Las cárceles de Siria eran un horror para los que se oponían al Gobierno. Mohammed y Mayed han sobrevivido y pueden contar el infierno que vivieron en las prisiones de Al Asad en Siria. Torturas, encierros bajo tierra, a oscuras vivieron estos dos hermanos, ajenos a que ambos estaban en la misma prisión. Ahora, tras cuatro años se reencuentran en libertad y se abrazan con la esperanza de que su país se reconcilie y puedan vivir en paz con sus familias, que apenas lo reconocían. Una información del periodista Marcos Méndez.
El primero que entró en Sendaya fue Mohammed. Militaba en un partido islamista en su ciudad natal de Alepo y el régimen no permitía disidentes. Cuando entró en Sendaya, su familia intentó buscarlo, pero después de ir dos veces a preguntar por él les dijeron que ya había muerto, que dejaran de buscarlo. Después entró su hermano Mayed, que antes había estado en otra prisión, en Homs.
Esta prisión es un 'paraíso' comparada con la de Sendaya, pero allí también sufrió torturas, según cuenta. Ambos estuvieron durante dos años en el mismo lugar, en Sendaya, pero en módulos distintos. Mohammed en el rojo, que era el más peligroso y del que casi nadie salía con vida. Mayed en el blanco y nos hablan de las torturas que sufrieron.
Mohammed estuvo cuatro años y medio sin ver la luz del sol. Eso se ve perfectamente en su rostro, en su piel pálida. Tienen muchísimas consecuencias de haber estado ahí.
"Los guardias nos daban patadas para no tocarnos con las manos. Tenían una espada de goma con la que nos pegaban en la espalda y en las plantas de los pies. Íbamos siempre descalzos y no podíamos quejarnos. Nos lo cuenta Muhammad Dib preso en Seinaya cuatro años y medio por militar en un partido islamista. Estuvo en la cárcel roja, donde el régimen de Al Asad metía a sus peores enemigos, bajo tierra, un lugar del que casi nadie salía. Es una tumba, un infierno.
Fueron cuatro años y medio de miedo, de dolor, de torturas, de no saber si iba a vivir o a salir de allí. Las palizas eran constantes, no vio el sol durante todo ese tiempo, algo que se refleja en su piel plomiza.
A este hombre que apenas tiene la treintena le quedan pocos dientes, torcidos y ennegrecidos por las palizas, la falta de higiene, la escasa y según él, asquerosa comida. Le preguntamos sobre los humores de que a los presos les daban de comer a los muertos.
No vio con sus ojos muchas de las torturas descritas estos días, pero él las sufrió en sus carnes. Cuenta que cada día un guardia llamaba a 30 o a 40 presos, de los que nunca más se sabía, la curiosidad era una pena de muerte segura.
El destino hizo que poco después su hermano Mayed fuera apresado por molestar al Ejército y entrará en la misma prisión. Ahí coincidieron casi dos años sin saberlo. Estaba en la cárcel blanca, algo menos mala que el módulo rojo, ubicado bajo sus pies, donde estaba su hermano.
"A mí me tocaba bajar a limpiar a la cárcel roja, pero no podía mirar a los otros presos ni ellos a mí. Limpiaba una habitación llena de sangre. Dice que cree que era el lugar en el que golpeaban a los presos antes de colgarlos.
A Mayed lo soltaron hace pocos meses antes de caer derrocado el régimen. Mohammed fue liberado hace una semana por los rebeldes. Un hombre en la calle le dio dinero para que volviera a su casa. Un regreso duro, porque ni sus hijos le reconocían.
Ahora los dos hermanos son inseparables intentan sobrevivir en esta nueva Siria que esperan les tenga en cuenta para intentar una nueva vida.
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