¿Debilidad o fortaleza? El régimen iraní resiste las protestas y reimpone la ‘policía de la moral’
El cuerpo policial encargado de velar por el cumplimiento de las exigencias indumentarias de la religión según la República Islámica vuelve a las calles de las ciudades iraníes
El regreso del cuerpo represivo se produce diez meses después del estallido de masivas protestas contra el régimen a raíz de la muerte de la joven Mahsa Amini, que había sido detenida por no llevar bien colocado el hiyab
Transcurridos diez meses desde el inicio de las protestas por la muerte de la joven Mahsa Amini, el régimen iraní ha vuelto a imponer en las calles, “a pie o en furgonetas”, a la conocida como ‘policía de la moral’, un cuerpo nacido en 1983, apenas cuatro años después del triunfo de la Revolución Islámica, para controlar, sobre todo, el comportamiento indumentario de los iraníes. Así lo anunció el pasado domingo un portavoz policial, el general Saeed Montazerolmahdi.
Por si hubiera dudas sobre la función de los agentes, las autoridades iraníes recuerdan que perseguirán especialmente a las mujeres que no lleven puesto el hiyab o velo islámico, que sigue siendo la obsesión para el régimen de los mulás. De acuerdo al citado portavoz policial, el regreso del cuerpo de la moral es el resultado de las “demandas de la población e instituciones” para “ampliar la seguridad pública” y “fortalecer los pilares de la familia”.
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Las protestas habían surgido a raíz del fallecimiento de una joven de 22 años en custodia policial en la capital iraní el 16 de septiembre del año pasado. Amini, que según el relato de sus allegados seguía soñando con poder estudiar una carrera universitaria, se había desplazado desde su ciudad natal, Saqez -en el Kurdistán-, hasta Teherán para visitar a unos familiares.
Pero el siniestro cuerpo policial iraní se cruzó en su camino. Su delito: no llevar “bien colocado” el velo islámico. La ‘policía de la moral’ la mantuvo detenida varias horas, durante las cuales, en el interior de una furgoneta, según sus familiares y testigos, fue agredida físicamente antes de entrar en coma y acabar perdiendo la vida después de tres jornadas de lucha en un hospital. Las autoridades hablaron de “muerte accidental” y aseguraron que la joven tenía patologías previas.
Las reacciones de protesta se habían iniciado en los mismos alrededores del hospital donde intentaron salvar, en vano, la vida de la joven kurda-iraní. Pronto la furia llegó a la propia universidad. Los jóvenes –en un país con una media de edad de poco más de 31 años- protagonizaron, pues, desde el principio la protesta, y en ella reclamaron y jugaron un papel destacado las mujeres.
En pocas semanas, la indignación por la muerte de Mahsa Amini se había convertido en un movimiento social de rechazo al régimen instaurado en 1979. Los participantes en el mismo han demandado no sólo el fin de la corrupción y más libertades individuales, sino la caída de la propia dictadura. “Muerte al dictador” fue uno de los cánticos proferidos por los manifestantes contra las autoridades iraníes y, en último término, contra el ayatolá Alí Jamenei.
El gesto de las jóvenes iraníes retirándose los velos y quemándolos, cortándose además mechones de pelo, se convirtió en una imagen planetaria. Trascendió como un símbolo de resistencia, que, sin embargo, no ha servido para conseguir cambios definitivos en las estructuras de la dictadura islámica. Las protestas eran también el resultado de décadas de represión política y social y mala gestión económica que la población no ha podido nunca confrontar y denunciar en medios de comunicación y espacios públicos.
Al margen de los ciudadanos anónimos que se echaron a la calle para, en no pocas ocasiones, jugarse la vida en las protestas, destacadas profesionales de la vida iraní apoyaron las protestas, incluidos representantes de la industria del cine. Una importante actriz de cine y series, Azadeh Samadi, ha sido literalmente eliminada de las redes sociales por haberse mostrado en público con una gorra –y no con un hiyab- sobre la cabeza.
La respuesta represiva del régimen
La población tenía claro que el régimen no se iba a quedar de brazos cruzados. La respuesta a un desafío de tales dimensiones no iba a ser otra que la represión violenta. Más de 500 personas han perdido la vida desde septiembre pasado como consecuencia de las distintas intervenciones de las fuerzas de seguridad iraníes contra los manifestantes. Al menos 70 de ellos eran menores de edad.
Se estima que unos 20.0000 ciudadanos han sido detenidos en estos meses por las autoridades del régimen de los mulás. Además de la propia represión ejercida por las fuerzas del orden en la calle, a las autoridades iraníes no les ha temblado el pulso a la hora de firmar sentencias de muerte contra varios jóvenes. En marzo pasado Naciones Unidas reportaba que 1.200 niñas habían sido envenenadas en escuelas de las principales ciudades del país. Aunque el régimen asegura que persigue a los culpables, las sospechas apuntan a una estrategia macabra de las autoridades para reprimir a la población femenina.
Con todo, a finales del año pasado la furia de la población juvenil parecía haberse, al menos momentáneamente, cobrado una víctima: la siniestra ‘policía de la moral’. En diciembre pasado, los agentes que solían patrullar las calles de las ciudades iraníes habían desparecido, aunque las autoridades lo negarían. Hasta la semana pasada. En febrero, conscientes de los riesgos de no ceder en la respuesta represiva, las autoridades judiciales iraníes decretaron una serie de medidas de amnistía en favor de activistas detenidos por su participación en las protestas.
La teocracia resiste
Diez meses de resistencia juvenil contra la teocracia de los ayatolás –desde el inicio de la primavera el movimiento ha bajado considerablemente de intensidad- no han bastado para abrir una crisis seria en el sistema, que ha demostrado resiliencia suficiente. Pero, tras largos meses de protestas, la dictadura islámica ha sufrido una erosión indudable en su imagen y legitimidad. El régimen intentó, en vano, combatir las protestas asegurando que todo responde a un plan urdido en los países de Occidente para derrocarlo. Entretanto, Teherán ha vuelto a abrir canales de diálogo con la Administración Biden en relación a sus aspiraciones nucleares.
El propio regreso de la ‘policía de la moral’ puede verse, con todo, como una muestra de la debilidad del régimen. El propio antiguo presidente Mohammad Khatami se ha atrevido a opinar sobre la reimposición de la ‘policía de la moral’ para calificar la medida de “autodestructiva”. “Es aparente el peligro de autodestrucción [del régimen], del que se ha hablado muchas veces, y que es más importante que nunca con el regreso de la ‘policía de la moral’”, aseveraba el reformista ex mandatario en declaraciones recogidas por el medio opositor Iran International.
Para encontrar un precedente de reacción popular contra las autoridades iraníes de las dimensiones de las protestas de los últimos diez meses hay que remontarse a 2009, cuando una parte de la sociedad salió a las calles de las principales ciudades para protestar por los resultados de las elecciones presidenciales que dieron la victoria al presidente Mahmoud Ahmadinejad y en favor de los candidatos opositores Mir-Hossein Mousavi y Mehdi Karroubi. Las protestas, que adquirieron las denominaciones de Movimiento Verde, la Revolución Verde o el Despertar Persa, se prolongaron durante casi todo 2010, coincidiendo con la Primavera Árabe. Después de varios miles de detenciones y decenas de muertos, el régimen fue capaz de contener eventualmente las protestas.
Las actuales autoridades de la República Islámica saben que la sensibilidad entre la población es muy elevada y que las protestas podrían pronto a alcanzar los niveles del pasado otoño e invierno no sólo si vuelven a llevar a cabo alguna actuación semejante a la que costó la vida a la joven kurda, sino de seguir mostrándose incapaces de dar respuestas a las tribulaciones económicas y sociales de la población.
En parte como consecuencia de la mala gestión económica y también en parte a las sanciones estadounidenses derivadas de los planes nucleares iraníes, el nivel material de los iraníes no ha hecho más que descender (y los precios subir). No en vano, el propio anuncio del regreso de las patrullas de la moral ha desatado ya protestas en algunas localidades iraníes.
Los próximos meses, a falta de menos de dos meses del primer aniversario de la muerte de Mahsa Amini, serán previsiblemente turbulentos. Inevitablemente, el debate y la pugna por la sucesión del ayatolá Jamenei, que tiene 84 años y cada vez aparece menos en público, está abierta. En el mes de febrero esperan elecciones parlamentarias, con las que el régimen tratará, por el momento, de pasar la página de la última crisis.