, países que, sin embargo, mantiene cerrada su frontera.
Afganistán se ha convertido en una jaula para los que intentan huir no solo del terror talibán, sino también de una profunda crisis económica.
En los mercados de Kabul se ve movimiento. El problema es otro prácticamente toda la gente está vendiendo. Nadie compra.
Los afganos no tienen efectivo. Hay "corralito" en los bancos, apenas se deja retirar una cantidad simbólica a la semana. Y los precios se han disparado.
Cada día que pasa la moneda se devalúa, cuenta un hombre, que apunta que todo empeoró aún más con el atentado de la semana pasada en el que murieron 170 personas.
Los partidarios de los talibanes aseguran, en su defensa, que los robos han desaparecido gracias a los castigos corporales los ladrones.
El caso es que el nuevo gobierno, concentrado en sofocar los últimos reductos de resistencia, lo tiene difícil en lo económico.
La ayuda extranjera, que llegó a ser casi la mitad del presupuesto del estado, está congelada. Remesas del extranjero no llegan y no hay mucho que exportar.
Está, eso sí, la tasa al opio y a la heroína que imponen a los narcotraficantes. Un cinco por ciento que supone cuatrocientos millones de euros anuales.