La nueva Siria reza en el primer viernes de oración. Su nuevo primer ministro es aclamado por la multitud en la principal mezquita del país Una mezcla de euforia e incredulidad se respira en el ambiente, cuando todavía no se ha cumplido una semana de la caída de Bashar El Assad. Algunos detalles ya hablan del cambio en un país sometido a una dictadura, con cárceles llenas.
Las cosas van cambiando: por primera vez es aparece el líder de los rebeldes, ahora en el gobierno, vestido de civil. El terrorista-yihadista al Julani, líder de HTS, ahora se ha reconvertido en el verdadero hombre fuerte de Siria, es al que todos miran como referencia del país que renace.
Este viernes ha pedido a los sirios que continúen celebrando pacíficamente la caída del régimen, sin tiros al aire, que otras ocasiones ha causado graves accidentes.
La transición, sin embargo, no será fácil, hay demasiado odio enterrado en Siria, literalmente: A tan solo 15 kilómetros del palacio presidencial se encuentran las fosas comunes de la masacre de Guta.
Más de 1.000 civiles muertos a causa del gas Sarín: un agente químico con el que Bashar Al Assad bombardeó a su propia gente para impedir el avance rebelde. Wafica perdió a sus dos hijos y a sus dos nietos, que sufrieron la más dolorosa de las muertes.
Los testigos hablan de cientos de personas que "estaban desnudas y lo que salía de su boca era inimaginable, parecía jabón".
Las imágenes impactaron al mundo pero Occidente decidió mirar para otro lado. Nadie castigó a Al Assad por aquello y una década después aquí nadie olvida ni perdona.
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