En la tienda de ropa de Giusy no hay ningún vestido de Versace o Armani, como los que se ven en las calles del centro de Roma, adecentadas para la ocasión. Lo suyo es un modesto negocio de barrio, ubicado en la zona periférica de Centocelle, a 12 kilómetros del Coliseo. Cuando abre cada mañana se encuentra “un verdadero espectáculo”. Pareciera que hubieran vaciado todo un mercadillo por el suelo. Con verdura, otros restos de comida, trapos de todo tipo y artículos para la casa incluidos. Lo que pudiera entrar en un contenedor de basura y mucho más. “Hace demasiado calor y esto está lleno de basura. Aparecen ratas, escarabajos… No podemos más”, lamenta.
Las vistas de la tienda de Giusy no son ninguna excepción, sino que ya forman parte del paisaje urbano de la ‘Ciudad Eterna’. Todavía no aparecerán en las postales, pero los reportajes de los medios internacionales más prestigiosos ya advierten al turista de que Roma está hecha un asco. Sin necesidad de pasar por Centocelle. El problema amenaza ya con volverse crónico y cada verano es peor.
Mas basura de la que se puede procesar
Todo esto tiene una explicación matemática muy sencilla: Roma produce más basura de la que es capaz de procesar.
“Roma no tiene los vertederos suficientes para llevar la basura que genera. Sólo tiene una planta para transformar los residuos en combustible, cuando servirían al menos 15”, asegura Stefano Ciafani, presidente nacional Legambiente, la principal asociación ambientalista de Italia.
Todo comenzó en 2013, cuando la administración municipal cerró Malagrotta, una gigantesca extensión a las afueras de la capital, donde iba a parar prácticamente todo lo que el romano de turno tirara al contenedor. El vertedero, sin embargo, no cumplía los criterios medioambientales exigidos por la Unión Europea, por lo que Roma pagaba las consecuencias en forma de multas. El problema es que, ineficaz como es esta ciudad para la innovación, no logró adaptarse a la nueva realidad. Decidió mandar el excedente a más de 60 ciudades, de dentro y fuera de Italia, y mirar para otro lado. Ahora, la asfixiante deuda de 12.000 millones de euros que acumula la capital italiana dificulta también mantener esta costosa política.
Otras ciudades, como Milán, lo consiguieron. Aunque su población es prácticamente la mitad, hace dos décadas se vieron en una situación similar. Iniciaron entonces una política para separar la basura mucho más eficiente, con cubos en los edificios y multas para quienes incumplieran la norma, y elevaron el porcentaje de los residuos reciclables por encima del 60%. A diferencia de otras ciudades europeas, en Roma además tampoco existe un sistema para soterrar los contenedores. E incluso en el centro estos están prohibidos por mantener la estética. Quienes celebran sobre todo esta política son las gaviotas, que convertidas ya en animal urbano, acuden cada día a pegarse un festín a costa de las bolsas de basura que dejan los comerciantes en sus puertas.
Sin recursos y con boicot sindical constante
Toda esta es la explicación técnica, pero hay una motivación política en el eterno problema de las basuras. O al menos eso defiende la alcaldesa Virginia Raggi, del Movimiento 5 Estrellas. Según su versión, Roma sufre el boicot de la región del Lazio, a la que pertenece, y de la que depende para los vertidos. La administración regional está gobernada por el recientemente elegido secretario general del Partido Democrático, Nicola Zingaretti, que ejerce como principal fuerza de oposición a nivel nacional. Además, Ama, la empresa pública que se dedica a la recogida de basuras, es un gigantesco monstruo con 7.500 empleados en el que los sindicatos y los representantes nombrados por los partidos políticos han puesto en jaque en numerosas ocasiones al consistorio. La alcaldesa asegura que ella no desiste en acabar con la basura:
Cuando estalló esta última crisis, desde la dirección de Ama -que había sido renovada el pasado junio- dijeron que solucionarían todo “antes de Navidad”. A la alcaldesa casi le dio un pasmo, con 40 grados de temperatura y todo el verano por delante, y convocó una reunión con las administraciones bautizada como “emergencia Roma”. En la capital italiana, donde los problemas nunca se solucionan, son muy dados a estos nombres apocalípticos, que denotan que sólo podría solucionarlos la divina providencia. El caso es que, gracias a un plan en el que se han implicado todos los niveles de la administración, el compromiso es que dejará de haber basuras por los suelos en un plazo máximo de una semana. La última respuesta del Ama a los romanos fue que, por favor, “produjeran menos basura”. Literal.
Asociaciones médicas han advertido de que en estas semanas en las que Roma parecía el set de Mad Max, las atenciones por crisis respiratorias han aumentado un 30%. Empleados de la empresa de recogida de basuras han sufrido amenazas cuando por fin volvían a aparecer. En las zonas monumentales la situación ya ha mejorado. Todo por hacer una “bella figura”, como dicen los italianos cuando quieren quedar bien. Mientras, Fiorella, delante de una montaña de cajas, bolsas y botellas repartidas por la acera dice: “Somos la vergüenza del mundo, no sólo de Italia. Yo no había visto nunca así la ciudad”. El barrio de Centocelle queda fuera de las guías. Por aquí no pasan los turistas, sino que viven los votantes.